martes, 21 de diciembre de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Las viejas tradiciones



El ser humano no es nada sin tradiciones. Desde que nace, empieza a asistir y ser testigo de las tradiciones familiares, que no pueden ser malas nunca, independientemente de la región española a que pertenezcan. Una de las más entrañables tradiciones familiares es sin duda la de construir el belén, el nacimiento o como quiera llamársele.


Me acuerdo de que allá en mi tierra natal las figuritas del nacimiento eran más bien toscas, pequeñas y de barro, con pequeñas armazones de alambre para ciertas partes del cuerpo, como las patitas de las ovejas; pero en cuanto se desembalaban en Navidad de la caja de zapatos donde dormían el resto del año parecían adquirir una importancia inusual y, puestas en los caminos, cuevas, casas, montañas, ríos... sólo les faltaba acariciar, hablar, nadar, cantar, balar... Luego los gestos, las colocaciones de las figuritas, el añadido de ciertos materiales, el musgo, el algodón... iban convocando al milagro. Pedazos de corteza de alcornoque se convertían en rocas y montañas, un pedazo de cristal en un lago o un río, jirones de algodón en nubes, la harina o la sal en caminos nevados... Y luego las luces, camufladas entre el musgo, contribuían a que las figuras principales, el Niño en su cuna, San José con su cayado, la Virgen arrodillada, el buey y la mula arriconados en un ángulo del Portal, los Reyes Magos acercándose por el camino de harina, adquirieran movimientos que el alma y la ternura descubrían.



Hace un par de días hicimos nuestro belén. Poco ha variado de aquellos primeros en que yo participaba. Las figuras son algo más grandes y de escayola que nosotros mismos hemos pintado, pero el musgo sigue siendo el mismo y, sobre todo, el regreso a la ternura.


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