sábado, 3 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBLADO

Cumpleaños feliz

Ayer celebramos el primer año de vida de mi nieto. Recuerdo con emoción de abuelo que hace un año venía al mundo este niño que es sin duda la ilusión de mi futuro. Hubo una pequeña complicación durante el parto, pero a los pocos días la habíamos olvidado completamente, al ver la vida hermosa y lozana que se abría paso en los ojos y en las manos del recién nacido.
Yo entonces estaba aún en activo, con la tiza en la mano y las preparaciones de las clases de Castellano en mi querido Instituto de La Románica. Cuarenta años de enseñanza ininterrumpida me contemplaban en silencio desde que otro octubre, éste de 1967, comenzara mi andadura como profesor en un colegio privado del Vallés. Yo sólo tenía veintitrés años y todo un mundo de lucha y aprendizaje me esperaban.
La vocación era para mí lo primero (y aún sigo pensando lo mismo) para ejercer la enseñanza, y después la preparación didáctica y los conocimientos superiores de la materia que se va a enseñar. Yo creo que poca gente ha reparado en la verdadera significación de este impagable oficio de enseñar a futuros hombres y futuras mujeres a desenvolverse en la vida con un mínimo de conocimientos capaces de abrirles las puertas al mundo laboral del mañana y un máximo de valores humanos que tienen que ver con el respeto a los demás y el agradecimiento entrañable a sus padres o tutores legales, quienes velan por su cuidado diario y su seguridad poniendo toda su alma y todas sus fuerzas en la única labor que no tiene remuneración económica pero que, por otra parte, es insustituible. Y más hoy en día, en que la profesión está tan denostada y perseguida (nada más hay que estar un poco atento a las noticias que a diario muestran los periódicos o la televisión).
Ahora, cuarenta y dos años más tarde, dejadas las aulas y la relación diaria con los alumnos, de los cuales guardo imborrables recuerdos, me dispongo a contar cómo vivo mi nueva situación vital, tan hermosa y enriquecedora como la anterior.
Y antes de seguir adelante, me siento obligado a romper una lanza por estos hombres y mujeres que, lejos de venirse abajo y hundirse en el mar de sus propios llantos y lamentaciones, una vez dejadas las obligaciones de sus contratos laborales por haberse jubilado, se siguen empleando a fondo en hacer de su nueva etapa vital un mundo lleno de quehaceres y labores en servicio de los demás, y no me refiero sólo a llevar a sus nietos a la guardería o a cuidar de ellos el resto de la jornada en muchos casos, que también es un esfuerzo útil y de los mayores.

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