miércoles, 23 de diciembre de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Literatura y amistad







Pocas veces se tiene la suerte de comentar el libro de un amigo. El que me ocupa hoy se titula Lienzos en blanco, de mi amigo onubense Félix Amador Gálvez, a quien conocí hace unos años en Madrid con motivo de recibir ambos el premio de cuentos El Chiscón. Desde entonces no ha habido un año en que no nos hayamos cruzado una carta, una felicitación, un e-mail hablando de amistad, de creación literaria, de libros o, simplemente, del gozo de la vida. Hace días me mandó junto con la felicitación de Navidad Lienzos en blanco, su última creación narrativa. Lo he pasado muy bien leyendo las diez historias que incluye el libro. Todas tienen una nota común: el amor, mejor aún, la pasión por el arte. En El dibujante de la Plaza Mayor un retratista callejero descubre en sus dibujos rasgos de la vida privada de sus modelos, aunque eso puede deberse a las propias confesiones a sus angustias y modo de ser. El segundo relato, Vicent y Theo, describe la relación entre dos amigos parecida a la que existió entre Van Gogh y su hermano, una relación de dependencia. Y es tanto el parecido entre el amigo artista y su admirado el pintor holandés, que acaba igualmente loco. La dama del cuadro cuenta cómo Bruno Ferrari, después de jubilarse por motivos de salud, regresa al Museo donde trabajaba (el de Los Uffizi, de Florencia) para contemplar un cuadro que le tiene subyugado: el de La Venus de Urbino, de Tizziano. Y a su sustituto le ocurrirán igualmente sucesos extraordinarios relacionados con la dama del cuadro. En Paisaje antes de la batalla se describe el miedo del artista al lienzo en blanco. El carboncillo es la única arma que defiende al artista del miedo a crear, a la vez que su seña de identidad frente al lienzo en blanco. En la quinta narración, Entre tinieblas, una luz, es la voz del propio Bartolomé Esteban Murillo, uno de los más grandes genios de la pìntura española, quien se lamenta de las críticas que le dedican artistas como Alonso Cano por haber elegido como modelos de sus pinturas a gentes sencillas de la calle, incluidos pícaros o mendigos, en vez de personajes de la nobleza. Les responde que otro tanto hicieron grandes de la pintura como Rubens o Rembrand y que además lo que él pinta es vida, y la vida se encuentra palpitantemente hermosa y como es en las gentes humildes de la calle. Déjà vu relata lo sucedido al aristócrata londinense Mike Turlington cuando en la calle encuentra a una muchacha tan sorprendente que la sigue fascinado hasta la Tate Gallery. Allí descubrirá que tiene el rostro de la mendiga del cuadro expuesto alli El rey Cophetua y la mendiga, de Edward Burne-Jones. En El rostro de Dios aparece el mismo Miguel Ángel luchando dudando intensamente en lo alto del andamio de la Capilla Sixtina sobre cómo pintar el rostro del Creador. Finalmente, pinta al Dios que lleva dentro y llora. Esa fue la primera vez que se pintó a Dios con figura y rostro humanos. En la octava narración, La revolución del viaducto, El estudiante Reñé descubre en un psiquiátrico a un enfermo que está contemplando a todas horas el famoso homónimo cuadro de Paul Klee, y piensa acertadamente que alguna conexión existe entre el paciente, el cuadro y Paul Klee (los arcos, la mirada, los colores, la reacción del enfermo, la propia vida del pintor...). En Acuarela es un profesor universitario que hace mucho que no pinta pero que siente una pasión irrefrenable hacia la pintura, una mañana neblinosa de febrero que marcha camino de la Universidad a dar sus clases ve el mundo como una obra de arte no creada todavía, una especie de acuarela. Finalmente, en La edad de la experiencia, el protagonista de la narración es el propio Leonardo da Vinci, que, huésped del rey Francisco I en el castillo de Cloux, redacta su testamento y aprovecha la circunstancia para hablar de la belleza, del arte, del acto de crear y de las obras de arte expoliadas y destruidas, así como para certificar que él fue un artista que pasó hambre y fue protegido a la vez por reyes y nobles.
Lienzos en blanco es todo esto y también la pasión que siente mi amigo Félix Amador Gálvez por cuanto signifique arte, dibujo, pintura, actividad que él mismo practica alternándola con la de escribir, ambas sujetas a una disciplina férrea y a una soledad muchas veces luminosa, pero otras sumidas en las más negras penumbras. Recomiendo vivamente leer este precioso libro lleno de ventanas abiertas a la paz, la luz, la curiosidad, la esperanza, el placer, el arte, la pasión, los sueños... y al conocimiento de los más diversos pintores, los citados en este comentario y otros que aparecen como destellos en sus páginas (Bacon, Seurat, Antonio López, Chirico, Turner, Goya, Velázquez, Sorolla, Degas, el Bosco...).
Lienzos en blanco, en resumen, es un balcón abierto a un mundo de sensaciones vitales relacionadas con el mundo mágico de la pintura.

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