miércoles, 4 de mayo de 2011

El relato del mes

La carta




Primera Escena


Es un patio pequeño, con columnas muy viejas y balcones a punto de desplomarse llenos de ropa tendida. A la derecha del arco de entrada Enrique, con el cuello hacia atrás, llama a gritos a su amigo Luis, que vive en la planta más alta. Finalmente, sale Luis al balcón.
--Venga, chico, baja ya. Se me va a caer la cabeza por la espalda.
La luz de la tarde se iba deprisa del patio, que olía a sábanas recién lavadas.
--¿De verdad que no quieres subir a ver este trabajo?
--Mañana, Luis, mañana. O tal vez pasado. No te preocupes. Y ahora, venga, baja ya, que los chicos nos esperan en el “Ros”. Dale recuerdos a la señora Reti.
--Bien, bien. Bajo ahora mismo.
Y desparece del balcón. Abajo, Enrique, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, silba la canción de la tertulia, mientras espera a su amigo. Ya casi es de noche.




Segunda Escena


Es un bar. Varias mesas, casi todas desocupadas. En la más cercana al mostrador hay fichas de dominó desperdigadas, y en la más alejada, están charlando cuatro personas, jóvenes todas. Adolfo, barbudo y con gafas se dirige a los demás:
--Os he llamado para ultimar los detalles de nuestro trabajo.
José, de cabeza pequeña, nariz aplastada y en las manos una revista, es el primero en intervenir:
--Adolfo y yo hemos estado otra vez esta tarde en la editorial. Todo sigue igual. El ordenanza no se separa de la puerta. El ascensor no es problema como tampoco el pasillo de la primera planta. Hasta el mes que viene no regresa el director, y la secretaria, como siempre, sobre las seis se va al comedor a merendar y no regresa hasta las siete.
--Ése es el momento de clave—dice Adolfo.
--Entonces yo entro por el patio del transporte—dice Luis—y luego…
--Bueno, bueno—interrumpe Adolfo ayudándose de un gesto evidente con la mano-- .No vamos a repetirlo ahora. Quiero, en cambio, que os fijéis en un punto en el que no hacíamos suficiente hincapié en otras ocasiones. Y es el detalle que se refiere al señor Martínez.
--Hay que hacer como sea—intervino José—que durante ese tiempo, es decir, desde las seis hasta las siete de la tarde, no se levante para ir al lavabo.
--No sé qué daría—intervino Enrique—por curarle ahora esa maldita diabetes suya.
--No es momento de hacer chistes-- cortó tajantemente Adolfo, que parecía llevar la voz cantante del grupo.
--Como decía –insistió José—hay que procurar que el señor Martínez no vaya esa tarde al lavabo, quiero decir a esa hora. Para eso tú, Luis, que estás en su sección, actuarás en consecuencia.
--¿Qué significa eso de “actuar en consecuencia”?—preguntó el aludido.
--Simplemente—intervino Adolfo--, echarás un somnífero en el café mítico del señor Martínez. Una vez salvado ese escollo, lo demás saldrá como si tuviera alas en los pies—guarda unos segundos de silencio-- Ahora voy a telefonear.
--¿Es que hay alguien más?—dijo Luis extrañado.
--¿Y eso qué importa?—contestó Adolfo con el auricular pegado a la oreja--. ¿Es que quieres pasarte toda la vida escribiendo poesías para participar en concursos? Después de esto, no volverás a escribir poesías. Te lo aseguro—Hizo un gesto de silencio; luego se dirigió a la persona que había al otro lado de la línea telefónica:-- Buenas noches, soy Adolfo… Sí, sí… ¿Cuándo? ¿El próximo jueves? –miró a sus amigos preguntándoles con la mirada--. De acuerdo –sonrió a sus amigos--. Hasta la vista.
--¿Ya está?—preguntó José.
--Ya está—contestó Adolfo--. Dile al tío Ros que nos ponga unas copas. Brindaremos por nuestro trabajo, ya comido.



Tercera Escena

Es el día señalado, por la tarde, en la esquina de la editorial. Junto a ella se detiene un taxi. Bajan de él los cuatro amigos.
--Las seis y diez—dijo Adolfo consultado el reloj--.Conformes. Luis, ya puedes empezar. Suerte. Te esperamos en el lugar convenido.
Adolfo y los otros dos amigos rodean el edificio, mientras Luis entra en él por el patio del transporte, evitando cualquier encuentro y, tras sortear los camiones estacionados, se cuela de rondón en el almacén. Suerte. No hay nadie a la vista. Lo cruza velozmente. Se acerca a la puerta del fondo, pero ha de esconderse rápidamente detrás de unos paquetes porque se oyen unos pasos que se acercan. Son dos empleados con monos azules que pasan a un par de metros de donde está escondido. Cuando desaparecen, un peligro menos. Franquea la puerta y recorre el largo pasillo que se abre ante él. La suerte es que a aquellas horas nadie suele frecuentarlo. Abre la puerta del fondo del pasillo. Otro pasillo a la derecha. Desierto como esperaba. Lo recorre hasta llegar finalmente a una puerta de hierro, blindada, contra posibles incendios. Descorre el cerrojo… Al otro lado, le esperan, impacientes, sus compañeros.
--¿Qué ha pasado?—le preguntó preocupado José.
--Las seis y cuarto—dijo Adolfo consultando la hora--. No perdamos más tiempo. Adelante.
--Bravo, chico—dijo Enrique palmeando la espalda de Luis para animarle.
--Silencio—cortó Adolfo--. Esto no es nada comparado con lo que nos espera. Adelante.
En el pasillo que tienen por delante no se topan con nadie. Llegan junto al ascensor. De nuevo Luis se separa de sus amigos, que entran en el ascensor, mientras él sube de dos en dos las escaleras. Desde ella los ve entrar en el despacho del director. Luego él atraviesa el pasillo de los Lavabos y al leer el letrero por un momento piensa en lo peor, pero finalmente acaba sonriendo al entrar en la sección y descubrir sentado a su mesa al señor Martínez con su proverbial café.
--Buenas tardes, señor Martínez—le dijo-- ¿Saboreando su cafelito?
--Así es, hijo. ¿Cómo va todo? Supongo que bien. Ahí sobre tu mesa tienes una carta.
Luis repara en el sobre. Es de su hermana. De pronto un pensamiento le hace perder la noción de la realidad. Rompe el sobre y saca la carta. Lee:
“Querido Luis. La pena no me deja escoger las palabras para decírtelo de manera suave. Ya sabes que mamá estaba enferma. Pues hace una semana se puso muy grave. El tío Domingo dice que vengas a casa a vuelta de correo. Que se lo comuniques a tus jefes antes de venir; no sea que pierdas tu empleo y los tiempos que corren son muy malos. El pobre quiere lo mejor para ti. No les des demasiada importancia a sus palabras. Lo que importa es mamá. Tu hermana que te quiere, Amanda.”
Luis mete la carta en el sobre y sale de la sección despacio, como ausente, con la pena haciéndole temblar la barbilla.
Una vez en la calle, una calma inmensa se adueña de todo.
Menos la tristeza de Luis, que le quema ahora la garganta.
Dentro, en la editorial, se acaba de desencadenar un infierno para sus tres amigos.



Epílogo

La madre de Luis vivió aún un par de años más, entre horribles dolores.
Enrique, Adolfo y José fueron a parar a la cárcel, donde aún permanecen.
Y al señor Martínez, el señor de la diabetes, le subieron el sueldo y de categoría en la sección por haber delatado a los ladrones.

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