Ayer volvimos a reunirnos la familia para celebrar el cumpleaños del hermano mayor. Y en la fiesta hubo un momento en que el tiempo se detuvo. Fue durante el soplo de las consabidas velas. Ahí las alas de Cronos se pararon. Las llamitas temblaron de emoción y los aplausos se convirtieron en deseos. Enseguida las fotos de los más pequeños con los mayores, los besos, los recuerdos, los votos para mañana. Y se obró el milagro. En la mesa fluía apacible el presente, transportando en su río de movimiento casi imperceptible el pasado de la experiencia, el trabajo y las canas y el futuro de los sueños, los juegos y la ternura infantil siempre redentora.
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