miércoles, 25 de mayo de 2011

LA PINEDA

El arte de pasear
Cuando la tarde empieza a volverse amable a la orilla del mar, y las palmeras trazan sus alargadas sombras sobre las baldosas del paseo de la playa, es la hora de armar los pies contra la fatiga y los ojos contra el hastío y la monotonía. El cuerpo debe saber ya cómo mover los músculos para devorar las distancias entre el puerto de las grúas, los cargueros atracados y la bruma transformadora, y el espigón rosado que entra en el mar por el otro extremo de la bahía, mientras las olas siguen sin cansarse de trazar sus espumas paralelas en carrera sin triunfo hacia la arena.
El cuerpo debe saber, igual que la mirada y los pies, que con paciencia cualquier horizonte se desvanece entre las duchas, las farolas que jalonan el paseo, los parques, las hamacas, las rojas papeleras o los blancos edificios de apartamentos que se asoman a la orilla del mar bajo el cielo azul y el velo de las nubes más bajas. La mirada debe saber, igual que el cuerpo y los pies, que en la ventana inmensa de los ojos cabe el alma policromada de las cosas, desde el azul del cielo hasta el verde luminoso de la esperanza. Los pies deben saber, igual que el cuerpo y la mirada, que para combatir el cansancio y la fatiga, ha de olvidarse de la distancia de los horizontes y ayudarse de la capacidad de asombro de la mirada para seguir adelante. Eso sí, utilizando los bancos del paseo para tomar fuerzas y descansar los ojos en la belleza cambiante del mar siempre en buena compañía.

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