Si hay un año que merezca pasar a la historia por méritos propios ese será sin duda 2010. ¡Cuántas cosas han ocurrido en lo que llevamos de año! Buenas y malas. Entre éstas, la política y la economía, que andan en manos de irresponsables y Dios sabe adónde nos llevarán un día. Hasta la forma que tienen los políticos de plantear sus campañas electorales (ahora le toca a mi comunidad autónoma, que es Cataluña) ha cambiado radicalmente y creo que para mal: los mítines se han convertido en una guerra de insultos y descalificaciones (aunque eso ha cambiado poco, la verdad) y, no satisfechos los gerifaltes de la política con ese tipo de procedimiento, ajeno a lo que se ha dado en llamar democracia, han recurrido a la moda de presentar vídeos donde se ridiculiza al adversario político hasta puntos esperpénticos o se invita al voto del elector simpatizante con imágenes rayanas en la zafiedad y sordidez (no cito ninguna porque de todos son conocidas a través de la televisión). Aún así, prefiero quedarme con las cosas buenas. Y la mejor de todas es el nacimiento de mi segundo nieto, Martí, y la ampliación de mi ternura.
Hoy he vuelto a ser abuelo.
La vida, así, me regala
nueva firmeza de ala
para sostener mi vuelo.
¡Qué diferente es hoy de antaño la relación entre abuelos y nietos! Apenas recuerdo detalles, juegos, paseos, charlas, entre mis abuelos y yo, a excepción de mi abuela materna, que vivió algunos años con nosotros en diversas épocas de nuestras vidas y de mi abuelo materno, del que recuerdo entre neblinas de la infancia que era guarda jurado y en alguna ocasión me llevó por caminos de viñas y castillos, pueblos pequeños y aires rurales, muy cerca de Medina del Campo (no tuve la dicha de conocer a mis abuelos paternos).
Simplemente quiero decir que las relaciones que hoy tengo con mi nieto Xavi y las que tendré con su hermanito Martí a medida que crezcan uno y otro son la inyección de esperanza que necesito para seguir viviendo.
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