sábado, 31 de octubre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Lunas de hiel






Dentro del ocio, ir al cine a ver una película ocupa un lugar muy gratificante. Y si ésta deja hoda huella en el alma, el ocio se convierte en vivencia. Películas que hayan significado eso para mí existen unas cuantas, de las cuales las que vi en mi infancia y mi adolescencia se llevan la palma. Con el paso del tiempo son cada vez menos las películas que influyen en uno de ese modo. Aún así, de vez en cuando hay alguna que te sacude el alma con un montón de sentimientos muchas veces encontrados. Eso ocurre, por lo menos en mi caso, con Lunas de hiel, película que dirigió en 1992 Roman Polanski y cuya acción principal transcurre en un crucero con destino a la India. Lo que parece desde el principio un viaje de placer (la fotografía es excelente y las vistas del océano desde la cubierta del barco son un buen ejemplo) se convierte casi en una pesadilla, que va desde la atracción hasta la repugnancia, desde el momento en que el matrimonio compuesto por Nigel (Hugh Grant) y Fiona (Kristin Scott-Thomas), que tras siete años de matrimonio han decidido realizar ese viaje, encuentran bebida en el lavabo de señoras a Mimi (Emmanuelle Seigner), a quien ayudan y finalmente llevan a su camarote. Allí conocerán a Óscar (Peter Coyote), su marido, que está impedido en una silla de ruedas. A partir de ese momento, Nigel, que se siente atraído por Mimi, aguanta las sesiones de confidencias sexuales a que lo somete Óscar con tal de acercarse a su mujer y a través de las cuales se entera de que Óscar es un escritor frustrado que conoce en París de forma totalmente casual a Mimi, camarera de profesión. El flash back juega, por tanto un papel importante en la película, así como el diálogo llevado en su mayor parte por Óscar, un personaje amargado y corrompido desde que tuvo el accidente que lo condenó de por vida a una silla de ruedas y que está dipuesto a favorecer el encuentro sexual entre su propia mujer y Nigel. Al final no se consuma ese encuentro sino que todo se debe a una trampa que le tienden Mimi y Óscar. Las cosas se precipitan por un callejón sin salida hasta la escena en que las dos mujeres, Mimi y Fiona, se besan en la pista de baile ante las miradas atónitas de los concurrentes. Desde aquí a la escena última, golpe de efecto decepcionante aunque lógico, sólo hay el tiempo que emplea Nigel para, buscando a su esposa, llegar al camarote de Mimi donde las dos mujeres duermen juntas. Allí Óscar, con un arma de fuego en la mano (arma que le había regalado Mimi con intenciones clarísimas de que la empleara para sucicidarse), le invita a entrar para que presencie en primer lugar el asesinato de Mimi y luego su propia muerte, que se causa de un tiro en la boca. 139 minutos de toboganes siniestros, mordaces, amargos, ingredientes propios de la filmografía de Polanski, pese a las bellas vistas románticas de París y las esplendorosas marinas que se contemplan desde el barco. Película para ver más de una vez y no olvidar la pasta de que están hechos algunos hombres y algunas mujeres cuando el aburrimiento inunda sus vidas y buscan a toda costa ser "originales" en sus comportamientos cotidianos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario