lunes, 13 de diciembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

Dentro de Cabeza de Tortilla se incluyen a veces recuerdos de narraciones clásicas como la que puede leerse en el apartado siguiente y que está inspirada en un relato de Petronio.

13. El lobo


En realidad, los cuentos fantásticos son los que más gustaban a Berni porque, según él, conmueven profundamente la imaginación de sus oyentes. Para ello no dudaba en acudir a autores de otras latitudes en busca de relatos que pudiera adoptarlos a sus necesidades. Luego los transformaba en juegos de emoción, intriga, poesía y, sobre todo, magia. Un ejemplo es el cuento titulado El lobo, que eternizó de esta manera:
“Al fin logré que uno de mis compañeros de pensión, que era un soldado más valiente que Plutón, me acompañase en mi partida. En cuanto sonó el primer canto del gallo emprendimos la marcha, y la luna todavía brillaba tanto como el sol del mediodía. Tras caminar un buen rato, llegamos a un cementerio y entre las tumbas nos dispusimos a hacer el primer alto de nuestra expedición. Pero he aquí que mi compañero empieza a trazar sobre el mármol de una estela funeraria unos cuantos signos cabalísticos y a conjurar a los astros, llamando de tú a la luna y diciendo cosas raras a las demás deidades del firmamento. Aburrido, me senté en los escalones de un panteón y empecé a contar las columnas y estelas que a mi alrededor se levantaban. Luego me puse a tararear una canción de taberna para pasar mejor el rato. Y de pronto descubro que mi compañero empieza a desnudarse dejando toda la ropa recogida al borde de la tumba. Mi sorpresa iba en aumento, pero enseguida se convirtió en espanto cuando vi que mi compañero el soldado se ponía a orinar alrededor de su ropa y se convertía en lobo. Sí, señor, en lobo, en uno de esos animales que hielan la sangre del que osa encontrarse con su mirada de miel agresiva en medio de la noche y en la soledad y el silencio más absolutos. Menos mal que esta vez no me miró. Se limitó a proferir aullidos espeluznantes y enseguida salió huyendo hacia el bosque que acabábamos de cruzar poco antes de avistar el cementerio.
En cuanto logré reponerme de la sorpresa, fui a recoger su ropa, pero otra más grande me aguardaba: la ropa de mi compañero se había convertido en piedra. Empecé a temblar de pies a cabeza como un junco ante las embestidas del viento. Luego logré desenvainar la espada por si acaso y en un estado lamentable de nervios y ansiedad regresé a casa. Melisa, mi mujer, se extrañó de verme llegar a tales horas y de aquella manera. Parecía estar tan nerviosa como yo. Por eso le pregunté:
--¿Qué pasa?
--¿Qué pasa? Que si hubieras llegado un poco antes, habrías podido echarnos una mano, porque un lobo feroz ha entrado en el redil y ha hecho estragos entre las ovejas. Ha sido una verdadera catástrofe. Esa bestia logró escapar, pero uno de los esclavos tuvo tiempo de atravesarle el pescuezo con su lanza.
Al día siguiente pasé de nuevo por el cementerio y junto a la tumba donde el soldado se había despojado de su ropa, en vez de la ropa petrificada había una gran mancha de sangre.
Presa de los pensamientos más oscuros, entré en la posada en que me había alojado la noche anterior. Y allí en la cama vecina a la mía, se hallaba el soldado sangrando como un toro; un médico estaba curándole el cuello.”

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