viernes, 19 de noviembre de 2010

CURSOS

Tres poetas románticos españoles



José de Espronceda (1808-1842) nació en Almendralejo (Badajoz) y fue discípulo de Lista en el colegio de San Mateo. De muchacho perteneció a Los Numantinos, sociedad secreta juvenil que se levantó a la muerte de Riego, por lo que sufrió encarcelamiento. Más tarde huyó a Portugal, donde conoció a Teresa Mancha, la pasión de su vida. La siguió hasta Inglaterra y Francia. Allí, aunque estaba ya casada, la convenció para que volviera con él, una vez amnistiado, a España. Teresa murió muy joven de tuberculosis, y el poeta, un poco más tarde de una infección de garganta cuando le faltaba poco para casarse.

Su obra poética podemos clasificarla del modo siguiente:
a) poesías que exaltan los valores vitales y personajes fuera de la ley, como la muy conocida Canción del pirata, que empieza

"Con diez cañones por banda
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín:
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido,
en todo el mar conocido
del uno al otro confín..."

b) composiciones de influjo prerromántico, entre las que destaca el Himno al sol, del que copio los siguientes versos;

“Para y óyeme, ¡oh, Sol! Yo te saludo
y, extático ante ti, me atrevo a hablarte;
ardiente como tú mi fantasía,
arrebatada en ansia de admirarte,
intrépidas a ti sus alas guía…”;

y c) poemas extensos , como El Diablo Mundo, incompleto y en el que está incluido el famoso Canto a Teresa, que empieza

“¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
le quedó al corazón sólo un gemido,
¡y el llanto que al dolor los ojos niegan,
lágrimas son de hiel que el alma anegan!”;

también conviene destacar El estudiante de Salamanca, una historia de amores desgraciados, cuyo protagonista, Félix de Montemar , es un precedente de don Juan Tenorio, de Zorrilla. Leamos unos versos de esta obra.

“¡Ah! Llora, sí, ¡pobre Elvira!
¡Triste amante abandonada!
Esas hojas de esas flores
que distraída tú arrancas,
¿sabes adónde, infeliz,
el viento las arrebata?
Donde fueron tus amores,
tu ilusión y tu esperanza.”





Rosalía de Castro (1837-1885) nació en Santiago de Compostela de padre desconocido. Luego se trasladó a Madrid, donde conoció al historiador Martínez Murguía, con quien se casó y tuvo siete hijos. La familia vivió en varias ciudades gallegas y castellanas. De vuelta a Galicia, Rosalía, ya muy enferma, murió en Padrón, aunque sus restos descansan hoy en Santiago.

Cultivó la novela, tanto de tipo romántico (La hija del mar) como la de tono claramente filosófico y satírico (El caballero de las botas azules). Pero su fama se debe a la poesía, género que inició con La flor y A mi madre, poemarios de rasgos claramente románticos a lo Espronceda en ocasiones. Luego implantó un camino personal principalmente en tres libros, dos escritos en gallego (Cantares gallegos y Follas novas) y uno en castellano (En las orillas del Sar). Sus inicios inspirados en Espronceda y en el folclore popular de su tierra van cediendo paso a una melancolía íntima y profunda y a un pesimismo de tipo intelectual. Con Bécquer, enlaza el Romanticismo con el Modernismo y el 98.

Leamos una breve muestra de su poesía:


“Yo las amo, yo las oigo
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.
Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.” (Las campanas)

“Una sombra tristísima, indefinible y vaga
como lo incierto, siempre ante mis ojos va,
tras de otra sombra vaga que sin cesar huye,
corriendo sin cesar.
Ignoro su destino…; mas no sé por qué temo
al ver su ansia mortal,
que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.”


“No va solo el que llora,
no os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
basta un pesar al alma;
jamás, jamás le bastará una dicha.
Juguete del destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.” (En las orillas del Sar)


Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) nació en Sevilla y a corta edad quedó huérfano de padre y madre. Se trasladó a Madrid, donde pasó aprietos al principio hasta que el ministro González Bravo lo protegió y le concedió un puesto en la administración. Se casó con Casta Esteban pero su matrimonio no fue feliz. Contrajo tuberculosis y pasó temporadas en el monasterio de Veruela para sanar la enfermedad. Pero nunca se recuperó y, todavía muy joven, murió a causa de ella. Al año siguiente de su muerte los amigos más cercanos del poeta editaron sus obras en dos tomos.

Además de Cartas literarias a una mujer y Cartas desde mi celda (escritas estas últimas desde el monasterio de Veruela, adonde había ido a curarse) y Leyendas en prosa, que son puros ejemplos de lirismo, como El monte de las Ánimas o El rayo de luna, inspirada ésta en el citado Canto a Teresa, de Espronceda, Bécquer escribió las famosas Rimas, apenas un centenar de composiciones breves llenas de musicalidad y emoción contenida, cuyos temas esenciales son:
a) .-el amor en todas sus fases, desde el entusiasmo (“Hoy la tierra y los cielos me sonríen; / hoy llega al fondo de mi alma el sol…”) hasta el desengaño ("Como se arranca el hierro de una herida,/ su amor de las entrañas me arranqué..."), pasando por la traición (“Me ha herido recatándose en las sombras, / sellando con un beso su traición…”) ,
b) .-el dolor y la soledad ("...¡Por piedad!...¡Tengo miedo de quedarme / con mi dolor a solas!"),
c) .-la muerte (“Cerraron sus ojos, / que aún tenía abiertos, / taparon su cara / con un blanco lienzo, / y unos sollozando / y otros en silencio, / de la triste alcoba / todos se salieron…”)
d) .-la propia poesía y el proceso creador (“Espíritu sin nombre, / indefinible esencia, / yo vivo con la vida / sin formas de la idea. / Yo nado en el vacío, / del sol tiemblo en la hoguera, / palpito entre las sombras / y floto con las nieblas”).
De las dos formas de poesía, de las que habla en la recensión que hizo del libro de su amigo Augusto Ferrán, La soledad (una magnífica y sonora, llena de adornos y majestad, y otra natural, breve, íntima, idónea para ser leída a solas), elige la segunda, porque es, según él, la que pone en comunicación directa y emotiva al autor con el lector.
Leamos una breve muestra de su poesía:


“Cuando volvemos las fugaces horas
del pasado a evocar,
temblando brilla en sus pestañas negras
una lágrima pronta a resbalar.
Y al fin resbala, y cae como gota
de rocío, al pensar
que, cual hoy por ayer, por hoy mañana,
volveremos los dos a suspirar.”


“Llegó la noche y no encontré un asilo.
¡Y tuve sed!... Mis lágrimas bebí;
¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos
cerré para morir!
¡Estaba en el desierto! Aunque a mi oído
de las turbas llegaba el ronco hervir.
Yo era huérfano y pobre… ¡El mundo estaba
desierto… para mí!”

“Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada;
oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¡Es el amor que pasa!” (Rimas)

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