jueves, 26 de noviembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO



Los amigos (2)






Cuando llegué a Barcelona, poco más que un adolescente, para cursar Filosofía y Letras en La Universidad Central (casco antiguo, columnas, jardines, aventuras estudiantiles, escarceos políticos...), yo me encontraba como un caracol pegado a un espejo, desorientado, sin saber muy bien qué camino seguir y asustado por tanto como se me venía encima. Pero ya el primer verano, aquel de 1964, mi vida empezó a moverse en alguna dirección. Fue cuando conocí a un grupo de amigos artistas o, por lo menos, aficionados a visitar museos y a hablar de pintura y también de poesía si se terciaba. Uno de esos amigos pintores fue Albert, que trabajaba para una casa de decoración y artes gráficas y pintaba en el estudio de que disponía en la casa paterna. Enseguida hicimos buenas migas (los dos piscis, los dos amantes de la belleza y la emoción que provoca la contemplación del arte, los dos soñadores y medio bohemios...) y, a la primera ocasión que teníamos, nos dejábamos perder por las calles del Gótico y del vino y, entre vaso y vaso, entre cigarrillo y cigarrillo, hablábamos sin parar de pintores y poetas. A mí me gustaban por entonces mucho Bécquer y Buesa, y a mi amigo le recitaba poemas de uno y otro, y de vez en cuando alguno propio inspirado sin duda en los dos poetas mencionados. Recién llegado a Bercelona, Albert fue, sobre todo, mi guía en la ciudad condal, en especial la del casco antiguo, desde los templos, galerías de arte y museos hasta las tabernas y bares con solera y grapa, como él decía, y eso es algo que le agradeceré siempre. Mientras tanto en la Universidad conocí también a algunos amigos y compañeros que, sin ellos, la vida estudiantil no habría sido tan emocionante como lo fue: Jurado, Cortés, Blanes o Juan Mari, que con el tiempo sería también colega mío en el Colegio privado del Vallés donde estuve trabajando la friolera de 28 años. La relación con los amigos del grupo de Albert, con los que formé la tertulia Xíos, y con los amigos universitarios, gracias a alguno de los cuales inicié mi mundo laboral (por horas trabajé en Salvat durante un tiempo) significó en mi vida hasta 1970, fecha en que me casé, un refugio de sosiego y comprensión en unos tiempos difíciles en que lo más grave fue la muerte de mi padre. Claro que debo reconocer que la amiga más importante resultó ser la que hoy es mi mujer, a quien conocí recién comenzado el otoño de 1965 precisamente en una reunión festiva que tuvo lugar en casa de Albert, el pintor, con música de los Beatles (nuestro grupo favorito) como fondo.
En otoño de 1967, a la vuelta del Servicio Militar, entré a trabajar en Viaró, un colegio del Opus del término municipal de San Cugat del Vallés. Allí, además de formarme como profesor, hice buenos amigos, como el citado Juan Mari (ya tristemente fallecido lo mismo que Espejo, Ferrer o Gurri), Juanma, Pallerín, Rafa, Jesús y otros, cuya amistad me dura todavía (la cena de Navidad que celebramos desde hace muchos años será un nuevo motivo de volvernos a reunir dentro de unos días). Son amigos desinteresados, de chistes, recuerdos, café y cava. Cada dos o tres meses nos vemos en la casa de uno de nosotros y en compañía de las mujeres respectivas pasamos revista a la vida pasada en común y planeamos la venidera rodeados de eventos familiares, forzosas despedidas de amigos y conocidos y revueltas sociales y políticas. Sin embargo, nosotros nos agarramos a lo que tenemos más cerca: al pequeño éxito de un hijo, el nacimiento de un nieto o la presentación de un nuevo libro... o a estas periódicas reuniones que reverdecen nuestra amistad.

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