lunes, 30 de noviembre de 2009

RELÁNGRAFOS


La mejor manera de quererse uno a sí mismo es perdonarse los defectos.

Una buena conversación, además del arte de la palabra, requiere el arte de la buena educación.

Cuando el dolor es inmenso, es un placer llorar bajo la lluvia.

La belleza exterior reporta poca felicidad si falta el equilibrio interior.

La política no sirve si separa a la ciudadanía de un país, en vez de unirla en el camino del bien común que es vivir en paz y libertad con un trabajo y un sueldo dignos, poseedores de unos derechos y ejercedores de unos deberes.

Un cuadro de pintura es una ventana que el artista abre ante los ojos del espectador para mostrarle como ve él el mundo.

Un libro de memorias es una colección de elocuentes olvidos.

A los penes los derrotan las penas. Pero las nuevas alegrías los ponen enseguida en pie de guerra.

La vanidad es la gallina que cacarea sin haber puesto un huevo.

Cuando nacemos, a todos nos es adjudicado un número determinado de ángeles y demonios que luchan sin parar por dar el equilibrio ético a nuestra personalidad mientras vivimos. Y morimos cuando sólo ha quedado vencedor uno de ellos. Entonces nuestra alma va al infierno si el vencedor es un demonio. O al cielo si el que ha quedado victorioso es un ángel.
Un cumpleaños es en realidad un pretexto para empezar a vivir de otro modo y con otros deseos el primer año de la vida que tiene uno por delante.

La poesía para ser de verdad tienen que entenderla hasta los niños.

El soberbio está por encima de la gratitud; sólo el verdadero humilde es capaz de agradecer los favores recibidos.

Cuando se conoce algún secreto de una persona, algo muy importante de su vida deja de pertenecerle.

En el violín llora la música que no puede reír.

Estar casado es profesar una religión para dos.





domingo, 29 de noviembre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Continúo rescatando poemas. Hoy empiezo con las revistas en que colaboré hace tiempo. Creo recordar que unos días atrás mencionaba la Asociación Prometeo de Poesía de Madrid, de la que fui socio durante los años ochenta. Pues bien, de los Cuadernos de Poesía Nueva, que editaba dicha Asociación, rescato los tres poemas siguientes:




OJOS DE MEMORIA, LABIOS DE FUTURO


Con ojos de memoria
y labios de futuro,
subíamos la gran escalinata
(escalera infinita hacia otro cielo)
del blanco Sacré Coeur.

Allí la raza oscura y perseguida
adoraba a su Cristo sin madero,
silencioso Cristo negro de todas las injurias.

Dejé por una vez que el corazón
trajera a la memoria mis Cristos castellanos,
Cristos barrocos, Cristos clavados y yacentes,
Cristos con ríos de sangre y de silencio.

Con ojos de memoria
y labios de futuro,
subíamos la gran escalinata...

Pero nunca llegamos a otro cielo.
Es igual la vida en todas partes:
breves islotes de sonrisas
en mares de injusticia y de dolor.



CÍRCULO

Al final los relojes se caerán en el mar
como antiguas palabras que ya nadie pronuncia.

Y seguiré enhebrando segundos de caricias,
minutos de silencio enamorado,
horas de espera esperanzada,
días de alianzas,
meses y estaciones de rosas y de vino,
años y lustros se seguir buscando
las manos, las miradas,
los labios que nacieron,
como hiedras de amor, para mis manos,
para mis miradas,
para mis labios,
para esta boca mía que repite los versos
del eterno poema:

"Al final los relojes se caerán en el mar
como antiguas palabras que ya nadie pronuncia..."



HASTA AQUÍ

Ya no puedo tachar nada
de la novela que he escrito.
Para bien o para mal
se acabaron los capítulos
de estas vividas jornadas
que jalonan mi camino.

El tema: la vida misma
con sus lunes y domingos,
ir empujando la roca
entre recuerdos y olvidos;
de vez en cuando un dolor,
de vez en cuando un alivio.

Y algún libro de poemas
que me sirve de testigo.
Y en el fondo, muy al fondo,
la nostalgia de ser niño
mientras sigo siendo el hombre
de mi tierra y de mi río.



sábado, 28 de noviembre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS



Flower power






En las noches de los viernes caseros, en vez de perder el tiempo viendo uno de esos programas tan bien denominados telebasura donde los personajillos "famosos" del mundo del espectáculo se desuellan vivos unos a otros mientras los juzgados no paran con sus miles de mutuas denuncias por injurias y agravios, cuando no cosas peores que tienen que ver con Hacienda y el Erario Público; en vez de perder el tiempo, digo, con esos programillas televisivos, es mejor ponerse en el DVD una película que se tenga a mano y esté avalada por reconocimientos contrastados de calidad filmográfica y regalarse un buen rato de vida auténtica y valores humanos, cosas tan en desuso hoy en día. Anoche seguimos esta pauta y vimos Flower power, película anglo-americana dirigida por Joel Hershman e interpretada por Helen Mirren (ganadora de un Óscar por The Queen), Clive Owen y David Kelly, entre otros, y disfrutamos de lo lindo. La historia que se cuenta en la cinta está basada en hechos reales y narra la aventura de unos presos que se hacen mejores personas cultivando la jardinería. La escritora de libros sobre plantas y jardines Georgina Woodhouse (Helen Mirren) muestra admiración por el jardín que en la prisión de mínima seguridad de Edgefield han realizado unos cuantos prisioneros, entre los que destacan Colin Briggs (Clive Owen) y Fergus Wilks (David Kelly) y les invita a participar en la Feria de jardinería en Hampton Court. Y aunque no consiguen ninguna medalla, logran hacerse unos hombres de bien, que es el premio mayor que un hombre puede recibir en vida, y la invitación expresa de la Reina de Inglaterra para trabajar en sus jardines. En la historia hay momentos casi sublimes por sencillos y humanos, como aquel en que el preso de mayor edad y enfermo terminal Fergus Wilks regala por Navidad a su compañero Colin Briggs un sobrecito de semillas de violeta doble, que planta sin mucho convencimiento en la tierra dura de la cárcel y que al poco tiempo dan unas flores azules y olorosas que son el punto de partida de su afición por la jardinería. O aquel otro en que, para concursar en la Feria, los presos crean un jardín con plantas silvestres de rico colorido en el que preside la imagen de Fergus, ya fallecido, que con una regadera en la mano, figura una fuente que da origen a un pequeño arroyuelo que serpea entre las flores. Sin olvidar los momentos que jalonan la historia de amor entre Colin y Primrose (Natasha Little), hija de Georgina, historia que se interrumpe precisamente al querer el preso, tras haber conseguido la libertad condicional, participar en la Feria de jardinería mencionada y para ello rompe el cristal de una floristería y roba un ramo de flores que va a dejar como despedida en casa de su amada Primrose, perdiendo así la condicional (finalmente, la relación amorosa de los dos jóvenes se solucionará definitivamente). Flower power es una película para ver en familia pues contiene variedad de valores, desde los más íntimos y personales hasta los sociales y comunicativos, como el amor desinteresado, el compañerismo, el sacrificio, la amistad, la sinceridad o la rehabilitación de los presos por medio de un oficio aprendido precisamente entre rejas.

viernes, 27 de noviembre de 2009

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN SOLAS


5.

Quizá sea ésta la plaza de la ciudad por donde cruza más gente vitoriana. Es la plaza de la Virgen Blanca, dominada por el monumento a la Victoria, blanco de piedra ennoblecida por los sueños de los habitantes actuales y verde de bronce laureado por la historia. Historia y actualidad hermanadas por el espíritu alegre y emprendedor de este pueblo. La lucha contra los franceses entonces habla de la independencia y soberanía por la que lucharán siempre los vascos. No importa el tiempo que se viva: siempre latirá a impulsos de su enorme corazón la tenacidad de la gente de aquí. Quizá por eso venga a reunirse a este rincón emblemático de su ciudad, tanto de día como de noche, le gente vitoriana. En torno al monumento se extienden los blancos miradores de sus fachadas, testigos de tantos eventos cotidianos y extraordinarios, de antaño y de hogaño: de siempre. Detrás, miran la vida latir, siempre con los ojos bien abiertos, los arcos de la Plaza del Machete, acompañados de la presencia silenciosa y protectora de la Virgen Blanca. Por encima, con sus campanas convocadoras y su reloj atento, domina el cielo de la ciudad la torre de San Miguel. Yo he soñado también en esta plaza en un mundo de paz y libertad, en que el tiempo sólo transcurra para acercar más a la gente.

jueves, 26 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO



Los amigos (2)






Cuando llegué a Barcelona, poco más que un adolescente, para cursar Filosofía y Letras en La Universidad Central (casco antiguo, columnas, jardines, aventuras estudiantiles, escarceos políticos...), yo me encontraba como un caracol pegado a un espejo, desorientado, sin saber muy bien qué camino seguir y asustado por tanto como se me venía encima. Pero ya el primer verano, aquel de 1964, mi vida empezó a moverse en alguna dirección. Fue cuando conocí a un grupo de amigos artistas o, por lo menos, aficionados a visitar museos y a hablar de pintura y también de poesía si se terciaba. Uno de esos amigos pintores fue Albert, que trabajaba para una casa de decoración y artes gráficas y pintaba en el estudio de que disponía en la casa paterna. Enseguida hicimos buenas migas (los dos piscis, los dos amantes de la belleza y la emoción que provoca la contemplación del arte, los dos soñadores y medio bohemios...) y, a la primera ocasión que teníamos, nos dejábamos perder por las calles del Gótico y del vino y, entre vaso y vaso, entre cigarrillo y cigarrillo, hablábamos sin parar de pintores y poetas. A mí me gustaban por entonces mucho Bécquer y Buesa, y a mi amigo le recitaba poemas de uno y otro, y de vez en cuando alguno propio inspirado sin duda en los dos poetas mencionados. Recién llegado a Bercelona, Albert fue, sobre todo, mi guía en la ciudad condal, en especial la del casco antiguo, desde los templos, galerías de arte y museos hasta las tabernas y bares con solera y grapa, como él decía, y eso es algo que le agradeceré siempre. Mientras tanto en la Universidad conocí también a algunos amigos y compañeros que, sin ellos, la vida estudiantil no habría sido tan emocionante como lo fue: Jurado, Cortés, Blanes o Juan Mari, que con el tiempo sería también colega mío en el Colegio privado del Vallés donde estuve trabajando la friolera de 28 años. La relación con los amigos del grupo de Albert, con los que formé la tertulia Xíos, y con los amigos universitarios, gracias a alguno de los cuales inicié mi mundo laboral (por horas trabajé en Salvat durante un tiempo) significó en mi vida hasta 1970, fecha en que me casé, un refugio de sosiego y comprensión en unos tiempos difíciles en que lo más grave fue la muerte de mi padre. Claro que debo reconocer que la amiga más importante resultó ser la que hoy es mi mujer, a quien conocí recién comenzado el otoño de 1965 precisamente en una reunión festiva que tuvo lugar en casa de Albert, el pintor, con música de los Beatles (nuestro grupo favorito) como fondo.
En otoño de 1967, a la vuelta del Servicio Militar, entré a trabajar en Viaró, un colegio del Opus del término municipal de San Cugat del Vallés. Allí, además de formarme como profesor, hice buenos amigos, como el citado Juan Mari (ya tristemente fallecido lo mismo que Espejo, Ferrer o Gurri), Juanma, Pallerín, Rafa, Jesús y otros, cuya amistad me dura todavía (la cena de Navidad que celebramos desde hace muchos años será un nuevo motivo de volvernos a reunir dentro de unos días). Son amigos desinteresados, de chistes, recuerdos, café y cava. Cada dos o tres meses nos vemos en la casa de uno de nosotros y en compañía de las mujeres respectivas pasamos revista a la vida pasada en común y planeamos la venidera rodeados de eventos familiares, forzosas despedidas de amigos y conocidos y revueltas sociales y políticas. Sin embargo, nosotros nos agarramos a lo que tenemos más cerca: al pequeño éxito de un hijo, el nacimiento de un nieto o la presentación de un nuevo libro... o a estas periódicas reuniones que reverdecen nuestra amistad.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Rafael Sánchez Ferlosio, Premio Nacional de las Letras 2009





Ésta era una noticia esperada. Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) ha demostrado suficientemente su valía en el campo de la Literatura desde que en 1951 diera a conocer una de las mejores novelas de fantasía de la posguerra, Industrias y andanzas de Alfanhuí. Ratos innolvidables pasé con mis alumnos y mis hijos leyendo las aventuras de su protagonista, un niño enamorado de las grandes maravillas que encierran las pequeñas cosas (fruto de su lectura sentimental y razonadamente asimilada fue Fragmentos de una búsqueda, relato con el que mi hijo mayor recibió el Primer Premio del Concurso Nacional Leer y Escribir del Ministerio de Cultura de 1987). Un ejemplo del estilo que Ferlosio esgrime en Alfanhuí es el que sigue:

"Cuando yo era niño, Alfanhí, mi padre fabricaba lámparas de aceite. Trabajaba todo el día, y hacía candiles de hierro para las cabañas y lámparas de latón dorado para los palacios. Hacía mil y mil clases de lámparas distintas. Tenía también los mejores libros que se habían escrito sobre lámparas. En uno de ellos se hablaba de la "piedra de vetas", Era ésta una piedra que decían durísima, pero porosa como una esponja, y que tenía el tamaño de un huevo y la forma de una almendra. Tenía esta piedra la virtud de beber siete tinajas de aceite. La dejaban en una tinaja y a la mañana siguiente todo el aceite había desaparecido y la piedra tenía el mismo tamaño. Cuando se había bebido siete tinajas, ya no quería más. Entonces bastaba ponerle una torcida y encender para que diese una llama blanca como la leche, que duraba eternamente. Cuando se quería también podía apagarse. Pero si se quería de nuevo el aceite, sólo una lechuza sabía sacárselo, hasta dejar la piedra enjuta como antes."


Una delicia de fantasía y ternura. Pero este estilo de la primera obra cambió radicalmente en la siguiente producción narrativa de Ferlosio. Me refiero a la novela El Jarama, con la que obtuvo por unanimidad del jurado el Premio Nadal en 1955 y al año siguiente el de la Crítica. El estilo de esta novela es absolutamente realista, de tal forma que parece que el autor se ha limitado a poner delante de los hechos y los personajes que los realizan una cámara de vídeo que sólo grabara lo que ve y oye. Pero con un dominio de la técnica y una maestría narrativa tales que pocas veces en el futuro de nuestra novelística han sido superados. Si no, léase el siguiente fragmento con el que comienza la novela:

"--¿Me dejas que descorra la cortina?
Siempre estaba sentado de la misma manera: su espalda contra lo oscuro de la pared del fondo; su cara contra la puerta, hacia la luz. El mostrador corría a su izquierda, paralelo a su mirada. Colocaba la silla de lado, de modo que el respaldo de ésta le sostribase el brazo derecho, mientras ponía el izquierdo sobre el mostrador. Así que se encajaba como en una hornacina, parapetando su cuerpo por tres lados; y por el cuarto quería tener luz. Por el frente quería tener abierto el camino de la cara y no soportaba que la cortina le cortase la vista hacia afuera de la puerta.
--¿Me dejas que descorra la cortina?
El ventero asentía con la cabeza. Era un lienzo pesado, de tela de costales.
Pronto le conocieron la manía y en cuanto se hubo sentado una mañana, como siempre, en su rincón, fue el mismo ventero quien apartó la cortina, sin que él se lo hubiese pedido. Lo hizo ceremonioso, con un gesto alusivo, y el otro se ofendió:
--Si te molesta que abra la cortina, podías haberlo dicho, y me largo a beber a otra parte. Pero ese retintín que te manejas, no es manera de decirme las cosas."


Una delicia de eficacia narrativa y descriptiva a la vez.
Pues estos tan dispares estilos son los que conforman la manera de narrar de Rafael Sánchez Ferlosio, como quedó demostrado en su vuelta a la novela en 1986 en El testimonio de Yarfoz, finalista del Premio Nacional de Literatura.
Sánchez Ferlosio fue galardonado por toda su obra con el Cervantes en 2004, obra que abarcó también otros generos como el ensayo (Las semanas del jardín, dos volúmenes, 1974, o Sobre la guerra, 2007), o el cuento (Dientes, pólvora, febrero, 1961, o El Geco, 2005 ).

lunes, 23 de noviembre de 2009

DELIBES, UN ESCRITOR PARA LEER EN FAMILIA

3. Los diarios


Pero es en Diario de un cazador, novela que le valió el Premio Nacional de Literatura en 1955, donde el autor vuelve al lenguaje directo y jugoso que lo caracteriza. Miguel Delibes, hombre de campo y caza (él mismo en más de una ocasión se ha definido como “un cazador que escribe”), da testimonio en esta novela, que adopta la técnica y el estilo de un diario, como reza ya su título, la vida que él mismo vive y presencia. Cuesta trabajo creer que Lorenzo, el protagonista, que es un bedel de Instituto, reúna sus experiencias vitales y venatorias en un diario, pero el mundo de ficción es así y así hay que aceptarlo. El tema, como puede deducirse por el título, es el de la caza y el lenguaje el de un idioma sencillo y rico en expresiones populares. Por ello hay en el libro verdad humana y preocupaciones humildes y cotidianas, testimonios directos e inmediatos, costumbres bien vivas, etcétera. Estamos de acuerdo con Umbral cuando afirma que Delibes aporta en esta obra a la novela española de su tiempo una nota muy importante: “ la verdad desnuda y única del español medio y el lenguaje pobre y sorprendente de ese español”. Ya queda dicho que la lengua empleada está plena de vulgarismos y ruralismos, siempre acordes con el sentimiento y la verdad exigidos por la narración. En cuanto a la humanidad aludida más arriba, está suficientemente representada por Lorenzo, el cazador protagonista de la novela, pero también por sus amigos (sobre todo, el Mele) o la novia del propio cazador.
En conclusión, Diario de un cazador es la novela, en forma de diario, de la caza, por otra parte tema obsesivo presente no sólo en sus libros sobre el arte cinegético (casi una docena de títulos), sino también en otras novelas importantes y en no pocas narraciones cortas (de unos y otras hablaremos en su correspondiente apartado. Finalmente, el amante de la soledad deleitosa del campo, de la vida natural y esforzada de la caza, así como del jugoso idioma castellano rural, pasará sin duda momentos inolvidables leyendo esta novela diario que ya cuenta con más de una docena de reediciones.


El mismo protagonista, es decir, Lorenzo, el cazador y bedel de Instituto, aparece en Diario de un emigrante, obra que apareció en 1958. Lorenzo, después de casarse con Anita, emigra a Chile. (Recordemos de pasada que Delibes recorrió varios países del Norte y Sur de América mientras dictaba conferencias e impartía clases, y que fruto de esos viajes y experiencias es, entre otros, este libro que nos ocupa y diversos libros de viajes, como Por esos mundos o USA y yo, por citar dos de ellos.) En las primeras páginas de Diario de un emigrante nos encontramos ya con la jerga propia de Lorenzo, teñida aquí y allá de multitud de americanismos, como no podía ser de otro modo.
Ya se dijo que Delibes prefiere no mostrarse intelectual en sus novelas. Pues bien, mucho menos en los Diarios, donde las explicaciones del escritor narrador son muchas de ellas proverbiales, como muy bien asegura Ramón Buckley. O lo que es lo mismo, Delibes explica un hecho cotidiano refiriéndolo a otro con valor simbólico tradicional (lo que llamamos refrán o proverbio). Por ejemplo, cuando Lorenzo, el emigrante, expresa su nostalgia de España y su desengaño de América, lo hace del siguiente modo: “A estas alturas en ningún sitio atan los perros con longanizas (menos en América)”. Y en otra parte: “Te pones a ver y el hombre no es más que un animal de costumbres, que no se diferencia de la perdiz en nada.”
Aunque de tono menor que el Diario de un cazador, el Diario de un emigrante también hará pasar momentos muy agradables al lector.

RELÁNGRAFOS



Dios no tiene manos, pero continúa poniendo tierra a nuestros pies.

Lo peor del tiempo es convertirse en su víctima; lo mejor, vivir con él, no sin él.

Los mayores a veces en la playa se convierten en niños y buscan piedrecitas y conchas en la orilla del mar.

Por la noche la Vila Vella de Tossa se sostiene sobre las aguas de la bahía con columnas de luz.

La pita es una camarera vegetal que, asomada al cantil, sirve pasteles al viento.

Escribir versos sin concentración es abortar la poesía.

El sexo sin amor es una bella flor de... plástico.

Pequeño placer playero:
sentir que la brisa besa
las colinas de tus pechos.

Las cuentas del rosario no están tan separadas como parece de las cuentas bancarias.

--¡Tirano! --¿Tirano?
Si soy el más servicial
y humilde de tus esclavos.

A veces es preferible una brizna de ternura a un filete de ternera.

Gaviota de bronce: anhelo frustrado.

La vejez y la desidia de vivir dejan poco trabajo a la muerte.

El auténtico romántico está en el tú y el nosotros.

Las luces del traje del torero son las últimas luces que ve el toro antes de ser abatido por las sombras de la espada.

El amor auténtico no tiene fecha de caducidad; el sexo, sí.








domingo, 22 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Los amigos (1)






Cada tiempo y lugar tiene la amistad que les da su impronta. Esto lo afirmo con pleno conocimiento de causa en esta tierra de mar que me acoge tan entrañablemente llamada Tossa, desde que ayer en la localidad cercana de Lloret de Mar, tan poco acogedora en el estío pero enormemente hospitalaria y tierna en noviembre, en especial durante sus fiestas, pude vivir de cerca. Fue en el Hotel Olimpic, donde otras veces hemos disfrutado de su música y su baile; allí el casal de jubilados celebraba la fiesta anual de sus socios y allí, generosamente, vivimos ayer una tarde memorable que incluía una abundante merienda sazonada con un baile y una música en vivo que duró hasta que la noche estuvo bien cerrada, y que se prolongó en el paseo iluminado de la avenida Marlés y luego por Santa Cristina y en medio de un mercado medieval con olores, colores y sonidos de otros tiempos, hasta la gótica iglesia de Santa Maria de Lloret, rincón verdaderamente precioso donde los haya. Pero lo mejor fue que todo eso se vio señalado con la amistad que tenemos desde hace un tiempo con un grupo de jubilados de Tossa que comparte con nosotros la afición por el baile y la tranquilidad y alegría de vivir, entre los que destacan Alejandro y su mujer Mari, de los que ya contaré cosas en estas memorias. Ahora prefiero empezar este recorrido de la amistad por mis primeros años, como es lógico.

En la infancia, allá en mi tierra natal, tuve mis primeros amigos, como todo el mundo. Durante mis años de estudiante en los Salesianos destacó uno de ascendencia italiana llamado César, con el que jugaba en su casa de la Candelaria con una buena colección de indios y pistoleros de plástico; era delicado y generoso y siempre que volvía a Zamora en alguno de mis intermitentes viajes echaba de menos su sonrisa triste. Otro amigo de la infancia, pero éste relacionado con el mundo del barrio era Manolín que, cada verano, venía desde Oviedo, donde vivía con su padre, a casa de su abuela, que en el barrio daba de cara a las aceñas del río. Su amistad era vivir en una constante aventura. Unas veces le daba por cantar al estilo de Antonio Molina la famosa canción de Soy minero (su padre trabajó siempre en las minas de Asturias), y entonces su cristalina voz hacía las delicias de nuestros oídos, otras veces jugaba como Dios al fútbol en la explanada de la iglesia y marcaba unos goles de campeonato que eran la envidia sana de todos los demás que teníamos la suerte de jugar en su mismo equipo, que era el Barça mío, aquel mítico de Ramallets, Kubala, Basora, Manchón y otros, y otras veces se atrevía el primero a saltar las josas de San Frontis para limpiar los almendros o disputar a los pájaros los higos más maduros y a colarse en las aceñas sin que lo advirtieran los molineros para hacerse con algún que otro pichón que dormía ajeno a lo que le esperaba en la caja de las vigas de los altillos. Un verano dejó de acudir y nunca más volví a verlo. Otro amigo de entonces era Lolo el gallego, cuya amistad se prolongaría a través de los años de adolescencia y juventud, y aún hoy, tan separados uno del otro, seguimos llamándonos por teléfono, felicitándonos por Navidad o viéndonos cada vez que vuelvo a Zamora en algún regreso nostálgico, y entonces pasamos largas horas hablando de aquel tiempo, acentuando así el dolor incurable de la nostalgia. Su padre, que era cantero, le metió el oficio en el alma y cuando murió me pidió que escribiera una poema en su memoria para ponerlo en un libro de piedra que él talló para poner sobre la tumba de su padre. Y el otro Lolo, cuyos padres tenían un bar en el barrio, con el que me iba a dibujar por los alrededores cualquier cosa que se nos pusiera delante o a pescar cangrejos a mano mientras nuestras hermanas pequeñas respectivas los iban metiendo en latas a medida que los íbamos capturando. Eso fue durante la primera adolescencia.

En la que yo llamo segunda adolescencia, la del amor y el gusto por las niñas y la de los estudios en el Instituto, otros amigos fueron los compañeros de mis avatares escolares y amorosos. Junto al mencionado Lolo el gallego, había un santanderino recien llegado con su familia al barrio llamado Alejandro, y Antonio, el hijo de un compañero de trabajo de mi padre que vivía en una finca de la vega del Duero. Alejandro cantaba muy bien tangos a lo Gardel y casi me hacía llorar cuando con voz ronca y triste remedaba el Adiós, muchachos compañeros de mi vida. Era también compañero de estudios, lo mismo que Antonio, sólo que éste también lo fue en mi etapa anterior de los Salesianos. Cuando acabó el bachillerato se fue a estudiar a Madrid, donde encontró trabajo. Con el paso de los años, ya situados los dos, viajó alguna vez por asuntos laborales a Barcelona y en la ciudad condal coincidimos para recordar viejos tiempos. Lolo el gallego, Alejandro, Antonio y yo salíamos los domingos para ver si ligábamos alguna chica en el paseo de Santa Clara, jugábamos a las cartas en el Lisboa o íbamos de chatos y tapas por Los Herreros y otras calles emblemáticas de Zamora. Luego, atravesábamos el Duero por el Puente de Piedra haciendo un balance de nuestros éxitos y fracasos (estos útimos nos los pasábamos por el forro cantando alguna de Gardel o de Farina, al que yo era bastante aficionado.

viernes, 20 de noviembre de 2009

RELÁNGRAFOS



La mitología es una religión donde escasea la moral y domina la pasión.

Hay pocos destinos tan tristes como el cenicero, que nada más nacer se convirtió en tumba de agonizantes cigarrillos.

Poniendo baldosas se aprende a valorar el suelo que se pisa.

La higuera de maceta es aún doncella para tener higos.

En el alegre jardín el ciprés resulta un acento demasiado serio.

El que en la escena lo es todo es muy posible que en la vida real sea algo.

Cuando empiezo a escribir un poema es un verso feliz el que me abre las puertas del misterio, y cuando lo acabo descubro lo que ardía en su interior... y que no era para tanto.

En los días de mucho bochorno la rosa de los tiempos se deshoja.

El turista colecciona emociones en el corazón de su cámara fotográfica.

Leer a Borges es entrar de repente en un laberinto de espacios y tiempos mezclados para salir de él más bueno y más sabio.

Sexo sereno: las espumas de las olas rodando por la orilla de la playa.

La brisa es una mujer solícita y cariñosa que dispone de mil manos para acariciarnos.

jueves, 19 de noviembre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Hoy quiero rescatar aquí un poema que la Asociación Prometeo de Poesía incluyó en su antología Poemas de Madrid, publicada en junio de 1985. Sólo conservo un ejemplar de la citada Antología que el alcalde de Madrid por antonomasia, es decir, Enrique Tierno Galván, se encargó de prologarla. El poema en cuestión se titula










BÉCQUER EN MADRID


Cuando Bécquer llegó a Madrid,
con sólo un equipaje de sueños y poemas,
era otoño. Hojas muertas
se desprendían de los árboles,
como sus miedos,
como todas sus luchas interiores.

En un cuarto otoñal de la calle de Hortaleza
el poeta descansa. Seis reales diarios
le cuesta este recinto de miseria,
esta luz hipotecada,
este cubo de cinc
donde lava sus sueños.

Entonces Madrid, como cualquier otro lugar,
es una montaña lírica inexpugnable
para el recién llegado.
Y las rimas, como rocas de Sísifo,
rodarán cuesta abajo,
como lágrimas de lava.

Bécquer no encontró, como Zorrilla,
un cadáver a quien cantar con versos de campanas
o cenizas con suerte.

Su corazón de niebla
en vano querrá alzar el vuelo limpio
entre la noche de sus pulmones tísicos.

El dolorido sentir de su romanticismo,
sus Ofelias perdidas y sus sepultureros
quedarán sin papel junto a la orilla
de frágiles proyectos,
junto a húmedos claustros
y en mellados castillos.

En otras poblaciones, en Soria o en Toledo,
seguirá persiguiendo la gloria que será
un intangible rayo de luna
o una mano etérea de mujer
habitando el misterio de una ojiva.

Sólo la paz de una estatua yacente,
a la luz indecisa de unos vidrios
le acercará sin miedo hasta el umbral
donde duerme la muerte.

Fue siempre la vida del poeta
una hoja perdida del otoño,
como aquel otoño
en que llegó a Madrid por vez primera.








miércoles, 18 de noviembre de 2009

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN SOLAS

4.



En el Parque de la Florida, pulmón inexcusable de la zona del Parlamento Vasco, la Catedral Neogótica y las confluencias en la Plaza de Lovaina de las calles Luis Heintz y Magdalena, entre otras, encuentra el caminante un lugar donde reposar y recrear los ojos. En un lugar privilegiado del parque, muy cerca de la Casa de Cultura que lleva su nombre, se alza la estatua del escritor vitoriano Ignacio Aldecoa. Con un libro en las manos y un pie adelantado, mirando hacia el paseo, parece invitar a la tarea silenciosa y enriquecedora de la lectura. El verde del césped es la esperanza y el futuro de la vida que vive a su alrededor, y el dorar de las hojas de los árboles vecinos, el tiempo de las cosas que pasan y se van para ceder el sitio a otras. Como la existencia terrenal del novelista, que ha dado lugar sin transiciones obligadas y mucho menos políticas, como cabría esperar, a la otra vida espiritual de sus obras, que permanecerán vivas para siempre.

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Viajar (1)




Viajar, como leer, escribir, bailar o pintar, es una variante de la vida y sin ella los ríos que van a dar a la mar que es el morir no sería prácticamente nada. Desde niño soñaba con viajar y ver el mar, al que no pude ver hasta que hice el Preuniversitario. Entonces, en el viaje de fin de curso, visité media España y pude contemplar, desde luego, el tan anhelado mar de mi infancia. Salamanca, Madrid, Valencia, Tarragona... Castellano de tierra adentro, eso del mar me parecía un pasaje de sueño casi irrealizable. Y ahora, jubilado, el mar es para mí un referente. El de Barcelona, primero, y luego ya siempre el de la Costa Brava, en especial el de Tossa de Mar, al que quiero de modo singular. Pero volviendo a las ansias continuas de viajar que ya sentía de niño, debo decir que mis primeros viajes fueron al pueblo de mis abuelos maternos, en la vega del Duero, a aquel Villaralbo de las primeras aventuras en compañía de mi primo Pedrito, el pobre ya fallecido, cuando explorábamos la casa de la abuela en busca de sorpresas, como la que reservaba para nosotros aquel tarro de cerezas en licor. Como mi abuelo materno era guarda jurado, su trabajo le llevaba de un pueblo a otro, y así, mi segundo viaje de niño fue a Rodilana, un pueblo cercano a Medina del Campo. Allí las aventuras las llevaba a cabo en compañía de mi hermana pequeña y recuerdo que una vez, si antes no nos descubre nuestra madre, habríamos acabado con unos cuantos pollos que corrían alegres por el corral, pues a mí me dio por retorcer algún cuello emplumado: cosas de críos. A veces mi abuelo, con la tercerola al hombro, nos llevaba por los alrededores del pueblo, por las lindes de los campos, por las viñas... y de vez en cuando nos mostraba el vuelo de algunas aves, el vertiginoso y rápido de los vencejos, el corto y ruidoso de las perdices, el que imitaba el sonido de la ropa puesta a secar de las palomas, el alto y en V de las grullas o el desgarbado, blanquinegro y zancudo de las cigüeñas. Luego, un poco más mayor, los vecinos de la planta baja de nuestra casa, una pareja simpática y amable de maestros que, sin descendencia, me querían como a un hijo (mando desde aquí un entrañable recuerdo a la mujer, Eulalia, tristemente desaparecida hace poco menos de un año), me llevaban algún verano a la casa que tenían en el pueblo donde ejercían la nunca bien pagada profesión de enseñar y educar. En Fornillos de Aliste, así se llama el pueblo, pasaba momentos inolvidables en contacto con la naturaleza y allí hice mi primera pistola con una pizarra muy fácil de trabajar y descubrí los primeros nidos de pájaros, pero sobre todo afiancé el amor que siempre he tenido por la naturaleza y los espacios abiertos y tranquilos, de ríos solitarios y arboledas que los acompañan y montes y jaras y animales sueltos y libres... Antes de pasar de niño a adolescente también hice mis primeros viajes solo, aunque bien amaestrado por mis padres. El más entrañable era el viaje que hacía a Medina de Rioseco, donde vivían los primos con quienes más he intimado siempre, Tomás, el mencionado Pedrito, Luci, Aurelio y cinco o seis más, todos hijos del hermano de mi madre, mi tío Miguel, también guarda jurado como el abuelo y el otro tío, Tano, el que me contaba apasionantes trabalenguas como el de "Oiga, compadre Guerra, ¿por qué le ha pegado con la porrra de parra a la perra de Parra? Porque si la perra de Parra no hubiera mordido al compadre Guerra, el compadre Guerra no le habría pegado con la porra de parra a la perra de Parra." El caso es que para ir a Medina de Rioseco, primero tenía que coger un autobús en la avenida del Instituto que me llevaba hasta Toro. Allí bajaba y sacaba número en un quiosco cercano para el autobús que me llevaría más tarde a Medina de Rioseco. Toda una aventura me parecía aquello: yo solo moviéndome por media provincia de Zamora y por otra media de Valladolid. En cuanto me sentaba en mi plaza del autobús de Rioseco toda la tensión me desaparecía. Los campos, los castillos, las iglesias, las avutardas y las cigüeñas que encontraba en mi camino me lo hacían más corto de lo que era. Al llegar a Medina, me estaban esperando algunos primos y juntos empezábamos la fiesta de hacer del tiempo un interminable pasatiempo y una burla de la muerte.
Y no quiero olvidar aquel otro viaje con fines educativos que realicé a una dehesa de la provincia de Salamanca en sustitución de mi hermano mayor, que era maestro, y se había comprometido a ir a la dehesa a enseñar a leer y escribir al hijo mayor del propietario. Las circunstancias hicieron que en vez de mi hermano fuera yo, que entonces estaba estudiando bachillerato en el Instituto, quien fuera a enseñar a leer y escribir a Manolo, que así se llamaba el muchacho. El viaje hasta la dehesa la hicimos de noche desde El Cubo del Vino, población fronteriza entre Zamora y Salamanca, a caballo y bajo una lluvia intermitente que sólo oía caer sobre mi cabeza, cubierta con una manta. La verdad es que el dueño de la dehesa llevaba el caballo y yo iba montado detrás de él y bien cogido a su cintura. Si el viaje fue emocionante, la estancia en la dehesa, rodeada de montes y campos y de una soledad inmensa, fue aún mejor. Duró lo que duraron las vacaciones de Navidad y Año Nuevo. Las clases tenían lugar en la cocina de fuego de tierra de la casa y con iluminación de candiles de carburo y empezaban cuando los hombres de la casa acababan las faenas de la hacienda y regresaban a descansar. Duraban poco tiempo y además me gustaba mucho enseñarle a escribir las palabras "Manolo Carnicero" a mi alumno. Por otra parte, el resto del día era todo para mí, para dar vueltas por los alrededores, explorar las viviendas vecinas, cerradas desde hacía mucho tiempo porque sus moradores las habían abandonado para cambiar de vida en la capital, aprender a montar a caballo para llevar al grupo entero a beber agua a un lago cercano, jugar con el hermano pequeño de Manolo y hacer alguna que otra travesura juntos, como la de probar todos los vinos de la bodega hasta caer dormidos por una dulce borrachera. La estancia en aquella dehesa fue un verdadero aprendizaje para mí, cuando había ido allí para hacer de maestro.


Desde aquellos primeros viajes de mi infancia y adolescencia hasta el último que acabo de realizar a Vitoria han pasado más de cincuenta años, medio siglo de hacer de la vida un camino imparable de sorpresas. Quizá el secreto de eso que llamamos felicidad empiece por esa actitud.

martes, 17 de noviembre de 2009

RELÁNGRAFOS



Mar movido: lunas de espuma atropellándose en la orilla.


Farola de día: verso que aún no suena.


La demencia es un laberinto sin salida.


Alta escultura: el viento suena en el pecho como una palabra antigua.


Escribir en el ordenador es sembrar sombras de letras sobre surcos de luz.


Lo menos malo de la muerte es que nadie se acuerda de la suya.


Si en el Neoclasicismo toda la literatura se mueve en torno a la razón, en el Romanticismo todo gira alrededor del corazón.


El amor es una hoguera que empieza en llamas, continúa en brasas y acaba en cenizas.


La frontera entre la vida y la literatura está sólo en la mente del lector.


La familia se forma con la alegría de las yemas que visten de verde futuro una rama y se deshace con la tristeza de un racimo de uvas que se va comiendo el tiempo.


Lo mejor de un matrimonio no es sólo que los dos cónyuges sepan envejecer juntos, sino que vivan con la ilusión de ser eternamente jóvenes, aunque sólo sea de corazón.


La buganvilla, cuanto más lozana está, más sangre pierde.


Los poetas españoles que mejor emplean los colores de la naturaleza son Rioja y Herrera, y su mejor discípulo, Bécquer: tres sevillanos de postín.


La flor del hibisco pasa en un solo día de la florida y luminosa pujanza a la triste y apagada flaccidez.


Un poema bueno es, salvando las distancias, como una casa confortable: nos sirve para vivir mejor.


Lo peor que le puede pasar a un novelista es que se le rebele el protagonista de su relato.


En la pared la lluvia se empeña en poner acentos donde la única palabra que existe es la soledad.


Estaba tan fuera de sí, que sólo a él podría decírsele que estaba entre la espalda y la pared.


Libro. Más espiritual: libre. Más materialista: libra.

lunes, 16 de noviembre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Hoy concluyo el rescate de poemas de Monólogo interior (Barcelona, 1998) con estos tres:









LANZAROTE



Aquí, sobre el lomo intangible de las nubes,
con la luz alumbrándonos por dentro,
te vemos, Lanzarote,
dormido sobre el lecho de tu fuego,
con tus lavas paradas
y la flor de tu ceniza envuelta en sueño.


Cuando estemos abajo, en tus dominios,
nuestros ojos terrenos
besarán tus perfiles oceánicos,
tus arenas quemadas por el tiempo.


Lanzarote, sorpresa
de un mundo inesperado, sol y viento,
con el rostro africano sorprendido
de ser tan joven y a la vez tan viejo.







TIMANFAYA


Un sueño de los dioses.
Viento de mar. Llanto seco
perfumado de lluvia
y nopales en sueños.


Ni un ave aquí, ni un canto
que desvele el misterio
de la vida ocre y roja
de este mar de piedra en quieto vuelo.


Olas de piedra
sin aves ni veleros:
sólo mar detenido
en orillas sin puertos.


Mágica, lentamente,
a lomos de camello,
el viajero imagina otro paisaje
y otro tiempo.


Timanfaya, despierta
en esta luna isleña donde el viento
y el mar se sobrecogen
a un palmo de tus cráteres abiertos.





VUESTROS NOMBRES


Quise haceros de carne y de caminos,
de miradas y luces, de palabras
vestidas de ahora mismo,
como fueron un día, allá en mi infancia.


Pero nada regresa, y nuestra vida
es según el latido con que uno
la vive y la domina.


Ahora en casa escribo
con la noche cayendo como un mármol
sobre nuestros destinos,
el dolor cotidiano de saber que se escapa
lo nuestro como un río,
el dolor persistente
de tener vuestros nombres inscritos
en el mar del recuerdo,
mientras crece incesante el negro olvido.

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Una carta de reconocimiento






Hace pocos días recibí del Departamento de Educación una carta en la que se me anunciaba el acto que este organismo piensa celebrar el próximo 25 de noviembre en el Centro Borja de San Cugat del Vallés para reconocer la labor educativa que hemos realizado los maestros y los profesores que nos hemos jubilado en el curso 2008-2009. Es un gesto que agradezco. Desde que en febrero optara por empezar a descansar tras cuarenta y tantos años de enseñanza no he podido olvidar (ni quiero hacerlo) las muestras de cariño que mis amigos y compañeros de profesión me han dedicado. Primero, las compañeras del Seminario, dándome la sorpresa de una bromelia en flor y una postal de despedida, junto con un bolígrafo para que no dejara de escribir pensando en ellas, y el vermú en el bar del Instituto presidido por la junta directiva del Centro y acompañado por el claustro de profesores. ¡Una alegría inmensa que me hizo saltar las lágrimas! Después, durante la fiesta de Carnaval en el recién terminado Gimnasio los grupos de alumnos y alumnas que actuaban en el escenario y dedicaban su actuación a su profesor de Castellano que se iba del Instituto. Cada vez que por el micrófono de la fiesta sonaba mi nombre, un chispazo en el corazón. Lo aguanté de milagro. Y luego, cuando habían pasado unas semanas de mi marcha de La Románica, me llega el penúltimo sorpresón. Fue el 13 de marzo y sucedió en un hotel de Cerdanyola, La Torre Bermeja. Por la noche, en casa, me dispuse a poner la mesa para cenar y mi mujer me dijo: "Hoy cenamos fuera". Yo llevaba días con la mosca tras la oreja porque mi amigo y compañero del IES, Lorenzo, un par de días atrás había hecho llegar a casa por encargo un jardín en miniatura, con una tarjeta que decía que lamentaba no poder asistir a la cena. No era letra suya la de la tarjeta de la jardinería; seguramente, la floristera no entendió bien el mensaje que mi amigo le había dicho que pusiera en el papelito, pero la cosa fue que salió a relucir lo de la cena. Hasta mi mujer había logrado casi del todo preparar la fiesta sigilosamente. Digo "casi" porque en un par de ocasiones se portó de modo extraño con el móvil, al que le llegaban llamadas misteriosas que no acababa de desvelarme. Y esa noche del 13 de marzo lo entendí todo de golpe. Durante el camino en coche le pregunté que dónde era la cena y quién nos acompañaría en ella, pero mi mujer no soltaba prenda y me daba rodeos que cada vez aumentaban más mi curiosidad. No hacía más que decirme: "Si te lo digo, no hay sorpresa". Hasta que, asediada sin paz, me confesó lo que yo ya sospechaba. Entre Josemari y Maite, dos compañeros y amigos del Instituto, con la complicidad de otros viejos conocidos míos del mundo educativo, habían montado toda aquella fiesta. Y cuando entré en el comedor donde iba a tener lugar, me encontré con aquel grupo de entrañables personas que habían tenido la bella idea de emocionarme otra vez. Fue una cena inolvidable cuyo centro (¡qué barbaridad!) era yo. Sólo quien viva ese momento podrá saber qué sentí aquella noche. Discursos y anécdotas sobre mi persona, poemas dedicados, regalos... Sólo recordarlo ahora me sonroja porque no me consideraba merecedor de tantos signos de cariño, reconocimiento y admiración. Salva, Pallerín, Maite, Josemari, José Luis, Jesús y tantos otros, cuyos rostros y miradas sólo pendientes de mi modesta persona no olvidaré jamás (Jordi, Quique, Pepe, Emili, la otra Maite, Francina, Emilia, Piluca, y un largo etcétera de gente cuyo oficio es hacer que las vidas de los demás encuentren en su camino los menos escollos y dificultades posibles). Desde aquí quiero repetirles mi más sincero agradecimiento.

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN SOLAS

3.

En la Plaza del Arca, un pequeño ensanchamiento de la calle de Eduardo Dato, el viajero se encuentra con una gigantesca escultura de bronce, estilo Giacometti, llamada El Caminante. Como su nombre indica, la curiosa escultura (cabeza desproporcionadamente pequeña respecto a los puños y los pies) está en actitud ambulatoria, como emulando al visitante de la ciudad que, desde que se levanta hasta que se recoge en el hotel, patea sin parar las calles en busca de una nueva sorpresa que llevarse a los ojos y de aquí al corazón, motor de los recuerdos. El Caminante es un signo de identidad de Vitoria, como lo son la Plaza de la Virgen Blanca o la perpetuamente en obras catedral de Santa María o las chapelas de chocolate rellenas de gelatina de pacharán que se venden en las pastelerías como objeto de recuerdo y de regalo. Y así existe algún restaurante con este nombre en el Casco Antiguo, numerosas tallas de diversos tamaños en las casas de suvenires o puesto de adorno en la barra de algún bar, como la de la cafetería de la estación de ferrocarril, que pude contemplar a mis anchas mientras tomaba el último café antes de abandonar Vitoria. El Caminante podría significar mi propia actitud ante la hermosa capital alavesa. Lo que siento ahora es que la foto que me hice a su amparo me salió borrosa. Sin embargo, su visión permanece meridianamente neta y clara en mi memoria. Ahí seguirá caminando conmigo en sucesivos viajes por centenares de sitios lejos de su carismática Vitoria.

domingo, 15 de noviembre de 2009

POEMAS RESCATADOS






Continuamos rescatando poemas de Monólogo interior (Barcelona, 1998). Hoy les toca el turno a los tres siguientes:









TALLAS DE MUSEO






El almendro olvidó su luz de marzo
para hacerse mujer de luz serena
u hombre extasiado en alta muerte:
virgen o cristo de soledad inmensa.

El ciprés olvidó su verde monje
y los sacros acentos del invierno
para hacerse morder por altas gubias
y así librar la talla que había dentro.

Madera que fue andamio de ala y canto
hoy duerme la carcoma de su muerte
añorando la infancia del paisaje
que un día disfrutó en su luz más verde.


GORRIONES






Podíamos retratarlos
allí mismo en la tierra
donde a saltos buscaban su futuro
en la traición del trigo y la ballesta.

En los juegos de niños
aquello no tenía trascendencia:
era un pájaro más que había caído
prisionero mortal de nuestra ciencia.

Pero seguían allí
formando luz y esencia
de nuestra pobre infancia
saltando a la ventura por las huertas.

Siempre estaban felices,
enajenados en su inquieta primavera,
ajenos a la trampa que nacía
de nuestra propia fiesta.





CON VOZ Y SANGRE DE SONETO






Con voz y sangre de soneto escribo
lo que me dicta el río de la vida,
haciendo de la orilla luz y herida,
enmienda y manual de cuanto vivo.

Y así si en vez de odio amor recibo,
entiendo que mi estrella está encendida.
Y si en vez de calor, piedra aterida,
aprendo de ese brillo negativo.

Lo que importa es amar contra corriente,
subir las cuestas del agreste olvido
y a partir del pasado hacer presente.

De este modo mi río, puente a puente,
llevándose en su espejo lo vivido,
marchará hacia su mar alta la frente.

sábado, 14 de noviembre de 2009

FOTOGRAFÍAS QUE HABLAN SOLAS



A punto de regresar a la rutina diaria de nuestro viaje a Vitoria ya empiezo a conservar recuerdos imborrables, incluido el ajetreo de las obras constantes a que la ciudad alavesa se ve sometida, desde la pavimentación de las calles del Casco Viejo (Cuchillería, por ejemplo, convierte el paseo en un "atractivo" laberinto entre máquinas y obreros y zonas de tierra por enlosar), o la zona de la Catedral neogótica y la Plaza de Lovaina con sus bulevares adyacentes que en días posteriores a lluvias intermitentes, como los que nosotros estamos viviendo, el deambular se convierte en un calvario, hasta los propios edificios monumentales, que son emblema de la ciudad, como los alrededores de la Plaza del Machete y los Arquillos y, sobre todo, la hermosa catedral de Santa María, en obras desde hace años (buen truco turístico este del eslogan ABIERTO POR OBRAS), aunque no por eso el viajero se queda sin visitarla previo el pago de cinco euros (y vale la pena). Pero quien va a Vitoria tiene que vivir con ello porque la ciudad es una maravilla de limpieza y organización, plena de amabilidad y belleza, de parques cuidados y amplios, de rincones entrañables, de bares y restaurantes donde se come y se bebe muy bien a precios razonables, y en especial lo que yo llamo la raqueta lírica de Vitoria, formada por la calle Eduardo Dato (el mango) y el Casco Antiguo (el cuerpo de la raqueta), que va desde la Plaza Nueva y la de la Virgen Blanca hasta el Portalón y la Catedral Vieja con sus redes de calles que escalonan la colina y que tienen nombre de antiguos oficios y los hermosos cantones por los que se acceden a ella con cómodas y resguardadas rampas mecánicas. De todo cuanto he enumerado en esta breve introducción a la capital alavesa, he escogido unas cuantas fotos que hablan por sí solas pero sobre las que no he podido evitar escribir un breve comentario lírico, histórico, costumbrista, según.




1.








No es más importante la piedra que se eleva al cielo en la torre de la iglesia que la piedra que se arrima a la tierra en estas ruinas de muralla. El rincón es bello, está lleno de historia y de belleza. Todo el que camine por este lugar del Casco Viejo de Vitoria, sea o no de la ciudad, se parará imperiosamente delante de este solar aislado atraído por la cantidad de gatos que viven aquí; de hecho, el municipio ha creado un hogar para gatos, y los mininos, de toda raza y sigilo, campan por sus respetos entre las ruinas históricas. Antigüedad (vida que fue) y presente (vida que es), vidas unidas por los alegres maullidos de estos gatos y el lento pasar de las horas en esta zona silente donde de vez en cuando suenan las pisadas de los turistas que, camino de ninguna parte, se arriman a las verjas para soñar un rato.


2.



lunes, 9 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Bailar






Ayer bajamos a Barcelona a bailar por la tarde noche a un sitio emblemático para nosotros porque, de novios, íbamos allí a mover el esqueleto los domingos. Me refiero al Centro Eulaliense (vulgo, Casinet), situado en el ensanche que la calle Amílcar efectúa en la Plaza de Santa Eulalia. Habíamos quedado con unas parejas de amigos de Tossa de nuestra edad y que, curiosamente, también de jóvenes alguna vez habían estado en el Casinet. La tarde estaba desapacible y soplaba un viento frío, pero la ilusión de volver a vivir como en aquellos tiempos unas horas de música en vivo y baile no nos amedrentó lo más mínimo. Llegamos los primeros y sacamos las entradas con derecho a consumición. Y lo primero que descubrimos fue que la sala de baile no era la misma de nuestra juventud: un edificio de pisos modernos ocupaba el solar del Casinet, sólo que los bajos del inmueble se habían destinado para acoger las dependencias del Centro, y entre ellas, la pista de baile y el bar. Pero el ambiente allí dentro era muy agradable y jovial. La pista, muy amplia e iluminada con luces de baile, y las mesas de alrededor empezaban a ser ocupadas por gente de nuestra edad que, al parecer, no habían perdido la ilusión de bailar, pese al tiempo, que todo intenta mudar. Mientras esperábamos a que las voces de los vocalistas (un hombre y una mujer también de edad semejante a la nuestra) y la música empezaran a sonar, y a que nuestros amigos llegaran, recordé esta afición a traducir en movimientos de todo el cuerpo la música bailable y un montón de fiestas y salas de baile.
Mi afición al baile me viene de mi tierra natal, de las verbenas de barrio y de los bailes de las fiestas de los pueblos vecinos, donde los de la capital tenían mucho predicamento entre las chicas del lugar: Villaralbo, Corrales, Moraleja..., sin olvidar los bailes que montábamos los compañeros de curso del Instituto en el bosque de Valorio con música de radio y merienda y bebida incluidas cuando llegaba la primavera y con ella las romerías, la de la Hiniesta, el Cristo de Morales, la Concha o el Tránsito. Pero fue Barcelona y el conocimiento de la que sería mi mujer con el paso de los años los que fortalecieron mi afición por el baile. Fue una suerte inmensa que a los dos nos gustara bailar porque muchas parejas, me consta, no son todo lo felices que quisieran por culpa de que a uno de los dos no les guste el baile. La cuestión es que la cosa ya empezó bien entre nosotros porque fue, precisamente, en un guateque de amigos donde nos conocimos, y a partir de entonces un domingo sí y otro no, pasábamos la tarde bailando. El baile que más frecuentábamos era el Fomento Martinense, situado muy cerca de la Plaza de Maragall, y desde allí, una vez acabado el baile, subíamos paseo arriba hasta su casa, que estaba cerca de la Plaza de Ibiza. Otras veces probábamos fortuna en el Centro del Guinardó o, incluso, bajábamos a Barcelona, al Novedades, como en aquel tiempo en que un amigo de Zamora vino a la ciudad condal a un congreso y me encargué de que no se aburriera solo. Bailar, bailar. La música, unida al ejercicio físico, es algo que sólo pueden saberlo quienes practican ambos. Y ayer, cuarenta años más tarde de conocer el Casinet o Centro Eulaliense, mientras compartíamos pista y sensaciones con nuestros amigos de Tossa, volvimos a comprobarlo. En esos más de cuarenta años el baile ha significado siempre para mí un momento de encuentro, de charla, de alegría, de salud física y de emociones bellas compartidas con gentes sencillas como nosotros y ha hecho posible muchas veces que cierta amistad nazca y perdure.

domingo, 8 de noviembre de 2009

POEMAS RESCATADOS




Continuamos rescatando poemas de Monólogo interior (Barcelona, 1998). Hoy les toca el turno a los tres siguientes:



RAÍZ


Aquella paz efímera de huertas,
de tesos sobre el río, de murallas
miradas con amor fue mi columna,
raíz para el ciprés de mi existencia.

Aquello lo guardé en redoma eterna
y puse llave limpia, de fe blanca
al ojo de su atenta cerradura.
Esfuerzo vano ante la edad ligera.

Aguarda con los años la herramienta,
la dura incertidumbre de la marcha,
la soledad de la corteza adulta.
Temor que la vejez segura aumenta.


AYER





Nubes con alma que deshace el tiempo,
aguas pequeñas que reseca el sol,
voces de infancia que se vuelven viejas.
Hilo rubio de ayer, hoy ceniciento.

¿Qué queda del amigo? ¿Qué suceso
palpita en el crisol del corazón?
¿Qué mano aguanta más? ¿Qué beso alienta?
Bocina del pasado en el silencio.

Ni el dolor durará, ni los recuerdos
de aquel tiempo vivido con amor,
cien albas de caricias y arboledas.
Viento que ensancha su espiral de miedo.


ZAMORA





Nací en Zamora la austera,
la enamorada del Duero,
la que cantó el Romancero
mística, noble y guerrera.

Dejé su verde ribera
cuando aprendí a ser romero,
dejé el latido primero
de la vida verdadera.

Pero sigo estando allí
porque allí sembré la huella
de aquel niño que yo fui.

Y a pesar de la distancia,
sigue luciendo la estrella
que me iluminó la infancia.

sábado, 7 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

35 años



Ayer celebramos el cumpleaños de mi hijo pequeño. Nada más ni nada menos que 35 años. Media vida hecha. Mientras soplaba las velas vi en décimas de segundo los momentos más importantes de su vida junto a los de la familia. De recién nacido en la sala de espera, envuelto en sus primeros ropajes, en los momentos más difíciles de su madre, que tardó más del tiempo debido en volver de la anestesia. De niño en la Plaza Ibiza (nuestra querida Horta), tras salir de la guardería con su hermano, y jugando los dos con sus primos en torno a aquella estatua de Santa Teresa, que aún sigue en pie, a un lado de la plaza. Con el uniforme del Colegio, algo más tarde, cuando cada mañana salíamos los tres en coche para sufrir el embudo de la calle Escocia, antes de enfilar la Meridiana; los deberes hechos y la cara adormilada. En la Universidad, hecho ya un mocito, cursando Derecho, como su hermano, y soñando en un puesto de trabajo relacionado con la carrera, honorable y bien remunerado. De novio, buscando piso; de casado y de padre, convirtiéndome en abuelo hace poco más de un año (momentos entrañables que vivo todavía y quiera Dios que los viva durante muchos años, al menos para ver a mi nieto hecho un mocito como su padre, en la Universidad, de novio...) Y cuando, tras soplar las velas el humillo flotaba agridulce sobre el pastel, me di cuenta de que a los treinta y cinco años tenía yo a los dos y media vida hecha y que ahora, bajando ya la cuesta, debo apoyarme en él y en el otro hijo y, sobre todo, en la ilusión de ver crecer a mi nieto, que es la proyección de mi vida. Pero no quiero ponerme excesivamente sentimental y nostálgico, porque la vida es camino delante, horizonte que espera, sorpresas que están por llegar, y más cuando sólo hace un mes el homenajeado sufrió un aparatoso accidente de moto, del que va saliendo adelante, que es lo que importa.

viernes, 6 de noviembre de 2009

POEMAS RESCATADOS




Monólogo interior es un poemario de edición casera que data de 1998, del que guardo recuerdos imborrables ya que por aquel tiempo empecé a recuperar el tiempo y el ánimo perdido por un revés laboral que hoy, jubilado y tras una docena de años de trabajo en la Enseñanza Pública, he olvidado felizmente. Y como vio escasa luz y fue acunado en pocas manos, hoy quiero empezar el rescate de algunos poemas.




Los tres primeros son los siguientes:


LLUVIA EN EL CAMPO







Suena a madre y a futuro
esta lluvia sobre el campo,
esta lluvia que labora
sin ayudas, sin heraldos.
Su ejército de alfileres
besa a la tierra sin daño
y hace en la sombra caliente
su silencioso trabajo.

En este perfume a surco
mojado vemos el cálido
beso que la tierra vuelve
al cielo que la ha besado.

La labor más eficaz
no es la que se hace gritando:
es la que se hace poniendo
en ella el alma y las manos.





SABER DE ÉL




Yo quería saber qué era de él,
de su mirar atento a las murallas
por aquella ventana que le hacía
esclavo de la historia y la nostalgia.

Y una carta lejana me decía
que se habían derrumbado las murallas,
que la ventana tenía en vez de vidrios
ladrillos y argamasa

y que al fin el poeta había encontrado
la libertad sin noches y sin albas.




PASEO OTOÑAL

Para Luque

De repente, entre viñas agotadas
apareció la muerte traicionera
en algunos cartuchos oxidados
y en la piel de una liebre casi tierra.

En barrancos de luz las encendidas
granadas esperaban nuestras manos
mientras los olivares despedían
la magia de sus tordos amagados.

En las almas soplaba el viento frío
y en los ojos luchaban los paisajes
por no ceder a octubre sus matices
de amor y de esperanza aquella tarde.

Nuestras sombras, de vuelta, se alargaban
sobre la tierra arada de las mieses
y a lo lejos lloraban los senderos
entre lutos de escuálidos cipreses.


PATADAS AL DICCIONARIO

Hablando de lenguas



No suelo ver ciertos programas de televisión y menos por la tarde donde las lenguas se sueltan de lo lindo sin venir a cuento y las opiniones ( es un modo de llamar a cuantos turnos de palabra se toman las personas que ocupan la mesa del plató) acaban siendo la mayoría de casos insultos y descalificaciones contra terceros que no pueden defenderse por estar ausentes. Pero ayer, por circunstancias familiares, no lo pude evitar. El programa en cuestión se llama TAL CUAL lo contamos, y en el momento en que conecté, una de las "periodistas" exponía su "opinión" sobre un familiar femenino de la fallecida Rocío Jurado. Decía de ella: "Esa persona es una persona lenguarona...", refiriéndose a su costumbre de hablar demasiado. ¿De dónde habrá sacado esa periodista el término lenguarona? Mira que existen en nuestra lengua palabras y expresiones que definen dicha costumbre. Entre otras, tener una lengua larga, largar demasiado, llenársele a uno la boca... Y fue a decir lenguarona. De todos modos, el término adecuado a la frase de la "periodista" es LENGUARAZ, que recoge el diccionario de la Real Academia Española con las siguientes acepciones: la primera con matiz positivo: "Hábil, inteligente en dos o más lenguas", y la segunda, más de acorde con el caso que nos ocupa: "Deslenguado, atrevido en el hablar." Por si se quiere aprender otro término sinónimo, aunque menos usual, aquí lo copiamos, también extraído del diccionario de la R.A.E. : LENGUAZ: "Que habla mucho, con impertinencia y necedad."

jueves, 5 de noviembre de 2009

RELÁNGRAFOS



En la playa, la hamaca y la sombrilla son enemigos irreconciliables, pese a estar tan cerca una de la otra y compartir secretos humanos y divinos.

El amor sin sexo es un camino que no lleva a ninguna parte, una lectura que no se concluye.

La salud ve la vida como el agua de un manantial; la enfermedad, como el agua de un pozo, del que hay que extraerla con paciencia y esfuerzo.

Pintura y escritura: las dos parten de la blancura original y acaban siendo imágenes, conceptos, emociones; en pocas palabras, ambas son reflejo de la vida.

El abanico, al abrirse, recuerda el volar de una paloma.

Una musica sentida y bailada con amor se convierte en eterna.

En José Hierro da lo mismo hablar de la vida que hay en la poesía que de la poesía que hay en la vida.

La cometa es un ave atada a las manos de quien la hace volar.

Mi mujer bailando es una ola viva, vestida de noche y de música. Yo cogido a su cintura soy la espuma que me causan su magia y mi admiración por su elegancia.

La Sagrada Familia: la montaña de Montserrat en medio de la ciudad de Barcelona.

Botticelli es a la pintura lo que Garcilaso de la Vega es a la poesía: uno y otro en sus respectivas creaciones hablan de la belleza, de la juventud, de la naturaleza y del gozo de vivir.

Las barcas boca abajo sobre la arena están castigadas a no navegar.

Todo arte tiene algo de lúdico, por lo imprevisible del resultado o lo divertido del método, camino o trabajo, como quiera llamárselo.

Las manos tocan el infinito: dan la vida o la quitan.

Las golondrinas saben colocarse en el mismo cable eléctrico como fichas de dominó.

POEMAS RESCATADOS

En 1997, tras obtener el premio del I Certamen de Poesía Taurina de Valencia, la Tertulia, patrocinadora del premio, publicó en una maqueta el poema ganador titulado Toro de la noche, que ahora rescato aquí:



TORO DE LA NOCHE


Te estoy pidiendo,
toro de la noche,
amigo de la luna y el silencio,
que no hagas mucho daño a ese chaval
que te cita en la valla de la dehesa.

Es apenas un niño,
tiene sólo,
como tú, sangre ardiente
en su vereda.
No sabe ni de muertes ni de odios,
ni de heridas atroces que conducen
al final de todas las barreras.

Igual que tú,
toro inmenso,
volcán astado, negra catarata,
que ignoras el acero mortal de tu frontera.

Míralo, cómo pisa tus dominios,
con qué temblor de rama sacudida
avanza por la hierba que estremeces
con tu peso total de muerte negra.

Ten piedad, toro,
de esa nueva muleta de alquiler,
del joven corazón que late a oscuras
tras la ropa bermeja.
No le embistas,
no acudas a la cita
de la sangre quemada de buenas a primeras.

Si quieres comprobar que tienes fuego,
llamaradas bravías en tus astas
y empuje de huracán entre tus huesos,
brama y rompe el silencio de la noche,
ataca el aire frío de la sierra
y castiga la tierra con tu peso;
que tiemble todo el campo bajo el rayo
oscuro de tu piel, oh bestia bella.

¿Para qué emplear las hoces de tus cuernos
en un tan inexperto y joven trigo?
Reserva los rejones de tu testa
para buscar ansiosos la estatura
artística y burlona de un torero
curtido en tardes de oro
entre palmas y olés y pasodobles
y escudado en la luz de su librea.

Resérvate hasta entonces
Vive ahora de sueños
y alza sombras
de fuego en torno tuyo mientras pisas
la soledad silente de la tierra.

Y no hagas caso al grito del chaval
que te cita en la valla de la dehesa.




miércoles, 4 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO


Las ranas (3)
Estos días primeros de noviembre tengo muchas horas conmigo a mi nieto; el pobre anda malito y no ha podido ir a la Guardería. Así que, como puedo, lo entretengo en la buhardilla con parte de mi colección de ranas. Y digo mal: no lo entretengo, nos entretenemos mutuamente, porque mientras el pequeño juega con las ranas, a las que está cogiendo cariño, yo recuerdo las docenas de historias que están relacionadas con ellas.

Está la del jardín, de piedra blanca y con un canalito interior, por donde durante un tiempo iba el tubito de riego que proporcionaba riego alas campánulas del arriate central; la adquirimos en una tienda de jardinería y cerámica de Tossa, cuando estrenamos el primer piso en el pueblo marinero, ahora hará doce años. Está la rana de esponja roja y verde de ojos negros movedizos, mucho más antigua, que me trae a la memoria nuestra primera estancia en París a finales de los setenta, cuando nuestros hijos eran muy pequeños todavía y nosotros, dos personas enamoradas del amor y de la vida. Está la rana de piedra y la de piedra volcánica, negra como la noche, que me trajo mi hijo mayor tras efectuar uno de sus viajes a Italia. Y la rana mechero de cerámica y ojos de cuarzo que me regalaron mis hijos por un cumpleaños- Y las historias se enredan como cerezas mientras mi nieto acaricia rana tras rana.

Hay una, sin embargo, que no debe de caerle muy bien, porque en cuanto la rescato de la sombra del estante de la vitrina y la hago voltear con sus resortes laterales ante los ojos asombrados del niño, éste aparta la mirada y da un cómico bufido; y la rana en cuestión no es fea ni desagradable, al contrario, tiene una cabecita risueña con los ojos abultados en lo alto y los brazos y las patitas, articulados por gomas, están bien proporcionados; lo que asusta al niño debe de ser el giro brusco que realiza la ranita al apretar los mandos. De cualquier modo, la ranita en cuestión cuenta con su historia particular, relacionada con la mía, y es que en un viaje que hicimos con unos amigos por la Costa Brava, a principios de los setenta, un día fuimos a parar por una carretera inhóspita al descuidado entonces monasterio de San Pere de Rodes. Tras respirar aliviados durante unos minutos, puesta la vista en la bahía azul de Llansá, entramos en un restaurante vecino a reponer fuerzas. Y allí, en un estante con suvenires descubrí la ranita acrobática. Y la compré para no olvidarme de aquella visita tan accidentada al maltrecho monasterio (hoy es un gozo para la vista recorrer sus misterios de piedra bien cuidados). Recuerdo de otro viaje, éste mucho más reciente y por tierras de Portugal, es la ranita verde de loza superpuesta en un pergamino de cerámica, que encontré en una tienda de Sintra, tras ascender por los callejones empedrados de su casco antiguo, mientras al otro lado, sobre una montaña de exuberancia vegetal me miraba sorprendido el Castillo de Pena. ¡Cuánto tiempo se rehace en mi memoria durante estos primeros días de noviembre, en que parece que por fin el otoño se va instalando en nuestras vidas, pero todo se lo debo a mi nieto y a estas ranas de mi colección con las que se entretiene y me entretengo.