martes, 24 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

Bajando por el Gianicolo
Bajando por el Gianicolo llegamos a la ruidosa fuente del Agua Paola, que mandó erigir otro papa, Paulo V. Enseguida el guía nos pone en San Pedro del Montorio, donde la tradición sitúa el martirio del apóstol pescador.
Las llaves velan
estos ángeles blancos.
San Pedro sueña.
La alta linterna de la cúpula de la iglesia alumbra la Pasión pintada arriba. Andando por el templo descubrimos una tumba donde la estatua, asomada al sarcófago, lee con una serenidad encomiable. La serenidad de la muerte, claro.
Mármol sereno.
La muerte en el sarcófago
lee el silencio.
A los pies de otra tumba leo: "Donis et mort et vita dulcis est".
Cerca, a la sombra de un pequeño patio, se levanta la hermosura arquitectónica de Bramante, Cúpula blanca que desafía al tiempo.
En su interior, se recuerda la muerte cruel de San Pedro en una cruz invertida.
Descendemos para buscar San Francisco in Ripa y dejamos atrás el Viacrucis en relieve de la bajada.
La vida manda
deshacer viacrucis.
¡El tiempo aguarda!
En San Francisco velamos un momento a la franciscana Ludovica Albertoni, uno de nuestros altos en el camino de hoy. ¡Qué mano la de Bernini! ¡Y qué sentimiento barroco sabe dar a sus figuras femeninas!
La franciscana deja
al mármol de Bernini
que sufra solo.
Hay en la iglesia más motivos de meditar sobre la muerte... en el arte (lo que importa es vivir para gozar de todas estas maravillas artísticas). Por ejemplo, el fraile que duerme en su urna la vida de la muerte mientras un ángel vela su sueño. O la calavera, mármol blanco que vive sobre nuestras vidas. O, más todavía, el negro esqueleto que extiende sus alas doradas sobre el sepulcro de los Pallavicinae, en la capilla del mismo nombre.
Y llegamos al Trastevere.

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