martes, 17 de mayo de 2011

HABLO DE ROMA

Primera tarde (1)
Dejadas las maletas en el apartamento (ubicación inmejorable: el Tíber a un paso, la Via del Pavone forma el trazo horizontal de la A entre Banchi Vecchi y el corso Vittorio Emmanuele), nos echamos al mundo mágico de la ciudad llamada por algo eterna. Nada más salir al Corso, la vista inconfundible del Castel de Sant'Angelo. La agitada circulación de coches llama enseguida nuestra atención. Pero no hay vista para ello. Nuestros ojos beben literalmente cuanto se extiende a nuestro alrededor.
Los ángeles de Bernini, sobre el Puente y el Castel, salen a nuestro paso. El río a derecha e izquierda. Enseguida, en la desembocadura de la Via de la Conciliación, la presencia inconmensurable de San Pedro. Dejamos su visita para otro día y volvemos a cruzar el Tíber hacia nuestro barrio. El insuperable cicerone que nos guía conduce nuestros pasos por calles enjoyadas de palacios y fachadas de un rojo lavado, que será una constante en nuestras miradas, hacia el milagro arquitectónico y escultórico de la Piazza Navona.
El agua brota
en boca de los tritones:
Piazza Navona.
Otra vez Bernini. La fuente de los cuatro ríos está acompañada de gente que quiere hacerse fotos junto al Nilo o junto al Amazonas o junto al Danubio o junto al Ganges. da lo mismo. Lo que importa es eternizar el recuerdo. Nuestro cicerone nos cuenta el diálogo de piedra entre Santa Inés, del templo de Borromini (el gran rival de Bernini en el seiscientos) y el río que levanta una mano como presintiendo la caída de la iglesia sobre la fuente (la santa parece decirle con su ademán sereno que no hay miedo de que eso ocurra).
La tarde marcha:
sombras entre los mármoles,
sol en el agua.
¡Qué poco velan
las palabras escritas!
¡Luz y belleza!
A un paso espera la otra maravilla de la primera tarde que se escapa. ¡El Panteón! La plaza bulle entre la gente que se sienta en las escalinatas de la fuente a descansar mientras contempla la inmensidad de las columnas y el frontón del edificio romano (milagrosamente conservado) y entre los paseantes que lo rodean y se pierden en las calles adyacentes buscando alguna trattoria donde cenar. La noche llega.
La luna mira
el asombro perdido
del Panteón.
Entre columnas
guardan todos los dioses
sus vanos sueños.

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