Tras desayunar temprano, pues en Roma hay que echarse a la calle muy de mañana si no quiereuno encontrarse con multitudes de visitantes en todas partes, lo que impide ver y gozar con cierta calma de los tesoros artísticos y bellos rincones romanos, atravesamos el Tíber y comenzamos la ascensión del Gianicolo. La primera parada es San Onofrio, bello templo franciscano donde duerme para siempre el poeta Tasso. Antes, mientras abren las puertas de la iglesia, disfrutamos de la paz y la luz del contiguo claustro, así como del espectáculo que ofrece Roma desde allí arriba, junto a la fuente.
En San Onofrio
Torcuato Tassso escribe
su muerte siempre.
Siempre renace
en las flores del claustro:
¡la vida vuelve!
Pisando tumbas,
llegamos al altar:
¡memento mori!
Los franciscanos
repican las campanas:
¡la fuente reza!
Desde el Gianicolo,
cúpulas y cipreses:
¡balcón de Roma!
Reanudada la marcha, enseguida encontramos el rincón donde Tasso pasaba muchos momentos reflexionando sobre la miseria de la vida. Hay un letrero junto a restos de la encina a cuya sombra, según dicen, se sentaba el poeta.
Sabe de Tasso
la sombra de esta encina
vida y miserias.
El hierro aguanta
las ramas de su encina.
Tasso recuerda.
Cojo una hoja de una encina cercana y la meto de recuerdo en mi libreta de notas antes de seguir la ruta colina arriba.
Hoja de encina
como un verso perdido
de un gran poema.
Enseguida descubrimos un faro blanco entre pinos, el caballo encabritado de Anita Garibaldi y estatuas de militares sembradas por todas partes, en el césped y al borde del paseo, que acaba en una gran plaza dominada por la estatua ecuestre de Garibaldi. Y siempre, a la izquierda, amplios miradores para ver la ciudad, cada vez más llenos de turistas y grupos de escolares que siguen a su manera las explicaciones de alguna profesora.
Oscuros pinos
rodean un faro blanco.
¡El mar perdido!
Luz de caballos:
Anita Garibaldi
sube a las nubes.
Caballo quieto:
Me mira Garibaldi
sin altos sueños.
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