domingo, 27 de diciembre de 2009

MEMORIAS DE UN JUBILADO


Las ranas (6)

Las ranas son los animales que mejor se adaptan a los dos medios más difíciles, la tierra y el agua (el aire es para la lluvia y los aviones), y saben sacar provecho de uno y otro. Quizá por ello a mí, que pertenezco a un signo de agua, me parecen las ranas en este caso los animales que mejor se acoplan a mi carácter. Soy un personaje de tierra que ha nacido para caminar sobre la tierra y acabar un día mezclado con la tierra, siempre, claro está, sin perder de vista el agua, el río que me lleva por ella hacia el fin de todo, que es el mar, como decía un poeta preferido. Quizá por ello, un día, como dije, me decidiera a coleccionar ranas de mentira (las de verdad ya las veía saltar en mi infancia desde la yerbera de la orilla hacia el brazo del río de mi barrio mientras caminaba por ella pensando en alguna aventura), ranas de madera (las que me dan suerte); ranas de cristal (las que me llevan a viajes inolvidables por paisajes lacustres de Italia), que más de una vez he intentado arreglar tras alguna caída accidental; ranas de piedra (las que me traen a las mientes viajes de mi hijo mayor por América, como aquella de Chinatown, subida a una pulida piedra, todo en un bloque, trabajo de chinos); ranas de plástico, de loza, de llavero, de cinta para el pelo, de mechero, de pinza para papeles, de cenicero, de radio, de escafandra, de esponja, de vajilla peruana, de sacapuntas, de cordones para zapatos de niño... y una largo etcétera distribuido, como ya dije, por todos los rincones de la casa y del jardín, rincones que mi nieto conoce al dedillo. El niño, nada más entrar en casa, salta de gozo y sale corriendo hacia la primera vitrina del comedor donde saben que están las ranas diciendo en su lengua balbuciente "aiailanana" (la palabra "rana" brinca en sus labios), y este abuelo, que se muere por jugar con él, le abre la puerta de cristal del mundo de sus sueños y le saca dos o tres ranas que tanto le gustan: una es de cerámica rusa que yo misme hice cuando mi mujer trabajó durante un tiempo este material para confeccionar platos adornados con rosas (aún me acuerdo la paciencia que ponía para construir centenares de pétalos con aquel palito de cabeza esférica con el que moldeaba los finísimos pétalos rosados, colos que conseguía impregnado la masa con blanco de óleo y una pizca de rojo), otra rana es la del tamborcillo de peces pintados que se mueve apretando su base movilble y que en otro tiempo llevé en el salpicadero de mi coche anterior (en el de ahora llevo suelta una rana de madera troquelada que fue llavero y colgando del espejo retrovisor otra ranita formada por pequeños cuerpos cónicos); con las que le dejo juega un rato, hasta que mirando hacia la escalera que lleva a las plantas superiores, me dice con su lengua especial que lo lleve hacia el altillo donde están las otras, mientras empieza a gatas a subir los escalones... La afición por las ranas que tiene mi nieto no sólo se la he infundido yo porque ya en su habitación, sobre su cuna, desde muy bebé vio colgada sobre su cuna una rana de madera con alas abiertas para que diera vueltas a un simple empujoncito y que su padre, mi hijo pequeño, había puesto allí, así como dos lámparas de pared al lado de la cuna que muestran sendas ranas pintadas. Por todo eso, con las fiestas de Navidad su abuelo le acaba de regalar una rana de trapo simpatiquísima que habla, canta canciones, y reproduce música de Mozart según palpe determinadas zonas de su cuerpo debidamente señaladas. Un rato estuvo pendiente de la nueva rana, su rana, y hasta le sacó partido haciéndole repetir: "Esto es... esto es... esto es..." sin levantar el dedito del rombo amarillo del pecho de la rana. Claro está que enseguida la dejó para jugar a su juego favorito, que es subir y bajar las escaleras para jugar con las ranitas de la buhardilla o las del comedor (ahora también ha descubierto la rana imantada de la nevera, junto con la luz del horno... Este niño es el nuevo brillo de la mirada de su abuelo.

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