jueves, 22 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Una música de siempre



Hoy, 22 de octubre, un día otoñal donde los haya, con su lluvia correspondiente y su luz gris tamizada, he llevado al hospital a mi hijo pequeño para una revisión médica derivada de su reciente accidente de tráfico, del que ya hice referencia en mi blog. De vuelta a casa nos hemos puesto a hablar de música y ha venido a cuento un cassete que escuchábamos a menudo hace muchos años en la casita de montaña que tuvimos en Esparraguera, con la vista imponente de Montserrat al fondo, cuando ellos, mis dos hijos eran muy pequeños y todos nosotros teníamos una hermosa vida por delante. Durante los fines de semana y las vacaciones, ya fueran las de Navidad, Semana Santa o verano, que, por mi condición de profesor, eran lo suficientemente amplias como para saborearlas a gusto en compañía de los míos, durante todo ese tiempo de ocio y paz hogareños, raro era el día en que, tras nuestro paseo por la Naturaleza en busca de bichos o simplemente para estar en contacto con el aire limpio y sano del campo, raro era el día, digo, que no escucháramos esa música especial que de pronto hoy, a casi treinta años de distancia, hemos vuelto a oír mi hijo pequeño y yo. Ya no tenemos la casita de montaña, ni la hermosa edad y esperanza que entonces abrigábamos todos, ni muchas otras cosas propias de la edad, el trabajo y la salud, pero nunca nos faltará aquella música que era testigo de nuestro tiempo y espacio vitales de entonces. Me refiero al trabajo de experimentación barroca y sinfónica del grupo Uriah Heep que da como resultado la magistral suite Progresiva de 16' 22, Salisbury, en la que existen arreglos orquestales de John Fiddy y donde destaca el órgano de Hensley, la fuerza de los coros, el solo de guitarra de Box o el bajo de Newton. Para que el lector pueda hacerse una idea de cuanto digo, a continuación incluyo ocho minutos de muestra.








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