domingo, 4 de octubre de 2009

POEMAS RESCATADOS

El camino diario es un poemario intimista con el que obtuve el Premio Boscán de 1979. La edición del libro corrió a cargo del Instituto Catalán de Cooperación Iberoamericana en 1981, organismo que pocos años después desapareció, junto con el Premio. De ahí que hoy sea prácticamente imposible encontrar un solo ejemplar de El camino diario. Por ello quiero rescatar los poemas que más quiero del libro.
En esta primera ocasión rescato los tres siguientes:

















IDENTIDAD



Nosotros los hombres, raza siempre a solas,
respiramos las horas necesitando palabras
que nos nombren, palmadas como espigas
de futuro sobre nuestros corazones.
Por eso yo me sé privilegiado
porque en mi camino brotan hombres
que me ayudan a crecer, a ser viento
de velas y molinos,
a ser agua de noria o sol de trigo.


Si una mano más alta
quitara el polvo de nuestros corazones,
el polvo de la prisa y de la indiferencia,
no sería todo un túnel para el hombre,
y las palabras más negras
se volverían canciones.
Yo pido para todos esa mano de lluvia
que haga de nuestra aislada identidad
un racimo maduro de ilusionados hombres.






CARTA
A ellos

Ellos sois vosotros, padres míos,
los que hicisteis el núcleo y la corteza
de lo que soy, una persona
convertida en anhelo de palabras,
de gestos y vivencias
de la casa que tuvimos junto al Duero.
El tiempo es un cordón umbilical
por donde voy y vengo
de vuestro abrazo, padres,
fresco como la menta, redondo como un fruto
sin invierno. Esta carta
es un sortilegio contra el paso de las horas,
contra las sombras de todos los sepulcros.
Es el hilo de oro
que ata mi conciencia a los molinos,
al potro y la plazuela,
a las ruinas del puente más antiguo,
al soto, las josas y los tesos...
Lugares sagrados que me crecen
en el surco donde vosotros, padres,
sembrasteis el amor por esa tierra.
Y eso ha hecho que crezca más seguro
en otras tierras
y las quiera como quiero a la nuestra.





METRO

Hay veces que los hombres
pierden la noción de la belleza, veces
que olvidan qué es un campo recién amanecido
porque han aprendido de repente
que un gesto o una palabra
pueden quebrar el eje de su mundo,
que hay injusticias diarias,
trenes que transforman
las albas en preámbulos de muerte.
En el metro se aprende a morir cada mañana,
a perder la fe en otros hombres,
pero también a multiplicar la confianza
en tantos seres hermanos, indefensos y anónimos.
Entrar cada mañana en esos túneles
es hacer despertar su identidad valiente
pese a que llevan escrita la soledad
esclava en sus miradas.

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