jueves, 31 de diciembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Eso es todo, amigos






Mi padre me llevó muy pronto a los Salesianos para aprender un oficio, y la escuela del barrio se perdió en el olvido. Fue para mejor (el barrio y los juegos se quedaron allí y siempre me acompañaron) porque en los Salesianos pasé un tiempo muy divertido y aquel mundo fue un trampolín de lanzamiento para el que me esperaba en el Instituto y el resto de mi vida en mi tierra natal antes de dar el salto definitivo al futuro, que es hoy y que sigue estando en mi tierra de adopción, pero eso ya lo he dicho y no quiero repetirme (aunque es tan difícil). Estaba en los Salesianos. De aquel mundo de enseñanza y diversión conservo en la memoria muchísimas cosas: San Juan Bosco, María Auxiliadora, los certámenes de Catecismo, las buenas calioficaciones, la entrega de premios en la festividad máxima de los seguidores de San Francisco de Sales, acompañado de aplausos, diplomas y familiares orgullosos de tener en la familia un niño tan listo, el aprendizaje de poemas y la consiguiente declamación en los concursos de la clase, los cuadros de honor, las Compañías, las Buenas Noches y aquellos ejemplos dictados por el Padre Prefecto sobre la muerte, el pecado y la salvación que ponían mis pelos de punta, las salidas a los teatros y cines de la capital para representar a Garbancito y otros personajes populares y un largo etcétera de actos y actividades escolares y extraescolares, como las excursiones a la Cueva del Torrao donde, según se decía, durante las represalias de la Guerra algunos perseguidos se habían refugiado en sus entrañas. Sobre todas esas experiencias, algunas olvidables pero la mayoría inolvidables porque se jugaba en ellas con mi futura personalidad, sobre todas ellas estaba el cine de los domingos que tenía lugar en la sala de actos del Colegio, Colegio en cuya construcción y mejora había intervenido el mecenas zamorano don Carlos Pinilla (nombre que se sacaba a colación constantemente) que había nacido en Cerecinos de Carrizal y era abogado del estado y militante de FET. De nuevo me salgo de la corriente de los verdaderos recuerdos. Lo que quiero destacar es que los cines de los domingos de los Salesianos eran, quizá, la experiencia más honda y viva que podíamos vivir plenamente los externos de mi edad. La cosa empezaba en los soportales del Ayuntamiento viejo donde estaba el puesto de la señora María, que vendía pipas, membrillos, tentemozos o chochos (altramuces en términos ortodoxos), garbanzos fritos y asados, conos de caramelo que incluían reales (ensartados en el palito) como sorpresa y otras golosinas con las que llenábamos los bolsillos en espera de llegar al cine de los Salesianos y empezar la música de la boca que acompañaría a la banda sonora de las películas en cuestión. ¡Cuántos títulos me vienen ahora a la memoria! Corona de hierro, Flecha rota, Los ángeles perdidos... De esta última película guardo un recuerdo entrañable y hasta puedo añadir al respecto que hace unos días mi hijo pequeño me la bajó de Internet y volví a escurrir la pestaña con el mismo furor que cuando la vi por primera vez en los Salesianos (es irrepetible la escena en que Monty Clif atrae la atención de Karen, el niño que busca a su madre por media Europa durante la segunda guerra mundial, con un bocadillo que deja sobre una piedra mientras lo observa por el retrovisor del jeep, o aquella en la que, al final de la película, cuando todo parece perdido, se encuentran las miradas de madre e hijo cuando ella examina los rostros de los niños que desfilan hacia los vagones en busca del de su hijo). Las proyecciones eran muy rudimentarias y hasta, de vez en cuando, se cortaba y en un fotograma se originaba una mancha blanca como de haberse quemado mientras la voz del protagonista se alargaba para caer en un pozo interminable ("¡Manos arribaaaoooooouuuuu...") antes de que el hermano salesiano encargado de la proyección diese la luz de la sala para remediar el desaguisado y reanudar la sesión entre chasquidos de pipas y murmullos de alivio. ¡Cuántas "oes" de asombro y "ayes" de miedo sazonaban las sesiones de cine de aquellos domingos de gloria! Y sobre todo las risas y carcajadas a mandíbula batiente. El gordo y el flaco, Charlot, Buster Keaton... hacían brillar sus luces de magia entre las sombras con sus gages hilarantes, sus golpes y vueltas de vértigo y sus aventuras llenas de termura y emoción. ¿Y los dibujos animados? Las carcajadas se multiplicaban de tal forma que no había tiempo de asimilar la mitad de las escenas y persecuciones, golpes y caídas entre los animales humanizados que llenaban la luz de nuestras pupilas infantiles. Tom y Jerry, Piolín, La hormiga atómica ("Contra el mal.... la hormiga atómica."), El pájaro loco, Bugs Bunny... Las aventuras del conejo inteligente y servicial, pero también atrevido y astuto, hacían nuestras delicias. Acompañado del cazador o del pobre pato Lucas, que se llevaba todos los golpes, Bugs Bunny, con su zanahoria interminable, lo mismo que su sagacidad, salía triunfante de cualquier asechanza y, mirando a la cámara nos hacía un guiño de complicidad mientras soltaba la frase, sobreimpresa en inglés ("That's all folks") en la pantalla, "Eso es todo, amigos."

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