El tiempo es un huracán que todo lo arrastra inexorablemente, menos los recuerdos y el momento presente que se vive. Este sí que no me lo puede quitar. Y el de esta mañana de marzo luminosa en que ha desfilado el colegio de mi nieto Xavi ha sido de los que no se olvidan. Le acompañaba su hermanito Martí, un tierno león dormido en su cochecito.
Xavi iba disfrazado de teletubi más contento que unas pascuas, aunque a mitad de la rúa se ha cansado y me ha echado los brazos al cuello para que lo llevara en brazos un rato. Enseguida se ha unido a sus amiguitos y luego en la guardería ha participado en los juegos y canciones que han amenizado el momento a través de unos generosos altavoces. Allí niños, cuidadoras, papás y abuelos hemos formado una fiesta bulliciosa y colorida.
Lejos están aquellos carnavales de nuestra infancia, en los que, con un corcho quemado, transformábamos nuestros semblantes cotidianos en rostros infames de brujos, gánsteres o piratas.
Y mucho más lejos aún, al menos en el ánimo, se halla otro tipo de Carnaval insano perteneciente a un tiempo y una situación que más vale desterrar, aunque parte de uno y otra recogí en mi poemario de Bubok Hacia la luz, más bien para resumir una idea, una opinión acerca del modo de actuar de cierta gente.
Se trata de una pequeña copla que titulo de los Gerifaltes:
"¡Qué bien os va el Carnaval
disfrazados de sotana:
en una mano el misal
y en la otra la guadaña!"
Prefiero quedarme con la estampa viva de esta mañana. Es mucho más confortable y te empuja hacia lo más limpio.
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