lunes, 2 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO






Visita al cementerio





Hoy es el día de los Difuntos y no lo parece. El cielo está casi azul y el sol calienta todavía aunque las hojas se caen para recordarnos que el otoño está aquí. Ayer fuimos al cementerio de nuestro pueblo a ver dónde estaba el nicho de nuestro vecino y amigo, también poeta, Antonio Matea. El día antes habíamos ido a su casa para preguntarle a la viuda cómo encontrar el sitio donde duerme su noche más larga el que fue su hombre durante más de cincuenta años.
Y ayer, mientras salíamos del pueblo en un paseo largo, camino del cementerio local, recordé los años de mi infancia en que, aunque no tuviéramos nadie en las tumbas de San Atilano (así se llamaba y se sigue llamando el cementerio de mi ciudad natal), íbamos en romería al camposanto, y por el camino nos encontrábamos a las castañeras con sus fuegos y sus castañas, y el aire se llenaba de humo y olor a castañas asadas (aquella estampa entrañable de la romería a los cementerios ha desaparecido casi por completo). Y dentro ya del mundo de lápidas y cipreses, recorríamos todos los rincones para ver las sepulturas recién arregladas y cambiadas las flores de sus jarrones, y gente andando por los paseos del cementerio viendo las fotos de los difuntos y leyendo los epitafios de los nichos, y otra rezando y colocando con ternura algún crucifijo, alguna estampa, alguna flor en las últimas moradas de sus seres queridos. Más tarde sufrí en mi carne el dolor de perder a mis padres, ya aquí en Barcelona, y entonces las visitas al cementerio de Montjuic, donde están durmiendo para siempre, se hicieron muy frecuentes y era yo el que llevaba flores a sus nichos y les rezaba una oración. Luego dejé e ir. Pero ayer, al volver al cementerio a visitar la tumba de mi amigo y ver la gente ir y venir entre las escasas calles del callado recinto del camposanto, dominado por la iglesia vieja de San Martín, para rezar a sus muertos o llevarles un ramo de flores, no pude dejar de recordar esas dos etapas de mi vida: una casi costumbrista, la de ir en romería al cementerio de mi ciudad natal entre el humo y el olor de las castañas, bajo un frío casi invernal, perteneciente al mundo de mi ya demasiado lejana infancia, y otra, la etapa barcelonesa en que, ya maduro, tuve que vivir la dolorosa separación de mis padres y la consiguiente visita a Montjuic, donde esperan el día del Juicio Final.

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