miércoles, 17 de octubre de 2012

ANTOLOGÍA COMENTADA DE LA POESÍA ESPAÑOLA


5. EL ROMANCERO VIEJO (SIGLO XV)

 Los romances, creaciones poéticas propiamente españolas, son composiciones épico-líricas formadas por octosílabos, cuyos pares riman asonantemente. Los romances se desgajaron probablemente de los antiguos Cantares de Gesta, se transmitían oralmente y eran anónimos; de ahí que se hayan conservado multitud de variantes. La colección que los reunió en un principio recibió el nombre de Romancero. Para estudiarlos adecuadamente los dividiremos en los siguientes grupos:

 
Romances históricos, pertenecientes a los siguientes ciclos: de don Rodrigo, el último rey godo; de Bernardo del Carpio, de Fernán González, del Cid y del Sitio de Zamora, de los Infantes de Lara…

Romances juglarescos, muchos de cuyos temas se refieren a las guerras fronterizas entre moros y cristianos (el de Abenámar, por ejemplo) o a las cortes carolingia y bretona (el que comienza “De Francia partió la niña” es una muestra muy conocida).

Romances líricos, de gran belleza y profundos sentimientos, entre los que destacan el del Conde Arnaldos y el del Prisionero.

 Con un lenguaje sencillo, de escasa adjetivación pero de gran fuerza dramática, los romances de esta época se caracterizan por el repentino comenzamiento y el misterio de muchos de sus finales, la repetición de ciertas fórmulas, como “ya veréis lo que pasó” o “tal respuesta le fue a dar”, cambios bruscos de los tiempos verbales, descripciones copiosas introducidas por anáforas, diálogos que aportan a los pasaje narrativos dramatismo y emoción, etc.

 Los textos seleccionados corresponden a tres ejemplos típicos de romances. En el primero se recoge la soledad y la tristeza de un prisionero que sólo llegaba a conocer el nuevo día por una avecilla que cantaba al amanecer. En el segundo, el poder y el misterio que tiene la canción de un marinero que viaja a bordo de una galera. Y en el último, el diálogo romántico que entablan el Cid y doña Urraca, reina de Zamora, en un momento del asedio que sufre la ciudad del Duero.

 
Del Prisionero

“Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,
¡déle Dios mal galardón!”

 
 
Del conde Arnaldos

“¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un halcón en la mano
la caza iba a cazar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,
la jarcia de oro cendal,
marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan al hondo
arriba los hace andar,
las aves que van volando
las hace al mástil posar.
Allí habló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
“-Por Dios te ruego, marino,
dime ahora ese cantar.”
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
“-Yo no digo mi canción 
sino a quien conmigo va.”
 

Del cerco de Zamora
 
“Apenas era el rey muerto
Zamora ya está cercada;
de un cabo la cerca el rey,
del otro el Cid la cercaba.
Del cabo que el rey la cerca
Zamora no se da nada.
Del cabo que el Cid la aqueja
Zamora ya se tomaba.
Doña Urraca en tanto aprieto
asomóse a una ventana,
y allí de una torre mocha
estas palabras le hablaba:
“-Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano,
acordarte ahora debías
de aquel buen tiempo pasado
cuando fuiste caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino
y tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé las espuelas
porque fueras más honrado:
pensé casarme contigo,  
no lo quiso mi pecado;
te casaste con Jimena,
hija del conde Lozano:
con ella hubiste dinero,
conmigo tendrías estado
porque si la renta es buena,
mucho mejor el estado.
Bien te casaste, Rodrigo,
mejor te hubieras casado;
despreciaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.
Volvióse presto Rodrigo
y le dijo muy angustiado:
“-Afuera, afuera los míos,
los de a pie y los de a caballo,  
pues de aquella torre mocha
una flecha me han tirado.
No traía asta de hierro,
el corazón me ha pasado,
ya ningún remedio siento,
Sino vivir más penado…”

 

 

 

 

 

 

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