Cabeza de Tortilla
10. Historia de un poeta (y 2)
Berni encontró un hueco en la plaza vecina y allí estacionó el coche de su amigo. Al entrar en la calle le envolvió un silencio extraño, roto de repente por las risas nuevas de un niño de corta edad, risas que algún ser querido debía de estar robándole con juegos y carantoñas. Con el cuaderno del poeta bajo el brazo subió a su solitario piso. Por un momento creyó que sonaba el teléfono y por un momento también soñó con la posibilidad de que al otro lado del aparato estuviera su amigo para hablarle de cómo le había ido el día y luego le diría algún verso de Kavafis como despedida. Pero todo era un sueño, y sólo la soledad y el silencio le acompañarían durante aquella noche. La soledad, el silencio y el cuaderno del poeta que llevaba bajo el brazo.
Y cuando, sin probar bocado, se metió en el lecho y se disponía a abrir el cuaderno del poeta para echar una ojeada a sus versos, un sobre de su interior cayó sobre la colcha. Dentro había una carta dirigida a él. Leyó: “Mi querido y fiel Berni, esta carta que acompaña a mis últimos poemas no quiere ser una despedida. Te conozco. Y antes de que saques conclusiones equivocadas, quiero dejarlo bien claro. No, no es una despedida, sino mi más entrañable agradecimiento por la amistad incondicional que me has mostrado durante tantos y tantos años desde nuestra más remota infancia, de cuando junto al río nos contabas aquellas historias tan divertidas. Juntos hemos vivido, luchado y disfrutado casi de las mismas cosas. Hemos crecido y envejecido uno al lado del otro y no hay un solo secreto mío que no conozcas. Sabes de mis inclinaciones sexuales casi desde cuando aparecí en tu vida, y mi piel, arrugada y seca por la edad y las dolencias de este monstruo que me devora sin descanso, es como un pergamino donde están escritos mis sentimientos. Y tú has sabido leerlos como nadie, querido Berni. Por ello, porque te debo mi agradecimiento, quiero también en esta carta desvelar ante ti otros silencios de mi vida, silencios anteriores a mi venida a Barcelona. Leerás en el cuaderno estas palabras: “Nada refrenó mis pasos. / Me armé de valor y acudí libre / hacia placeres que existían / en mi ser y en la verdad del mundo. / En la noche de enfebrecida luz / bebí el vino más fuerte, / como sólo los héroes beben el placer.” Estas palabras tienen que ver con mi primera experiencia homosexual. Después todo fue más fácil. Ya no me gustaban tanto los lugares frecuentados por la gente que habla de una cosa y siente otra, y en vez de ir a los teatros, a los casinos, a las cenas y fiestas de empingorotados personajes para hallar inspiración de mis poemas, busqué mi satisfacción y mi inspiración en los barrios, en los bullicios sinceros de las fiestas populares, en las cantinas, en los “meublés”, en las habitaciones recónditas de cafés nocturnos y casi clandestinos pero que para mí tenían toda la verdad de la vida sin paliativos ni falsos eufemismos. Así fui modelando, amigo, mi modo de vivir y de sentir, y aunque siempre había mostrado gran fascinación por los campos y la naturaleza, el paisaje de mi obra, como muy bien sabes tú, es el de los lugares que he citado. También nosotros fuimos jóvenes y tuvimos cuerpos lozanos y llenos de vigor para el amor que más nos gustaba, en contra de lo que opinaba y opina esta sociedad puritana que nos rodea. Verás en el cuaderno escritos estos versos: “Acaban de saciar su amor prohibido. / Del lecho se levantan, / vistiéndose deprisa, sin hablarse. / Cada uno por su lado, / furtivamente, salen de casa. / Luego marchan, inquietos, por las calles / como si sospecharan / que algo en ellos traiciona / en qué clase de cama pecaron hace poco. / ¡Pero cuánto ha ganado la vida del poeta! / Y mañana, después de muchos años, / los versos que tuvieron ahí su origen / sonarán vigorosos, puros, libres.” Mis inclinaciones amorosas eran más importantes que toda la sabiduría que me daban los libros. De los cuerpos que festejan su vida manaba toda la sabiduría que me llenaba. Aún hoy, que me marcho al dolor y acaso más lejos todavía, sigo sintiendo lo mismo. Anciano, caduco, casi tierra, entré hace unos días en nuestro bar y encontré apoyado sobre un velador y ante su periódico a un viejo como yo, pero más solo y más triste. Tal vez pensaba él que había gozado muy poco de su vigor juvenil cuando fue mozo. Tal vez pensaba en el modo en que se burlaba de él la sabiduría y cómo se había fiado de ella cuando le decía: “Mañana, mañana; tienes mucho tiempo todavía”. Tal vez recordaba el triste y solitario anciano impulsos que había contenido, sacrificios de su felicidad. Y de tanto recordar el pasado, se quedó dormido sobre el velador. Pero mi vejez no ha sido tan patética. Porque yo sí disfruté como nadie, y tú bien lo sabes desde que me conoces. Porque a pesar de pertenecer a una clase social bastante acomodada y estar en contacto con aquel mundo relamido, puritano y falso en que los derechos homosexuales no habían sido ni siquiera planteados, acepté mi condición con todas las consecuencias. En el cuaderno hallarás estas palabras: “Sin ninguna piedad y sin pudor, / en torno mío sólidas murallas levantaron. / Y ahora permanezco aquí, en mi soledad, / meditando en mi mala suerte. / Y no me daba cuenta / de que estaban levantando gruesos muros / en torno a mi persona. / No escuché el trabajar de los obreros / ni sus voces taimadas. / En silencio me tapiaron el mundo”. Y es que ser homosexual, tú lo sabes bien , mi querido Berni, implica estar marcado, soportar obstáculos de todo tipo, críticas negativas que te impiden llevar a cabo muchos proyectos y trabajos. Pero me dio igual todo, rechacé la “normal” ciudadanía y prescindí de riquezas para practicar libremente mi inclinación sexual, que considero tan digna como cualquier clase de amor, y no di marcha atrás a mis impulsos. Si lo hubiera hecho, mi vida y mi obra no tendrían ninguna credibilidad y habría sido como tantos hombres que empeñan su vida por el mal entendido buen prestigio y todas esas banalidades que no sirven para nada en el mundo del arte. De este modo, bien puedo decir que he llegado a la madurez, a la vejez, sin haber renunciado nunca a lo que mi corazón ha sentido y perseguido siempre. Ahora la poesía es mi único consuelo, aunque esté con ello reconociendo tímida y humildemente mi irrenunciable debilidad humana. En este cuaderno leerás lo siguiente: “Claramente veo ahora / el sentido de mis años mozos, / de mi voluptuosa vida juvenil. / ¡Qué innecesarios y vanos remordimientos! / Pero entonces no podía verlo claro. / Y fue en la fuente de mi vida joven / donde bebió mi poesía, / donde sació su sed mi humilde arte. / Por ello mis enmiendas / duraban dos semanas como máximo.” Lo demás ya lo sabes. El fumar demasiado crió dentro de mí este animal que me devora tan deprisa y me tiene puesto de nuevo bajo el yugo del miedo. Tú comprobaste que el no poder hablar como siempre ni contar mis historias ni recitar mis poemas empezó a deprimirme y me impuso la obligación de vivir la sensación de impotencia y soledad de los últimos tiempos. Y ahora sí, amigo mío, ahora por fin llega el tiempo de la despedida. Pero no te pongas triste. Si un día vuelvo, seguiremos abrazándonos como fogosos jóvenes hasta quemarnos la piel en los abrazos. Y, si por el contrario, no vuelvo, lee estos versos que aparecen al final del cuaderno, que acaso te proporcionarán algún tipo de consuelo: “Las voces amadas de los muertos / a veces en los sueños conversan con nosotros, / nuestra imaginación a veces las escucha. / Entonces con sus ecos / otros ecos regresan / como una música dulce / que en la noche desierta nos alivia las penas.”
Recordaba Berni con lágrimas en los ojos que el poeta regresó del Hospital tocado por la muerte. Los médicos, al abrir para operarle, vieron que el cáncer estaba muy extendido y volvieron a cerrar el corte lamentando no poder hacer ya nada por él. A los dos meses Merlo moría entre horribles dolores apenas aliviados por la morfina. Los miembros de la tertulia le hicieron un homenaje en el Blues leyendo versos suyos. Berni prefirió no asistir. En cambio, mandó una carta que cerró emotivamente el acto, una carta cuya última frase era una cita del propio poeta: “Alejado del mundo, sólo para la poesía vivía; unos versos bellos eran para él todo cuanto ansiaba.”
Y cuando, sin probar bocado, se metió en el lecho y se disponía a abrir el cuaderno del poeta para echar una ojeada a sus versos, un sobre de su interior cayó sobre la colcha. Dentro había una carta dirigida a él. Leyó: “Mi querido y fiel Berni, esta carta que acompaña a mis últimos poemas no quiere ser una despedida. Te conozco. Y antes de que saques conclusiones equivocadas, quiero dejarlo bien claro. No, no es una despedida, sino mi más entrañable agradecimiento por la amistad incondicional que me has mostrado durante tantos y tantos años desde nuestra más remota infancia, de cuando junto al río nos contabas aquellas historias tan divertidas. Juntos hemos vivido, luchado y disfrutado casi de las mismas cosas. Hemos crecido y envejecido uno al lado del otro y no hay un solo secreto mío que no conozcas. Sabes de mis inclinaciones sexuales casi desde cuando aparecí en tu vida, y mi piel, arrugada y seca por la edad y las dolencias de este monstruo que me devora sin descanso, es como un pergamino donde están escritos mis sentimientos. Y tú has sabido leerlos como nadie, querido Berni. Por ello, porque te debo mi agradecimiento, quiero también en esta carta desvelar ante ti otros silencios de mi vida, silencios anteriores a mi venida a Barcelona. Leerás en el cuaderno estas palabras: “Nada refrenó mis pasos. / Me armé de valor y acudí libre / hacia placeres que existían / en mi ser y en la verdad del mundo. / En la noche de enfebrecida luz / bebí el vino más fuerte, / como sólo los héroes beben el placer.” Estas palabras tienen que ver con mi primera experiencia homosexual. Después todo fue más fácil. Ya no me gustaban tanto los lugares frecuentados por la gente que habla de una cosa y siente otra, y en vez de ir a los teatros, a los casinos, a las cenas y fiestas de empingorotados personajes para hallar inspiración de mis poemas, busqué mi satisfacción y mi inspiración en los barrios, en los bullicios sinceros de las fiestas populares, en las cantinas, en los “meublés”, en las habitaciones recónditas de cafés nocturnos y casi clandestinos pero que para mí tenían toda la verdad de la vida sin paliativos ni falsos eufemismos. Así fui modelando, amigo, mi modo de vivir y de sentir, y aunque siempre había mostrado gran fascinación por los campos y la naturaleza, el paisaje de mi obra, como muy bien sabes tú, es el de los lugares que he citado. También nosotros fuimos jóvenes y tuvimos cuerpos lozanos y llenos de vigor para el amor que más nos gustaba, en contra de lo que opinaba y opina esta sociedad puritana que nos rodea. Verás en el cuaderno escritos estos versos: “Acaban de saciar su amor prohibido. / Del lecho se levantan, / vistiéndose deprisa, sin hablarse. / Cada uno por su lado, / furtivamente, salen de casa. / Luego marchan, inquietos, por las calles / como si sospecharan / que algo en ellos traiciona / en qué clase de cama pecaron hace poco. / ¡Pero cuánto ha ganado la vida del poeta! / Y mañana, después de muchos años, / los versos que tuvieron ahí su origen / sonarán vigorosos, puros, libres.” Mis inclinaciones amorosas eran más importantes que toda la sabiduría que me daban los libros. De los cuerpos que festejan su vida manaba toda la sabiduría que me llenaba. Aún hoy, que me marcho al dolor y acaso más lejos todavía, sigo sintiendo lo mismo. Anciano, caduco, casi tierra, entré hace unos días en nuestro bar y encontré apoyado sobre un velador y ante su periódico a un viejo como yo, pero más solo y más triste. Tal vez pensaba él que había gozado muy poco de su vigor juvenil cuando fue mozo. Tal vez pensaba en el modo en que se burlaba de él la sabiduría y cómo se había fiado de ella cuando le decía: “Mañana, mañana; tienes mucho tiempo todavía”. Tal vez recordaba el triste y solitario anciano impulsos que había contenido, sacrificios de su felicidad. Y de tanto recordar el pasado, se quedó dormido sobre el velador. Pero mi vejez no ha sido tan patética. Porque yo sí disfruté como nadie, y tú bien lo sabes desde que me conoces. Porque a pesar de pertenecer a una clase social bastante acomodada y estar en contacto con aquel mundo relamido, puritano y falso en que los derechos homosexuales no habían sido ni siquiera planteados, acepté mi condición con todas las consecuencias. En el cuaderno hallarás estas palabras: “Sin ninguna piedad y sin pudor, / en torno mío sólidas murallas levantaron. / Y ahora permanezco aquí, en mi soledad, / meditando en mi mala suerte. / Y no me daba cuenta / de que estaban levantando gruesos muros / en torno a mi persona. / No escuché el trabajar de los obreros / ni sus voces taimadas. / En silencio me tapiaron el mundo”. Y es que ser homosexual, tú lo sabes bien , mi querido Berni, implica estar marcado, soportar obstáculos de todo tipo, críticas negativas que te impiden llevar a cabo muchos proyectos y trabajos. Pero me dio igual todo, rechacé la “normal” ciudadanía y prescindí de riquezas para practicar libremente mi inclinación sexual, que considero tan digna como cualquier clase de amor, y no di marcha atrás a mis impulsos. Si lo hubiera hecho, mi vida y mi obra no tendrían ninguna credibilidad y habría sido como tantos hombres que empeñan su vida por el mal entendido buen prestigio y todas esas banalidades que no sirven para nada en el mundo del arte. De este modo, bien puedo decir que he llegado a la madurez, a la vejez, sin haber renunciado nunca a lo que mi corazón ha sentido y perseguido siempre. Ahora la poesía es mi único consuelo, aunque esté con ello reconociendo tímida y humildemente mi irrenunciable debilidad humana. En este cuaderno leerás lo siguiente: “Claramente veo ahora / el sentido de mis años mozos, / de mi voluptuosa vida juvenil. / ¡Qué innecesarios y vanos remordimientos! / Pero entonces no podía verlo claro. / Y fue en la fuente de mi vida joven / donde bebió mi poesía, / donde sació su sed mi humilde arte. / Por ello mis enmiendas / duraban dos semanas como máximo.” Lo demás ya lo sabes. El fumar demasiado crió dentro de mí este animal que me devora tan deprisa y me tiene puesto de nuevo bajo el yugo del miedo. Tú comprobaste que el no poder hablar como siempre ni contar mis historias ni recitar mis poemas empezó a deprimirme y me impuso la obligación de vivir la sensación de impotencia y soledad de los últimos tiempos. Y ahora sí, amigo mío, ahora por fin llega el tiempo de la despedida. Pero no te pongas triste. Si un día vuelvo, seguiremos abrazándonos como fogosos jóvenes hasta quemarnos la piel en los abrazos. Y, si por el contrario, no vuelvo, lee estos versos que aparecen al final del cuaderno, que acaso te proporcionarán algún tipo de consuelo: “Las voces amadas de los muertos / a veces en los sueños conversan con nosotros, / nuestra imaginación a veces las escucha. / Entonces con sus ecos / otros ecos regresan / como una música dulce / que en la noche desierta nos alivia las penas.”
Recordaba Berni con lágrimas en los ojos que el poeta regresó del Hospital tocado por la muerte. Los médicos, al abrir para operarle, vieron que el cáncer estaba muy extendido y volvieron a cerrar el corte lamentando no poder hacer ya nada por él. A los dos meses Merlo moría entre horribles dolores apenas aliviados por la morfina. Los miembros de la tertulia le hicieron un homenaje en el Blues leyendo versos suyos. Berni prefirió no asistir. En cambio, mandó una carta que cerró emotivamente el acto, una carta cuya última frase era una cita del propio poeta: “Alejado del mundo, sólo para la poesía vivía; unos versos bellos eran para él todo cuanto ansiaba.”
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