lunes, 12 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO


Desde Tossa de Mar

Hay pocas cosas que superen a poder escribir de lo que a uno le gusta en el lugar que quiere y en el estado de ánimo más sereno para hacerlo. Sé lo que digo ahora que estoy en mi piso de Tossa ante el portátil con el oído puesto en la pieza musical de piano que suena en la radio y la vista en la llamada Torre de los Moros que domina la pequeña elevación de pinares que rodea el pueblo por la parte del mar. Acabo de llegar de dar mi cotidiana vuelta en bici por los caminos forestales de los alrededores del estanque de Sa Riera y me encuentro en uno de esos momentos que uno quisiera que no acabaran de pasar nunca. Dentro de un rato iremos a la playa mi mujer y yo y allí, con la vista del mar y la compañía de los amigos, hablaremos de los divino y lo humano, más de esto último, que es lo que nos une verdaderamente a la vida. Y debo decir que esto sólo se puede hacer sin la amenaza de los relojes, de la prisa y del andamio, cuando uno está jubilado. ¿De qué escribir? Desde luego evito la engolada trascendencia y prefiero dejarme guiar por lo que tengo más cercano, de la buena compañía, de los bailes en el hotel Don Juan de aquí de Tossa, de los chistes que nos contamos los amigos entre baile y baile, de los hijos, de los nietos, de los problemas pasados, de los viajes que pensamos hacer... qué sé yo, de cualquier cosa que nos mantenga atados a esta maravilla de estar vivos y bastante sanos, que hay de todo, hay quienes tienen diabetes y salen todas las mañanas a darse su caminata obligada para evitar inyectarse la insulina, quienes tienen baldada la espalda o cansadas las rodillas o alta la tensión, achaques que nos hacen más vulnerables y por ello más entrañables para los demás. Yo quiero hablar ahora de mi afición a la pintura, que me viene de niño, de cuando allá en mi ciudad natal, "la enamorada del Duero, la que cantó el Romancero, mística, noble y guerrera " (versos de un antiguo poemilla que dediqué a Zamora recién llegado a esta tierra hermosa y hospitalaria de Cataluña), afición, decía, que conservo de niño, de cuando veía a los pintores al aire libre retratar rincones de mi ciudad, casi siempre reflejados en el espejo del río, un trozo de muralla con la Catedral en alto, la cuesta del Pizarro, las aceñas de Olivares... Dejaba los juegos y me quedaba un rato mirando al artista coger de la paleta con el pincel un poco de pintura para eternizar en el lienzo la yerba de la orilla o el cielo que recortaba la torre del Salvador. Admiraba sobremanera a aquellos artistas y cuando llegaba a casa trazaba sobre el cuaderno de dibujo líneas y figuras que mi imaginación me dictaba. Luego me hacía acompañar de un grupo de chicos por los barrios vecinos para copiar en nuestros blocs la silueta de una casa, del campanario de la iglesia o cualquier cosa digna de ser dinmortalizada con el dibujo. Pasados los años y ya en Barcelona, de la mano del amigo pintor Casals me inicié en la pintura al óleo. Y desde entonces no he dejado de alternar la escritura con la pintura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario