martes, 27 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Las ranas (1)



Una de las cosas que más llama la atención de mi nieto cuando viene a casa es mi colección de ranas. En realidad, la colección está diversificada en varios lugares (incluso dispongo de algunos ejemplares en el piso de Tossa, entre los cuales destacan las ranas de la suerte de Peñíscola que, posadas en una piedra de río, me trajeron este verano mis cuñados tras una breve visita a la ciudad del Papa Luna, y de las que ya hablaré en otro momento), desde el comedor donde aguardan a que los ojos las miren durmiendo en la suave penumbra de la vitrina (antes adornaban con sus múltiples usos, formas, materias y colores el soporte inferior de la mesa acristalada del mismo comedor), hasta la vitrina del altillo, pasando por las que reposan en las estanterías de los libros del estudio. ¿Desde cuándo me viene este afán incansable de coleccionar ranas? Creo que fue a principios de los años setenta, cuando adquirimos la casita de montaña de Esparraguera y los chicos eran, claro está, todavía unos niños. Entonces solíamos bajar, sobre todo en verano, a Martorell al mercadillo de verduras y ropas para abastecernos de comida y otros artículos necesarios. En uno de esas ocasiones, después de llenar el coche de mercancías fungibles, en el último paseo antes de regresar a la urbanización mis hijos descubrieron un llavero formado por una ranita de bronce que al apretar una pieza movible profería el metálico croar del anfibio. Y lo compramos. Ese fue el punto de partida de la colección de ranas. Y ya no he parado de ampliarla. Guardo recuerdos entrañables de muchas de ellas. Hubo una vez en que me llegaron de Zamora, dentro de un paquete de aceitadas y pimientos picantes, no menos de doce ranitas, cada cual más atractiva. Me las mandaba mi amigo del alma Lolico, gallego de nacimiento y zamorano de adopción desde que su padre, uno de los mejores canteros que ha tenido la ciudad del Duero llegó al barrio procedente de Galicia para quedarse (en la actualidad, ya desaparecido el padre, el hijo sigue su camino y, junto al cementerio de San Atilano mantiene vivo su negocio de marmolería). Una de estas ranas, posada sobre una hoja de nenúfar, parece tan viva que mi nieto se queda prendada de ella. Aunque su favorita es la rana de madera articulada que cuelga del pomo de la vitrina de la buhardilla. Si quiero que mi nieto me dedique la mejor de sus sonrisas, no tengo más que llevarlo hasta ella y ante sus asombrados ojos negros tirar del cordel que cuelga de la rana para que el animalito abra los brazos y las piernas en espasmódicos movimientos. Un día de estos le dejaré a él que haga moverse a la rana de madera. La madera es quizás el material más abundante entre todos los que forman mi colección de ranas, y eso por una sencilla razón: yo soy algo supersticioso y siempre he creído que tocando madera la suerte se pondrá de mi parte. Y si es una rana de madera más todavía.

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