miércoles, 22 de diciembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

Amigos seguidores del blog:
Aquí tenéis un nuevo latido de Cabeza de Tortilla.


14. Un sastre ingenioso
Berni estaba convencido de que en historias así uno podría hallar un filón de ideas para fabricar todo tipo de relatos y cuentos, cada cual más fantástico y divertido. Había un cuento de esos que a él siempre le había encantado por su sorpresa final y sus ingredientes intermedios, capaces de mantener el interés en sus oyentes. Era el titulado El sastre y el zapatero:

“Esto era un sastre que debía dinero a todos sus vecinos, y, como ganaba muy poco porque el pueblo era muy pobre y le entregaba pocas prendar que arreglar, un día harto de pensar y pensar sin encontrar solución a su problema, llamó a su mujer y le dijo:
--Como no puedo pagar lo que debo, lo mejor es que me finja muerto. Así me lo perdonarán todo. Y ahora debes salir a la puerta de la calle y ponerte a llorar como una verdadera viuda.
Así lo hizo la mujer, y todos los vecinos acudieron a la casa a dar el pésame a la viuda del sastre y, de paso, le perdonaron las deudas de su marido muerto.
Pero había en el pueblo un zapatero todavía más pobre que el sastre a quien éste le debía un real. Y al saber la noticia del fallecimiento de aquél, visiblemente contrariado, dijo:
--Pues yo no le perdono el real que me debe.
A todo esto, al llegar la noche, llevaron el “cadáver” del sastre a la iglesia según costumbre en espera de darle sepultura al día siguiente. Iba el sastre dentro de la caja quieto y riéndose para sus adentros por lo bien que iba saliéndole el plan y, sobre todo, por el susto morrocotudo que se llevarían sus vecinos cuando al irle a enterrar se levantara de la caja como si hubiera resucitado.


Cuando la iglesia se quedó silenciosa y vacía, excepto el féretro del sastre en el altar, entró en el templo el zapatero. Se dirigió resuelto hacia donde estaba la caja, levantó la tapa y empezó a decir en voz alta:
--Dame el real que me debes, sastre de los demonios, dame el real de una vez.
De repente se oyeron las voces de varias personas que se acercaban a la puerta de la iglesia, y el zapatero, muerto de miedo, se escondió en un confesionario. Las voces eran de unos cuantos ladrones que entraron en el templo para repartirse el dinero que habían robado durante aquel día por todos los pueblos de alrededor. Hicieron siete montones a pesar de que ellos eran solamente seis, y el jefe de la banda dijo señalando el montón de más:
--Este montón que sobra será para quien se atreva a darle una bofetada al muerto de ese ataúd.
Como nadie abría la boca, el más joven de los ladrones dijo:
--Yo lo haré y no sólo le daré una bofetada, sino una docena si alguno de vosotros me ofrece su parte.
Y decidido se dirigió hacia donde estaba el ataúd, levantó la mano para propinar el golpe convenido, pero en ese instante el sastre se incorporó de un salto y gritó:
--¡A mí todos los difuntos!
Y el zapatero añadió oculto en el confesionario:
--¡Allá vamos todos juntos!
Al ver y oír aquello, los ladrones huyeron del templo despavoridos dejando allí el dinero de sus rapiñas. Dinero que se repartieron equitativamente el sastre y el zapatero. Y ya iban a marcharse contentos a sus respectivas casas, cuando el zapatero se acordó del real que le debía el sastre y empezó a decir:
--Dame el real, dame el real, dame el real...
Los ladrones, mientras tanto, se habían detenido en un claro del bosque vecino del pueblo. Y el jefe de la pandilla dijo a sus compinches:
--Parece mentira que hayamos tenido tanto miedo de los muertos, nosotros que estamos acostumbrados a robar y a matar a todo bicho viviente. Así que, uno de nosotros debe volver a la iglesia para averiguar qué está ocurriendo allí.
Y uno de los ladrones regresó, pero al ir a entrar en el templo oyó que una voz insistente decía sin parar allí dentro:
--Dame el real, dame el real, dame el real...
Al oírlo, el ladrón giró sobre sus talones y volvió corriendo a donde le esperaban los demás. Jadeante, les dijo:
--¡Vámonos, compañeros, que la iglesia está llena de difuntos; hay tantos que en el reparto del dinero sólo tocan a un real!
Y la banda en pleno salió huyendo del lugar para nunca más volver por allí.
Y el sastre y el zapatero vivieron muy ricos y el primero pagó todas las deudas del pueblo.”

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