lunes, 1 de noviembre de 2010

TEATRO ADAPTADO


LA PAREJA CIENTÍFICA, de Carlos Arniches
Siempre quise trabajar con esta magistral obra del dramaturgo alicantino. Ya de profesor de la EATP de Teatro del colegio privado, donde trabajé más de veintiocho años, la preparé con mis alumnos para ser representada un fin de curso. Últimamente, La pareja científica salió a relucir a raíz de un trabajo familiar sobre criminología, y lo pasé tan bien hablando de ello con mis hijos, que tomé la decisión de hacer mi propia interpretación del problema que vive el Peque Rata, el protagonista de la acción dramática. El resultado lo ofrezco aquí para disfrute de quien quiera aprovecharse de él.


PERSONAJES
(Por orden de aparición)
MÍNGUEZ , policía
REQUENA, policía, amigo del anterior
PEQUE RATA, golfillo
AUTOR


PRIMER CUADRO

La acción transcurre en una comisaría de policía de la capital de España, en la madrugada de la Nochebuena. En la antesala del comisario dormita REQUENA sentado en un banco, arrebujado en su capote, cerca de una estufa. Enfrente se halla el despacho del comisario, a la izquierda la puerta de la calle y a la derecha la que conduce a los calabozos. A poco entra, proveniente de la calle, MÍNGUEZ.

MÍNGUEZ. Buenas noches, Requena.
REQUENA. (Despertando.) Hola, Mínguez.
MÍNGUEZ. ¿Qué, descabezando un sueño?
REQUENA. (Desperezándose.) A ver qué otra cosa puedo hacer. ¿Qué noche hace por ahí fuera?
MÍNGUEZ. Un frío que corta el aliento. (Arrimándose a la estufa.) Aquí se está bien, ¿eh?
REQUENA. (Dejándole un sitio cerca de la estufa.) Siéntate aquí. (MÍNGUEZ obedece.) ¿De dónde vienes a estas horas?
MÍNGUEZ. De casa de mi sobrino Hilario. Le he llevao los papeles con la baja.
REQUENA. Oye, ¿es verdad lo que se dice por ahí?
MÍNGUEZ. ¿Y qué dicen por ahí?
REQUENA. Que se ha ido del cuerpo.
MÍNGUEZ. Es verdad. Y bien que ha hecho. Aquí no hay porvenir, Requena. Ya hemos llegao a nuestro techo.
REQUENA. Tienes muchísima razón, Mínguez. Aquí ya lo hemos hecho tó
MÍNGUEZ. Claro. Y mi sobrino, que aún es joven y tiene estudios para ser algo en la vida, hace bien en volar, ¿no te parece?
REQUENA. Por supuesto. ¿Y qué piensa hacer ahora? ¿A qué se va a dedicar?
MÍNGUEZ. Se está preparando pa Penales. Siempre le han tirao las letras. Ya lo conoces.
REQUENA. ¿Y estudia mucho?
MÍNGUEZ. Muchísimo. Y una cosas que, vamos, por lo que me ha explicao, los adelantos de hoy día en cosas de leyes son tan avanzaos que te pasman.
REQUENA. Por ejemplo…
MÍNGUEZ. Por ejemplo, me ha dicho que está estudiando un libro que es una cencia de esas nuevas que han salío ahora, ¿sabes?, que la dicen… espera que la recuerde… ¡ah, sí!, la llaman Entropometía, o algo parecido; pero no me hagas caso.
REQUENA. ¿Y de qué va eso?
MÍNGUEZ. Pues es un tratao, ¿sabes?, que lo lees y después que lo estudias bien estudiao, coges a un gachó cualquiera y na más tentarle la cabeza aquí y allá y mirarle las narices, conoces si es criminal o no es criminal.
REQUENA. (Asombrado.) ¿Por las narices?
MÍNGUEZ. ¡Por las narices!
REQUENA. (Sonriendo incrédulo.) Oye, Mínguez, a mí con cachondeos no, ¿eh?
MÍNGUEZ. ¿Cómo cachondeos? Eso es más verdad que el lucero del alba, que la Misa del Gallo. Y entavía te digo más. Dice mi sobrino Hilario que él agarra un ladrón, le toma las medidas de las orejas o de las narices y te dice lo que va a robar pasao mañana.
REQUENA. ¡Joder! Tú la traes de orujo, Mínguez.
MÍNGUEZ. ¿De orujo? Yo vengo hoy más templao que el sereno del barrio. Son cosas que no fallan, Requena, y cualquiera que se haya empapao de esa cencia, de esa Entropometía, te tienta la nuca o la frente y sabes lo que eres.
REQUENA. ¿A los solteros también?
MÍNGUEZ. A todos, Requena. Que tienes la frente abombá pa fuera, ladrón; que la tienes metía pa dentro, falsificador; ojos hundidos, asesino; labio inferior colgante, instintos feroces; pómulos salientes, creminalidad innata. Total: que te miran una uña y es como si te leyeran la cédula de identificación.
REQUENA. (Abriendo los ojos con admiración.) Chico, pues si eso es verdad, mete miedo.
MÍNGUEZ. Y entavía hay más.
REQUENA. ¿Más?
MÍNGUEZ. Sí. Mira. Agarramos nosotros un creminal, un supongamos…
REQUENA. Que es mucho suponer.
MÍNGUEZ. No es más que pa ejemplo. Pues enseguida va mi sobrino, le pringa el dedo gordo con polvo de imprenta, le hace que deje la señal marcada en un papel, y ya le pues dejar que te se escape. Huye a la Cochinchina y te lo traen.
REQUENA. ¿Qué te lo traen por la señal de los dedos? ¡Paparruchas!
MÍNGUEZ. ¿Qué no?
REQUENA. Que no hombre, que no. Cuando te se escapa un creminal, la señal que te hace con los dedos es feísima. ¡Lo sabré yo, que siempre me han hecho la misma!
(Suena un timbre.)
MÍNGUEZ. Es el comisario.
REQUENA. Entra a ver.
(MÍNGUEZ entra en el despacho del comisario.)
REQUENA. (Aparte.) ¡Vaya cencia esa que con sólo mirar las narices de un hombre se ve si es un creminal o no! Yo, la verdad, no creo en eso. Y menos en que con la señal de los dedos se descubre dónde se esconde el creminal ese. Seguro que este Mínguez quiere tomarme el pelo. ¡Claro, como hoy es Nochebuena, todo el mundo tiene derecho a contarte una de indios!
(Sale MÍNGUEZ del despacho del comisario con gesto de contrariedad.)
REQUENA. ¿Qué pasa?
MÍNGUEZ. No te lo vas a creer.
REQUENA. Prueba.
MÍNGUEZ. Naa, un guaje que hay en el calabozo, que tenemos que llevarlo de quincena.
REQUENA. Pues sí que es un numerito pa como está la noche.
MÍNGUEZ. Y qué remedio. Toma el oficio. (Le da un sobre grande.) Voy por él. (Coge una llave de la pared y desaparece por la puerta de la derecha.)
REQUENA. (Aparte.) Este oficio nuestro tiene estas cosas. Ni en la Nochebuena está uno libre de sobresaltos. Ahora que podíamos estar tranquilos al calor de la estufa tenemos que llevarnos a ese chico en medio de la que está cayendo. En fin, espero que estemos de vuelta pronto.
(Entra por la derecha el PEQUE RATA, descalzo, mal vestido con una chaqueta llena de remiendos y las manos refugiadas en los bolsillos de un pantalón andrajoso. Detrás, apoyando una mano sobre su hombro, viene MÍNGUEZ.)
PEQUE RATA. (Deteniéndose. A MÍNGUEZ) ¿Voy al juzgao?
MÍNGUEZ. (Empujándole.) Más lejos. Echa palante.
REQUENA. (Poniéndose en pie.) ¿Es este el chico?
MÍNGUEZ. Éste es. (Sujetándole por el brazo.) Espera un momento. (Se sube el cuello del capote. REQUENA imita a su compañero.) Vamos. (Los tres desaparecen por la puerta que va a la calle.)


SEGUNDO CUADRO

En la calle, alumbrada por una farola, que se encuentra a unos metros hacia la izquierda. El golfillo camina hacia ella lentamente, encogido por el frío, a unos pasos por delante de los guardias.

MÍNGUEZ. ¿De forma que tú no crees en esa cencia pa conocer creminales?
REQUENA. Natural que no. ¡Ni que fuera de pueblo!
MÍNGUEZ. ¿Quieres que hagamos la prueba con este golfo? Sólo pa que te convenzas de que lo que dice mi sobrino Hilario es cierto.
REQUENA. No perdemos na. Hazlo si quieres. Pero verás cómo no sacamos en claro na.
MÍNGUEZ. (Al PEQUE.) Chico.
PEQUE RATA. (Temblando de frío.) ¿Qué quiere ahora?
MÍNGUEZ. Ven aquí. (El PEQUE obedece. El guardia lo lleva debajo de la farola. Allí lo coge por el pescuezo.)
PEQUE RATA. (Aterrado.) ¿Pero qué me va a hacer usté?
MÍNGUEZ. A examinarte la creminalidaz . Saca la mandíbula.
PEQUE RATA. Yo no tengo deso, señor guardia.
REQUENA. No te apures, hombre. Que es un examen na más. (Ambos guardias empiezan a tantearle la cabeza.)
PEQUE RATA. ¿Qué me buscan ustés?
MÍNGUEZ. Calla y contesta: ¿Tú a qué te dedicas?
PEQUE RATA. (Haciendo un gesto con la mano.) A lo que cae por ahí, ya sabe, al afano.
MÍNGUEZ. (A REQUENA.) ¿Lo ves? Tiéntale: ocipucio abultao.
REQUENA. (Tentándole.) Lo veo, lo veo.
MÍNQUEZ. (Al PEQUE RATA.) ¿Qué has robao hoy?
PEQUE RATA. Un impremeable.
MÍNGUEZ. ( A REQUENA.) Fíjate en el temporal.
REQUENA. Saliente. El temporal lo tiene saliente.
MÍNGUEZ. Ahí lo tienes. Y ahora repara en sus narices.
REQUENA. Están hinchadas.
PEQUE RATA. Lo de las narices es de un puñetazo que me arreó el amo de la tienda cuando me agarraron.
MÍNGUEZ. No me refiero a la inflamación, sino a la estruztura. Este chico es un ejemplar, Requena, te lo digo yo. Y lo mires como y por donde lo mires, se le ve la creminalidaz nativa.
REQUENA. Bueno, bueno. Pero espera que lo investiguemos de palabra, que yo no me conformo con este examen superficial.
MÍNGUEZ. Verás cómo no falla. Empieza tú.
REQUENA. (Al PEQUE RATA.) A ver, chico, ¿cómo te llamas?
PEQUE RATA. El Peque Rata.
MÍNGUEZ. ¿Tienes madre?
PEQUE RATA. Sí, señor y no, señor.
MÍNGUEZ. A ver cómo es eso.
PEQUE RATA. Digo que sí porque la tengo, y digo que no porque es como si no la tuviese.
REQUENA. (A MÍNGUEZ.) Este chico nos está tomando el pelo.
MÍNGUEZ. Espera. (Al PEQUE RATA.) ¿Está en la cárcel?
PEQUE RATA. Sí, señor.
REQUENA. ¿Dónde vivíais antes?
PEQUE RATA. Pa hacia la Elipa, en el tejar de Canales, que mi madre cocía ladrillo; pero luego se ajuntó con uno que le dicen el Che de Valencia, que robó con dos más en un hotel de las Ventas, y a mi madre la complicaron. Total, que la llevaron a chirona y yo me quedé solo.
MÍNGUEZ. ¿Y tu padre?
PEQUE RATA. Lo conozco de vista, pero no lo trato.
REQUENA. ¿Y no tienes a nadie más?
PEQUE RATA. Sí, tengo una tía que es lavandera, que le dicen la Manchega, que vive a la orilla del río, pero en su casa son cinco bocas y no tiene más que tres lavaos, y cuando fui y le dije que si me podía dar algo, fue y me dijo: “A ver qué te voy a dar con esta miseria. Cuando tengas sed, bájate por aquí.”
REQUENA. ¿A ti no te habían puesto en ningún oficio?
PEQUE RATA. Sí, el que creo que es mi padre habló pa que me tomaran de aprendiz en una carpintería de la calle Hermosilla, y me tomaron. Pero como no tenía cuido de nadie, bajaba al taller con una ropa que se me veían las carnes. Hasta que un día me dijo el oficial: “Si vienes con esa ropita, pues más me enseñas tú a mí que yo te pueda enseñar a ti.” Y era verdá, que como voy pa grande había veces que la mujer del oficial me tenía que dar los recaos de espalda. Y por eso me aliviaron; quiero decir que me dieron el piro, vamos, las de Villadiego.
REQUENA. Ya te hemos entendido. ¿Y qué hiciste entonces?
PEQUE RATA. Me eché con otros a merodear por los mercaos. A veces hago maletas en la Estación del Mediodía porque en la del Norte está el Chulo Molla, que no deja a ninguno que viva.
MÍNGUEZ. ¿Y dónde duermes?
PEQUE RATA. Antes dormía en el Asador.
REQUENA. ¿Qué es eso?
PEQUE RATA. Las rejas del Teatro Real, que sale calefacción y se está tan ricamente. Pero vino el Mellao con una carta de recomendación pal sereno y a mí me echaron. Que es lo que yo digo: sin influencias no hay ná que hacer. Y salí de naja pa los desmontes del Oservatorio, y allí voy a la rosca con diez u doce.
REQUENA. ¿Y tú por qué robas?
PEQUE RATA. De algo hay que vivir. Pero ya ve usté: lo de hoy ma pasao por primo. El que se meta a bueno, la paga.
MÍNGUEZ. Pues ná, que anoche se nos coló en la cueva de los desmontes un chino desos que hacen cosas con papeles de colores, que no nos ha dejao pegar ojo en toa la noche de lo que ha tosío. Y esta mañana no dejaba de quejarse del pecho y no se podía levantar, y tós han dicho: “Éste la diña”, y han puesto pies en polvorosa, que se han ido de naja, que se han largao…
REQUENA. Ya te hemos entendido. ¿Y tú qué has hecho?
PEQUE RATA. ¿Qué voy a hacer? Que el chino ese muribundo me hacía señas de que no me marchara como los demás, y me ha explicao que tenía hambre, y, claro, uno, pos que no va a dejar que se muera una persona aunque sea extranjera; y me eché por ahí, y dije: “Voy a ver si doy un tirón y le llevo algo de comer al chino.” Pero me han atrapao y ahora me llevan ustés a la trena. ¡Pobre chino! ¡Qué pensará de mí!
REQUENA. (A MÍNGUEZ.) ¿Estás viendo cómo no hay tal creminalidaz nativa, so zopenco?
MÍNGUEZ. Entonces ¿por qué roba este golfo? ¿Por qué es reincidente? Vamos a ver.
REQUENA. Muy sencillo, hombre. Pues porque el que no puede ganarlo, o no le han enseñao a que se lo gane, cuando tiene hambre y ve un panecillo, tira con él…, tenga las narices como las tenga.
MÍNGUEZ. De modo que la cencia de mi sobrino Hilario…
REQUENA. Naranjas de la China.
MÍNGUEZ. Entonces, ¿tú crees que el Tratao…?
REQUENA. Cuando se tiene hambre, el tratao en cuestión es el panadero, amigo Mínguez. Tó lo demás, pamplinas.
PEQUE RATA. (Moviéndose de un lado a otro golpeando el suelo con los pies y castañeteándole los dientes de frío.) ¿Quieren ustés que andemos?
REQUENA. ¿Qué te pasa?
PEQUE RATA. Pues que no me tengo de frío, guardias. ¡Estoy helao!
REQUENA. ¡Pobre criatura! ¡Qué mala suerte la suya!
(Se oyen voces y cánticos que se acercan por la izquierda. Enseguida aparece un grupo de gente que cantan y tocan zambombas y panderetas. Se cruzan con el PEQUE RATA y los guardias sin dejar la bulla. Uno de ellos canta.)
Los pastores de Belén
todos juntos van por leña,
para calentar al Niño
que nació en la Nochebuena.
(Salen por la derecha.)
(Los guardias y el golfillo reanudan silenciosos su marcha hasta desaparecer por la izquierda. Sigue oyéndose cada vez más lejana la voz cantante del grupo.)
Ande, ande, ande,
la Marimorena.
Ande, ande, ande,
que es la Nochebuena.
(Silencio. Oscuro)


TERCER CUADRO

La misma calle. El AUTOR se acerca a la embocadura para dirigirse a los espectadores.

AUTOR. (Serio, reflexivo.) Señoras y señores. Perdonen por el asunto que les acabo de exponer hace un momento. Quiero, sin embargo, que reflexionen conmigo sobre la situación de los golfillos como el que acaban de ver desfilar por este escenario. Deberíamos sentir dolor, inquietud, remordimiento ante estas miserables criaturas hambrientas, semilla de futura criminalidad si no le ponemos pronto remedio. Estoy seguro de que todos ustedes, señoras y señores, son caritativos. Pero perdónenme si les digo que su caridad no debe de ser suficiente mientras haya criaturas que en las crudas noches de invierno duermen en los quicios de las puertas o en las cuevas de los desmontes. Las plazas de los asilos y los albergues que ustedes sufragan tan generosamente son para los hijos o sobrinos de las cocineras, las planchadoras o los servidores que forman parte de la burocracia relacionada con la beneficencia oficial. A los verdaderos desvalidos no les llega nada de esas ayudas suyas. (Pausa.) Yo pido desde este escenario algo de su caridad para ellos, señoras y señores. Para esos golfillos roñosos, mal vestidos, hambrientos, sin hogar, sin parientes, sin nadie. Para esos míseros chiquillos que a la salida de los teatros y de los bailes corretean alrededor de sus carruajes en las noches de crudo y frío invierno avisando a voces a chóferes y cocheros los nombres de cada uno de ustedes, señoras y señores, nombres ilustres, poderosos, opulentos. Voces que claman en la noche su piedad, señoras y señores. Sé que responderán satisfactoriamente. Gracias.

(Silencio. Oscuro.)


FIN

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