jueves, 8 de octubre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Un susto



Hace unos días contaba aquí la dicha que es pasar en Barcelona un domingo por la mañana en compañía de mis hijos. Y ayer tan sólo fuimos al hospital a buscar a mi hijo pequeño que le daban el alta médica tras haber sufrido un accidente de moto el día anterior. La vida es así. Todo empezó el pasado martes por la mañana. Mi hijo pequeño apareció por casa para consultar en Internet la dirección de una editorial en Barcelona con el objeto de acercarse a ella en moto, una vespa de los años setenta que duerme en el garaje de la casa, y resolver unos trámites relacionados con una oposición que quiere hacer. Yo mismo le acompañé al garaje y vi, antes de partir hacia Barcelona, cómo se ajustaba el casco y desaparecía por la puerta del túnel de los garajes. A la hora de comer, como aún no había vuelto, empezamos a preocuparnos su madre y yo. Momentos antes, en la buhardilla, mientras retocaba un cuadro, una idea indefinible empezó a rondarme la cabeza, aunque al poco tiempo desapareció. Y cuando dábamos los primeros ataques al plato, sonó el teléfono. Lo cogió mi mujer y enseguida comprendí qué estaba ocurriendo. Llamaban desde el hospital de Taulí de Sabadell para decirnos que nuestro hijo estaba ingresado en Urgencias tras sufrir un accidente de moto, si bien nos tranquilizaron algo diciéndonos que estaba consciente y al parecer bastante bien dentro de lo que podía haber ocurrido. Según las palabras de la enfermera que llamaba, nuestro hijo tenía rota la clavícula derecha, una fisura en una costilla y una sonda para detectar si había algún daño interno. Dejamos el plato tal cual sobre la mesa y, tras intentar localizar en vano a mi nuera, partimos en coche hacia el Hospital, pasando antes por el colegio donde trabaja ella. Le contamos lo que había pasado y quedamos en vernos en el centro sanitario, pues ella iría a la guardería a buscar a mi nieto. Toda una odisea. Y no he dicho nada todavía del Hospital. Todo el mundo conoce el funcionamiento de nuestro sistema sanitario. Muchos reglamentos, recomendaciones y advertencias para los familiares de los pacientes, y escasos o ninguno para los del personal del Centro. Y las largas horas de espera sin información ninguna y sólo un acompañante por paciente y guarden silencio y orden y respeten la dignidad y un largo etcétera de paradójicos avisos y extrañas contradicciones. Que no les pase nada a ustedes ni a ningún familiar suyo para que no tengan que vivir lo que mi hijo pequeño y nosotros hemos tenido que pasar estos dos días que nos hemos visto obligados a vivir en Urgencias del Taulí. Claro que lo peor lo ha tenido que padecer el paciente (de ahi la palabra). Dejando a un lado los dolores resultantes del accidente, que de eso no tiene la culpa nadie, salvo el conductor del todoterreno que se metió en el carril de mi hijo pequeño sin avisar para tirarlo de la moto y arrastrarlo durante unos metros hasta dar con su cuerpo contra un poste de hierro que hay en el lugar de los hechos, está el box donde ha pasado cuarenta y ocho horas en una camilla que ni permite la idónea colocación de la mesa para comer, acompañado de otro paciente, cuando las normas prohiben compartir con otro enfermo el box, sin poder pegar ojo durante toda la noche porque el paciente de al lado no dejaba de quejarse a voz en grito sin que nadie mediara para remediarlo. Mi hijo me contó cómo había ocurrido el accidente y luego me pidió que en cuanto pudiera me diese una vuelta por la gasolinera en cuyas proximididades había ocurrido para ver si alguien de allí había visto algo y en especial para saber qué había sido de la vespa. Se lo prometí mientras llegaba a la conclusión de que al menos él empezaba a recuperarse del terrible golpe que había recibido. Luego salió a relucir el destino que habían corrido sus pertenencias, las llaves del piso, el tarjetero con toda su documentación y otros objetos extraviados pues entre los bomberos, la policía y la ambulancia que habían intervenido en el atestado del accidente la casa había quedado sin barrer. Unos a otros se pasaban la pelota y decían que todo lo habían guardado en la mochila que mi hijo llevaba. Sólo existía un sobre que contenía el carné de identidad, el mando a distancia del garaje de casa que yo le había proporcionado para que pudiera de regreso entrar en el túnel comunitario y el móvil, rayado e inservible tras el golpe. El primer día y sobre todo la primera noche fueron algo horrible para mi hijo. Nada más amanecer el siguiente, me arreglé y me fui a la policía local para hacer una declaración sobre el estado de mi hijo y recoger su casco, las gafas de sol y las llaves de la vespa. Después nos fuimos a pasar el día con él al Hospital, hasta que le dieron el alta, que fue por la tarde. Otra odisea para traerlo a casa. Pero ahora ya ha pasado todo y sólo queda esperar a que las fracturas se cierren. Creía que con la jubilación llegaría la paz y estaba equivocado, porque la paz siempre está en camino pero nunca acaba de llegar.

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