lunes, 16 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Una carta de reconocimiento






Hace pocos días recibí del Departamento de Educación una carta en la que se me anunciaba el acto que este organismo piensa celebrar el próximo 25 de noviembre en el Centro Borja de San Cugat del Vallés para reconocer la labor educativa que hemos realizado los maestros y los profesores que nos hemos jubilado en el curso 2008-2009. Es un gesto que agradezco. Desde que en febrero optara por empezar a descansar tras cuarenta y tantos años de enseñanza no he podido olvidar (ni quiero hacerlo) las muestras de cariño que mis amigos y compañeros de profesión me han dedicado. Primero, las compañeras del Seminario, dándome la sorpresa de una bromelia en flor y una postal de despedida, junto con un bolígrafo para que no dejara de escribir pensando en ellas, y el vermú en el bar del Instituto presidido por la junta directiva del Centro y acompañado por el claustro de profesores. ¡Una alegría inmensa que me hizo saltar las lágrimas! Después, durante la fiesta de Carnaval en el recién terminado Gimnasio los grupos de alumnos y alumnas que actuaban en el escenario y dedicaban su actuación a su profesor de Castellano que se iba del Instituto. Cada vez que por el micrófono de la fiesta sonaba mi nombre, un chispazo en el corazón. Lo aguanté de milagro. Y luego, cuando habían pasado unas semanas de mi marcha de La Románica, me llega el penúltimo sorpresón. Fue el 13 de marzo y sucedió en un hotel de Cerdanyola, La Torre Bermeja. Por la noche, en casa, me dispuse a poner la mesa para cenar y mi mujer me dijo: "Hoy cenamos fuera". Yo llevaba días con la mosca tras la oreja porque mi amigo y compañero del IES, Lorenzo, un par de días atrás había hecho llegar a casa por encargo un jardín en miniatura, con una tarjeta que decía que lamentaba no poder asistir a la cena. No era letra suya la de la tarjeta de la jardinería; seguramente, la floristera no entendió bien el mensaje que mi amigo le había dicho que pusiera en el papelito, pero la cosa fue que salió a relucir lo de la cena. Hasta mi mujer había logrado casi del todo preparar la fiesta sigilosamente. Digo "casi" porque en un par de ocasiones se portó de modo extraño con el móvil, al que le llegaban llamadas misteriosas que no acababa de desvelarme. Y esa noche del 13 de marzo lo entendí todo de golpe. Durante el camino en coche le pregunté que dónde era la cena y quién nos acompañaría en ella, pero mi mujer no soltaba prenda y me daba rodeos que cada vez aumentaban más mi curiosidad. No hacía más que decirme: "Si te lo digo, no hay sorpresa". Hasta que, asediada sin paz, me confesó lo que yo ya sospechaba. Entre Josemari y Maite, dos compañeros y amigos del Instituto, con la complicidad de otros viejos conocidos míos del mundo educativo, habían montado toda aquella fiesta. Y cuando entré en el comedor donde iba a tener lugar, me encontré con aquel grupo de entrañables personas que habían tenido la bella idea de emocionarme otra vez. Fue una cena inolvidable cuyo centro (¡qué barbaridad!) era yo. Sólo quien viva ese momento podrá saber qué sentí aquella noche. Discursos y anécdotas sobre mi persona, poemas dedicados, regalos... Sólo recordarlo ahora me sonroja porque no me consideraba merecedor de tantos signos de cariño, reconocimiento y admiración. Salva, Pallerín, Maite, Josemari, José Luis, Jesús y tantos otros, cuyos rostros y miradas sólo pendientes de mi modesta persona no olvidaré jamás (Jordi, Quique, Pepe, Emili, la otra Maite, Francina, Emilia, Piluca, y un largo etcétera de gente cuyo oficio es hacer que las vidas de los demás encuentren en su camino los menos escollos y dificultades posibles). Desde aquí quiero repetirles mi más sincero agradecimiento.

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