sábado, 7 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

35 años



Ayer celebramos el cumpleaños de mi hijo pequeño. Nada más ni nada menos que 35 años. Media vida hecha. Mientras soplaba las velas vi en décimas de segundo los momentos más importantes de su vida junto a los de la familia. De recién nacido en la sala de espera, envuelto en sus primeros ropajes, en los momentos más difíciles de su madre, que tardó más del tiempo debido en volver de la anestesia. De niño en la Plaza Ibiza (nuestra querida Horta), tras salir de la guardería con su hermano, y jugando los dos con sus primos en torno a aquella estatua de Santa Teresa, que aún sigue en pie, a un lado de la plaza. Con el uniforme del Colegio, algo más tarde, cuando cada mañana salíamos los tres en coche para sufrir el embudo de la calle Escocia, antes de enfilar la Meridiana; los deberes hechos y la cara adormilada. En la Universidad, hecho ya un mocito, cursando Derecho, como su hermano, y soñando en un puesto de trabajo relacionado con la carrera, honorable y bien remunerado. De novio, buscando piso; de casado y de padre, convirtiéndome en abuelo hace poco más de un año (momentos entrañables que vivo todavía y quiera Dios que los viva durante muchos años, al menos para ver a mi nieto hecho un mocito como su padre, en la Universidad, de novio...) Y cuando, tras soplar las velas el humillo flotaba agridulce sobre el pastel, me di cuenta de que a los treinta y cinco años tenía yo a los dos y media vida hecha y que ahora, bajando ya la cuesta, debo apoyarme en él y en el otro hijo y, sobre todo, en la ilusión de ver crecer a mi nieto, que es la proyección de mi vida. Pero no quiero ponerme excesivamente sentimental y nostálgico, porque la vida es camino delante, horizonte que espera, sorpresas que están por llegar, y más cuando sólo hace un mes el homenajeado sufrió un aparatoso accidente de moto, del que va saliendo adelante, que es lo que importa.

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