En bici por Collserola
Ayer domingo salí en bici por Collserola después de muchos años. Mientras ascendía por Can Catá con mi hijo pequeño y un amigo de confianza, iba recordando las salidas en grupo que solíamos hacer todos los domingos por los alrededores de Cerdanyola. Eran otros años, las piernas y el corazón más frescos, los piques a la orden de la marcha, cuestas, caminos, bosques que quedaban atrás al paso de nuestras ruedas. Ahora me conformo con ir cerrando el grupo, midiendo mis fuerzas, atendiendo al corazón y a las piernas. Lo que importa es acompasar el ritmo, hablar lo menos posible, cambiar cada dos por tres, el plato medio y los piñones grandes... Mientras escribo estas palabras, no puedo por menos de recordar al jefe del grupo de aquellos años, al amigo José, experto ciclista, generoso en ayudar a los más débiles, animar a los rezagados... Un día me convenció para acompañarle hasta Barcelona por la Meridiana, atravesar la ciudad hasta Balmes y allí ascender al Tibidabo. Yo solo no me habría atrevido nunca a hacer tamaña proeza, pero con José al lado, con sus ánimos, sus esperas, su buen humor, logré llegar arriba. Eso sí, derrengado y al límite de mis fuerzas. El descenso por la Rabasada hasta San Cugat, de vértigo, lo hice apenas sin darme cuenta, siempre detrás de José. Sólo cuando llegué a la entrada de San Cugat caí en la cuenta de lo que acababa de hacer. Y me bajé de la bici para soltar todos los nervios y el miedo que llevaba. Eran otros tiempos. José se fue hace unos años a correr su última etapa. Mientras escribo estas palabras, recuerdo la salida de ayer con mi hijo pequeño y un amigo de confianza (ellos formaban también parte de aquel grupo primitivo explorador de cuestas, caminos y bosques en el que José era el comandante) por Collserola, por las mismas cuestas, caminos y bosques de antaño, pero con las fuerzas de ahora, bastante más menguadas que ayer. El tiempo no pasa en balde, pero si se hacen las cosas del pasado con la misma ilusión de siempre, el cansancio se nota menos. Eso lo compruebo a menudo, cuando recorro solo los alrededores de Tossa, entre pequeñas cuestas, caminos y pinares solitarios.
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