Primera tarde (y 2)
Después de ver anuestras anchas el Panteón, seguimos por las calles adyacentes viendo palacios, columnas aprovechadas para rellenar paredes, fachadas rosas, iglesias barrocas..., y todo entre un gentío tan entusiasta como nosotros ante lo que ve y oye, y un tráfico horrible, mientras el cielo se va apagando poco a poco y da paso a la luz artificial. Así llegamos al Largo Argentina donde los gatos campan a sus anchas entre ruinas romanas.
Y por nuevas calles y siempre guiados por nuestro cicerone particular, desembocamos en una plaza con un encanto especial, en donde se dan la mano el arte y la vida. Me refiero al Campo dei Fiori, en cuyo centro se levanta seria e imponente la estatua de bronce de Giordano Bruno. La noche está presente en todas partes, y bajo la mirada imparcial de la luna creciente el insigne hereje oculta su cabeza bajo la capucha mientras sus manos se cogen sobre un libro a la altura del vientre.
Bajo la luna
Giordano Bruno escribe
su alta herejía.
Campo dei Fiori:
el bronce de la estatua
suena a elegía.
Me quedo un rato atrás mirando a Giordano, y mi hijo me dice que pasaremos más veces por la plaza pues es un punto de referencia inexcusable en nuestro deambular por los alrededores de nuestro apartamento. Dejamos el bullicio de la plaza y entramos de repente en otra más callada y vacía donde domina el magnífico palacio de Farnese (que da el nombre a dicha plaza). Sólo se oye el rezo de dos fuentes gemelas, una a cada lado del recinto, y a las que bautizo por su forma Las Bañeras.
Por calles de silencio y sufriendo los difíciles sampietrini del piso buscamos un lugar tranquilo donde cenar, pues el estómago no perdona ni sabe nada de belleza y estilos artísticos. Lo encontramos en una plazoleta junto a la Cancelleria. Bajo las estrellas y teniendo como fondo la música de unos artistas ambulantes, la lasaña con berenjena me sabe a gloria.
Un clarinete
llora solo en la noche:
se alegra el vientre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario