martes, 6 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Seguimos rescatando poemas de El camino diario. Hoy les toca el turno a los tres siguientes:








HOMBRE



Sigue a ese hombre,
esos ojos cargados de cien noches atrasadas,
esas manos llenas de herramientas
y vacías de premios.
Sigue a esa estatura de milenios
repartida antes que tú en la geografía del mundo,
en la raza de sueños infinitos de todas las culturas.
Sigue a esa existencia interminable
hasta ese hormiguero donde los trenes hablan
de suicidios, de amores, de trabajo, de hambre, de pan justo,
de justicia inexacta.

Síguela hasta el campo, la fábrica, la escuela,
el despacho, el hospital, la tumba...
Y aprende sus afanes, la erosión de su carne,
la embestida del surco, los sopapos
del humo y el hastío,
el hedor de la tinta sobornada,
la sábana empapada de dolor
y el broche final de los necrófagos.

Síguela y aprende cómo todos
nosotros empujamos la existencia de todos,
la noble eternidad de nuestra raza
con muertes solitarias,
con vidas hechas de hambre y soledad.

Sigue a ese hombre y bésale las manos:
él es tú mismo; él es todos nosotros
encarnados en él mismo.
Ahí, en esa ropa indestructible, pero a la vez perenne,
va el trabajo del hombre, el camino del hombre,
esta raza nuestra siempre a solas.




PAZ

Para mi madre


Aquí me ves buscando la paz de cada día
cuando es casi noviembre y las dalias confirman
bajo la terca lluvia tu verdad dolorida.
A veces me consuelo pensando que en la esquina
que sostiene tu ausencia favoreces la herida
de luz por donde manan estos versos de vida.
Y vivo con la paz que busco cada día
desde que el alba nace y rellena de prisa
el aljibe sereno que fue mi infancia un día,
y paso la jornada curando ortografías,
domando al castellano con naturales rimas.
Y la noche me alcanza con sus negras aristas
sin haber conseguido esta paz requerida.
¡Qué distinta tu paz ganada día a día
que después de tu adiós se convirtió en semilla,
en recuerdos eternos, en mito de familia!
Y recurro a tu nombre cuando la fe me olvida
para seguir diciendo que busco todavía,
como el pan o la ropa, la paz de cada día.



POEMA

Andamiando un poema,
aprendo a ser libre.
Si escribo, por ejemplo, la palabra nube,
una fuerza especial me arrebata del mundo,
y si escribo herramienta, esa fuerza especial
me devuelve al trabajo que ejerzo en este instante.
Son palabras que viven ellas solas
y a la vez me recuerdan que soy libre también.

Andamiando un poema,
aprendo a ser libre,
y al cerrarle sus puertas,
al ponerle el candado del fin,
se me vuelve a caer de la cumbre
la roca...
¡Y otra vez a subirla en las tablas
del andamio de un nuevo poema!
¡Y a seguir aprendiendo a ser libre
mientras haya una nube que me haga soñar
o una herramienta que me ligue al instante.

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