viernes, 30 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Las ranas (2)



Poseo en mi colección de ranas hasta una treintena de madera, desde la pinza para papeles hasta la marioneta, pasando por la tapadera de tarro, la guitarrista, el sacapuntas o la que tiene como base un tamborcillo verde con peces pintados, y de todas guardo un recuerdo, una anécdota, una experiencia existencial. De esta última, la rana que se apoya sobre un tamborcillo con peces pintados, y no muy atractiva que digamos, guardo, sin embargo, un cariñoso recuerdo porque me acompañó durante un tiempo muy difícil para mí, que fue cuando, allá a mediados de los noventa, me vi obligado a dejar la enseñanza privada donde había estado trabajando veintiocho años, durante los cuales aprendí todo lo necesario para ser buen profesor. Fueron momentos, como digo, muy duros, de los que no sabía cómo salir. Por entonces me compré un coche para ver si eso ayudaba a enfrentarme con éxito a mi nueva vida e inicié un negocio en Sabadell con dos personas de la profesión para ayudar a chicos con problemas de aprendizaje y concentración, algo así como un gabinete psicopedagógico. Un año intentamos sacar adelante aquello, pero circunstancias que no vienen al caso citar aquí, hicieron que todo acabara como el rosario de la aurora. El tiempo pasaba y el mundo laboral parecía separarse cada vez más de mi camino. Un día, con motivo de la visita en Tarrasa a un viejo conocido mío y compañero de aulas e infortunios, encontré en una tienda de la población vallesana una ranita de madera que hacía la reverencia o se ladeaba a un lado o a otro muy graciosamente según se apretara la pieza movible de la base delante, detrás o a los lados. El caso es que la pegué en el salpicadero del coche y, cuando lo ponía en marcha para acudir a algún sitio, acariciaba el tamborcillo de la base de la ranita o, simplemente su boca, esperando que la suerte se pusiera de mi parte. Y vaya si hizo la ranita cosas por mí. Por entonces se habían convocado por última vez Oposiciones a Profesores de Secundaria, eso era en 1997, y yo me presenté a ellas. debo decir que ese mismo año dos detalles de suerte vinieron a mi encuentro y el mundo creativo y laboral se juntaron en mi camino, que parecía empezar a ver la luz: uno fue que, tras apuntarme a las Listas para suplencias en la enseñanza pública o estatal, me llamaron de la Delegación de Sabadell, para que empezara mi trabajo como sustituto en la Escuela Industrial de esa misma población. No tengo que decir la alegría que me llevé al encontrarme de nuevo con el mundo de las aulas, la tiza, las lecciones y el cuidado de la educación de nuevos alumnos. El segundo detalle de suerte fue el premio de poesía que obtuve en Valencia por las Fallas de ese mismo año, premio que me otorgó un jurado presidido por Francisco Brines y que se encargó de entregarme en mano la que había sido ministra de cultura con Felipe González Carmen Alborg. Pero la suerte más grande fue el haber conseguido una plaza en las Oposiciones. Las pruebas se realizaron en un Instituto de Tarrasa y, cada vez que estacionaba el coche en las inmediaciones del Instituto para enfrentarme a una nueva prueba, acariciaba mi ranita de madera antes de apearme. Las ganas de aprobar y el convencimiento que tenía de que así iba a ser, junto con la experiencia ganada durante más de veintiocho años enseñando, fueron factores importantes para superar las Oposiciones. Pero sé también que algo de mi futuro como funcionario se debió a la suerte que me dio la ranita del tamborcillo.

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