viernes, 10 de junio de 2011

HABLO DE ROMA

Mutis en el Foro
Tras vivir la bellísima guerra arquitectónica de Bernini y Borromini en la misma calle, desembocamos en la paz abierta de la plaza del Quirinal, la parte más alta de Roma, desde donde se ve la ciudad en toda su magnificencia. Frente al Palacio, la fuente de los aurigas, Cástor y Pólux, estatuas gigantescas traídas de las Termas de Constantino.
La Plaza abierta:
brisa de la mañana,
San Pedro al fondo.
Los dos aurigas
sus caballos sujetan
sobre la fuente.
Luego nos internamos en el Quirinal, cortinas verticales tendidas entre las fachadas, tiendas pequeñas, vidas anónimas como las nuestras que hacen su vida. Nuestro guía nos lleva por escalinatas empinadas y arcos en sombra hasta San Pedro in Vincoli. Allí nos espera el apóstol sin ataduras. Las cadenas duermen en una urna bajo el altar.
Bajo el altar,
libres ya las cadenas,
duerme el apóstol.
El Moisés de Miguel Ángel, en la nave lateral derecha, está a punto de levantarse para soltarnos un discurso de respeto a la ley y éxodos triunfantes. En nuestro recorrido por el templo descubrimos los detalles macabros de la muerte y los esqueletos, tan propios del barroco, y el enterramiento de un presbítero a los pies de una muerte sonriente.
En una nave
dos esqueletos tienen
la faz del vivo.
El muerto yace
a los pies descarnados
en negro féretro.
El templo queda atrás y descubrimos el esqueleto de piedra del Coliseo.
El Coliseo:
un viejo desdentado
tumbado al sol.
La gente bulle en todas partes. La proximidad del extraño monumento romano, junto con el Foro, atrae multitudes de visitantes y otros pícaros que vestidos de soldados romanos sacan a los turistas unas monedas a cambio de fotografiarse con ellos.
Hay tantas ruinas bellas aquí (el arco de Septimio Severo se conserva, sin embargo, de manera extraordinaria), que la vista ya no sabe dónde fijarse y los labios enmudecen asombrados.

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