lunes, 26 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS






Rescato tres poemas más de Zamora en poesía. Los siguientes:




AL ESCULTOR RAMÓN ABRANTES







Voy de asombro en asombro pues Abrantes
me enseña el caballete que le hiciera
mi padre en otro tiempo, en la primera
hornada que esculpió con sus amantes
diamantes de diez dedos. Poco antes
me había mostrado limpia primavera
de tacto silencioso y luz certera
en tallas femeninas y ondulantes.

Voy de asombro en asombro por el arte
que Abrantes muestra vivo por su casa
en bronce, en barro, en piedra... Y es tan fuerte
la huella que en el alma me reparte,
que aunque sé que su cuerpo es voz que pasa,
su luz de artista nunca tendrá muerte.












PLAZA DE SANTA LUCÍA







Zamora tiene una plaza
con palacio y con iglesia
en cuya espadaña anidan
desde siempre las cigüeñas.

El Cordón de San Francisco,
relieve de oro en la piedra,
quedó para siempre atado
en mi luz de adolescencia.

Y sobre la alta espadaña
fiel con pluma blanquinegra
las cigüeñas señalaban
la luz de mis primaveras.

¡Ay si en la plaza del alma
tuviera yo una cigüeña
que me trajera el milagro
del sol de mi edad primera!





CANTO A LOS TRES ÁRBOLES








Mi corazón grabado a punta de navaja
quedó, con la inicial de nuestros nombres,
en la vieja madera de algún olmo
en la orilla del Duero en Los Tres Árboles.

Allí quedó en Las Pallas el silencio
de mi cuerpo desnudo bajo el agua.
Allí, el poema limpio, el verso en alto
de la irrepetible adolescencia

sobre el remo que abría el alma pura
del Duero entre las islas y dejaba
un aroma de vida entre la espuma
de la lenta agonía del verano.

No se moría nunca allí, en la fronda,
en la fragante alfombra que el estío
tejía en Los Tres Árboles, jamás,
aunque el sol se muriera cada tarde.

Había allí un misterio, un talismán
que protegía los cuerpos contra el miedo
y el luto de la edad. Los corazones
vivían con la luz como las frutas.

Hoy los restos de aquellas tardes dulces
de amores y aventuras en el soto
se levantan chirriando en las argollas
donde ataban las cuerdas de las barcas,

en las cañas hundidas de Las Pallas,
en las viejas cortezas de los olmos
donde yacen deformes corazones
dibujados a punta de navaja.















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