viernes, 25 de marzo de 2011

El relato del mes

Tres relatos cortos

1. El cuadro




La niña pequeña del pintor no sabía que con el tiempo se convertiría en un caso de Estado. Ignacia Velázquez, morena, de ojos tristes, posó aquella mañana ante su padre en vez de jugar a las muñecas. Un mohín de enfado aún bailaba en sus labios cuando el artista le colocó en una mano la palma del Domingo de Ramos y le hizo que aguantara con la otra, sólo unos minutos para darle tiempo a trazar las primeras líneas del esbozo, un plato y una taza. La paciente niña, por unos cuantos minutos, se convirtió en Santa Rufina para siempre. La niña se hizo mujer, tuvo hijos y nietos y...un día, como le había ocurrido a su padre el artista mejor pagado de la historia de España, entregó su alma al que se la había dado. El cuadro rodó mucho tiempo hasta caer en manos del sexto marqués del Carpio, valido de Felipe IV; de estas manos pasó a las de Sebastián Martínez, amigo personal de Goya, el otro gran pintor español, y a mediados del siglo XIX, lo vemos en casa del marqués de Salamanca. Luego pasó a manos extranjeras y se volvió a ver en una subasta de París y más tarde, ya en el siglo XX, en otra de Londres; finalmente, el cuadro viajero apareció a finales del siglo pasado en NuevaYork rodeado de muchos millones de dólares y dolores, porque ya no era español. Ahora, de nuevo en Londres, España va a intentar recuperarlo en la subasta de julio de este año de 2007. Rodeada de una aureola ocre, aquella niña sigue mostrando su mirada triste y el mohín de enfado en sus labios. La palma convertida en palma de martirio, como el martirio que el Ministerio de Cultura debe de estar pasando por intentar recuperar un cuadro que nunca debió pasar a manos extranjeras.


2. Casademont




Ayer recibí una carta especial. El remite decía "Casademont. La Bruguera de Púbol, La Pera". Era de mi viejo amigo el pintor catalán enamorado del Ampurdán Francesc Casademont, que en otro tiempo había sido colega mío en el Colegio Viaró, de contradictoria memoria. Al ver el sobre, pensé que sería otra invitación suya para una nueva exposición de su lírica pintura, como otras veces había hecho, ya fuera en Barcelona, como aquella esplendorosa y restrospectiva del Banco de Bilbao de la plaza de Cataluña, o en la Galería Rusiñol de San Cugat del Vallés, donde últimamente se prodigaba mucho. Y con esa idea abrí el sobre. El contenido era una pequeña cartulina con uno de los motivos mediterráneos repetidos por Casademont: un verde pino asomado a las rocas de un cantil y el mar abajo, sobre cuyo horizonte violeta rielaba el triángulo blanco de la vela de un barco. Otra aventura pictórica del viejo y zumbón Casademont, pensé. Pero al darle la vuelta a la cartulina y leer el escrito que había al otro lado, un mazazo terrible golpeó mi corazón. Era un recordatorio de su última aventura. Una cruz y el texto "Pregueu Déu per Francesc d'Assís Casademont i Pou que descansà en la Pau del Senyor, el dia 10 d'agost de 2007 a l'edat de 83 anys...", no dejaban lugar a dudas. Mi simpático amigo acababa de hacer su última aventura. Sus familiares y amigos pedían un piadoso recuerdo para el eterno descanso de su alma. Y claro que le dediqué un recuerdo. El mejor que tuve entonces. Y leyendo el fragmento del Cant espiritual de Maragall que se ofrecía en la otra banda del recordatorio de su partida, le dediqué un poema de presencia y amistad y luego se lo mandé a su viuda Maria Àngels con una nota de condolencia. Adiós, viejo amigo, y vuelve alguna tarde por la Sala Rusiñol a deleitarnos con tu mágica pintura.


3. El pañuelo




“Querida madre: No te asustes cuando Iñaqui te entregue mi pañuelo y estas cuatro palabras que lo acompañan. Él te dirá qué ha ocurrido. Cuando esta mañana me lo anudé al cuello antes de iniciarse la carrera, me dije a mí mismo que ésta sería la última vez que me ponía delante de un toro, pasara lo que pasara. Quiero mucho a San Fermín y lo que significa para nuestra tierra cuando se acerca el 7 de julio. El abuelo corrió, papá corrió y yo quería seguir los pasos de uno y otro. Pero tu padecimiento puede más que la afición de la familia y la mía. Veré los toros desde la barrera. "
(De Relatos y microrrelatos, inédito)











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