miércoles, 3 de octubre de 2012

VIAJE RELÁMPAGO A TERUEL (IV)


Segundo día

 

14.

Tras desayunar en el Hotel, esperamos al autobús que nos llevará a Albarracín. Haciendo tiempo, examinamos La Escalinata, que imita en muchos detalles el espíritu del mudéjar y que se construyó para servir de bello cordón umbilical entre el centro histórico de Teruel y la zona de la Estación de ferrocarril y el Instituto de Enseñanza Secundaria. Desde  su alto  pretil se disfruta de una vista excepcional limitada por la arboleda que acompaña al Turia en su camino hacia Valencia, tras nacer en la vecina sierra de Albarracín, hacia donde nos iremos cuando llegue el autobús.
 

Ya en marcha hacia la famosa población monumental, vemos a lo lejos, delante del autobús, la violácea silueta inconfundible de la sierra. Nos adelanta la guía que Albarracín se encuentra a una media hora de viaje y, mientras llegamos, leo en el librito de Teruel algunas notas sobre el pueblo declarado Conjunto Histórico en 1961 (ya Azorín dijo de él que era uno de los pueblos más bonitos de España). Sus empinadas y estrechas calles, de trazado musulmán, sus fachadas rojas, sus casas colgadas, sus celosías y aleros de madera, sus elaboradas rejerías… acentúan el apetito que ya traía de meterme por sus calles, respirar el aire sano de la sierra circundante y empaparme la mirada de belleza y el corazón de emociones.

 
 

15.

La serpiente gris, rectísima en sus primeros kilómetros desde que salimos de Teruel, empieza a encorvarse en las primeras estribaciones de la sierra y a subir penosamente entre chopos y pinos, mientras deja a la izquierda los primeros meandros del Guadalaviar, que tiene su nacimiento en los neveros de la sierra, junto con otros ríos como el Turia o el Tajo. El autobús se abre paso entre tomillares, abetos y la carne pétrea de las caprichosas rocas que ascienden a la vez, algunas de ellas horadadas por cuevas con connotaciones bélicas y otras coronadas por castillos y fortificaciones en ruinas, ahora pobres vestigios de la contradictoria historia de nuestro país, de profundos sentimientos cainitas.

La carretera se alisa levemente y aparecen a los lados huertas, albergues, tímidos pueblecitos y… allá enfrente, trepando por la montaña, sus casas agarradas a la roca, aparece Albarracín, con su silueta inconfundible (murallas con la dentadura perfecta, la Catedral, el Castillo…).

 

16.

Cuando nos apeamos del autobús, nos enteramos de que Albarracín se halla en fiestas y que de un momento a otro comenzará el encierro de toros. En efecto, al momento suenan los estampidos de los cohetes que anuncian el comienzo del encierro, que tendrá lugar a lo largo de la calle central del pueblo y acabará en la plaza del Ayuntamiento, convertida al efecto en un coso taurino. Ante tal circunstancia, el recorrido preparado para visitar las calles principales del pueblo queda momentáneamente suspendido, y como solución alternativa se nos ofrece ir subiendo por el pie de las rocas, bordeando la población.

 
La vista de las casas colgadas y el perfil que forman  la Catedral y el Castillo, así como la de la escarpada sierra y el verde y frondoso valle, no deja de ser admirable. Sin embargo, la idea de perdernos la vistosidad del encierro nos come por dentro. De modo que hablamos con la guía de nuestro deseo y quedamos con ella en irnos por nuestro lado y volvernos a juntar con el grupo a la hora de comer en el Hotel Albarracín.
Dicho y hecho. Por la primera rampa desembocamos en un lateral de la plaza del Ayuntamiento. Allí nos encontramos con las primeras trancas de madera. Nos asomamos y lo primero que vemos es un par de toreros pertrechados de capotes y estoques apoyados sobre las maderas. Efectivamente, hemos llegado a un improvisado coso taurino, con arena en el suelo, barreras alrededor del perímetro de la plaza, tendidos improvisados aquí y allá, bajo los balcones del Ayuntamiento y arrimados a las fachadas de las casas que forman ángulo con él y en cuyos balcones se asoma una gente alegre y dispuesta a divertirse; cierra el cuadrado un tablado en alto donde la banda del pueblo toca pasodobles sin parar, mientras en el cielo azul estallan los cohetes entre estruendosos estampidos y navega por el aire el típico olor a pólvora de los festejos. Hablamos con un hombre de la barrera sobre cómo acceder a uno de los graderíos, cuando en un ángulo de la plaza aparecen dos cabestros que se encargarán de traer hasta la plaza los novillos que faltan por torear.
 
El hombre nos indica la manera más “fácil” de acercarnos al tendido del Ayuntamiento: entrar en el coso entre los barrotes de madera y trepar por ellos hasta alcanzar el hueco deseado, entre más gente que saca fotos, fuma sin parar y vocea a los toreadores del ruedo que esperan a que los mansos traigan al siguiente novillo. Hay en el coso un cámara de la televisión de Teruel y un locutor con el micrófono en la mano haciendo entrevistas a los circunstantes. Viene a acompañarnos un grupo de jóvenes con la camiseta de Brigada Turno las 6 (huelga el comentario) mientras llega el novillo a la plaza y es toreado por varios toreros durante un buen rato, hasta que un encargado de la fiesta manda guardarlo en el chiquero improvisado que hay en el ángulo de la plaza, junto al Ayuntamiento. Son las once y media de la mañana cuando la banda, mediante un putpurri de conocidas canciones, anuncia el último acto de la fiesta taurina: una vaquilla negra entra en el coso y los chiquillos del pueblo, los más pequeños, acompañados de sus padres, se pelean por darle unos cuantos lances a la vaquilla.

Es hora de dejar nuestro privilegiado observatorio para dar una vuelta al pueblo, ahora que parece que la tranquilidad ha vuelto a las calles, si bien siguen sonando los cohetes y no ha cesado el bullicio de la fiesta.

 

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