Lo que voy a contar sucedió un día como hoy, 31 de octubre, hace algunos años. Un grupo de chicas querían celebrar la noche de Halloween en casa de una de ellas. Sin embargo, lo que las chicas creían ser un juego, resultó realmente una horrible pesadilla.
Cuando Eulalia, Ramona, Florita y Nicolasa llegaron a la casa de la anfitriona que se llamaba Mercedes, se pusieron a jugar al parchís. Comiéndose las fichas unas a otras se lo pasaron en grande. Luego la madre de Mercedes les sirvió la cena, y cuando acabaron de comer las castañas asadas y los dulces que tenían de postre, subieron al cuarto de Mercedes, donde se pusieron cómodas para ver algunas películas de muertos vivientes y fantasmas. Películas que, lejos de atemorizarlas, les gustaban con locura, de ahí que hubieran decidido celebrar el Halloween precisamente viéndolas, aunque no supiesen qué significaba ni por asomo la celebración de esa fiesta.
Cuando Eulalia, Ramona, Florita y Nicolasa llegaron a la casa de la anfitriona que se llamaba Mercedes, se pusieron a jugar al parchís. Comiéndose las fichas unas a otras se lo pasaron en grande. Luego la madre de Mercedes les sirvió la cena, y cuando acabaron de comer las castañas asadas y los dulces que tenían de postre, subieron al cuarto de Mercedes, donde se pusieron cómodas para ver algunas películas de muertos vivientes y fantasmas. Películas que, lejos de atemorizarlas, les gustaban con locura, de ahí que hubieran decidido celebrar el Halloween precisamente viéndolas, aunque no supiesen qué significaba ni por asomo la celebración de esa fiesta.
Cuando se cansaron de ver las películas, apagaron las luces y la anfitriona pidió a sus amigas que le contaran historias de miedo. La primera que se dispuso a contar la suya fue Eulalia, pero Nicolasa se opuso diciendo que ya habían visto demasiados muertos y fantasmas y encendió la luz para proponer jugar a otras cosas. Entonces Eulalia, molesta con la anterior porque le había impedido contar su relato, apagó la luz. Nicolasa la encendió nuevamente y las dos chicas se pusieron a discutir, mientras Mercedes trataba de calmarlas y Florita y Ramona sólo observaban la escena.
Finalmente, se calmaron los ánimos, y las chicas se recogieron en las literas preparadas para pasar la noche y apagaron la luz. Hacía un rato que permanecían calladas, cuando de repente, se oyó un grito prolongado que procedía de debajo de la litera que ocupaba Mercedes. Florita, que era la que más cerca estaba de la llave de la luz, procedió a encenderla. Y fue cuando se dieron cuenta de que Eulalia no estaba en su litera, sino debajo de ella. Ramona se tiró de la suya y el resto la imitó para mirar debajo. Allí seguía Eulalia, pálida con la cara aterrada y sudorosa. Y sin hablar. Mercedes le tomó el pulso y lo notó rapidísimo como a punto de explotar.
Finalmente, se calmaron los ánimos, y las chicas se recogieron en las literas preparadas para pasar la noche y apagaron la luz. Hacía un rato que permanecían calladas, cuando de repente, se oyó un grito prolongado que procedía de debajo de la litera que ocupaba Mercedes. Florita, que era la que más cerca estaba de la llave de la luz, procedió a encenderla. Y fue cuando se dieron cuenta de que Eulalia no estaba en su litera, sino debajo de ella. Ramona se tiró de la suya y el resto la imitó para mirar debajo. Allí seguía Eulalia, pálida con la cara aterrada y sudorosa. Y sin hablar. Mercedes le tomó el pulso y lo notó rapidísimo como a punto de explotar.
--¡Está muy mal!—dijo—Ayudadme a llevarla al lavabo. Le mojaremos la cara con agua fría y así puede que se tranquilice.
Las amigas la obedecieron y entre todas arrastraron hacia allí a Eulalia. Pero cuando iban a abrir la puerta del lavabo, Eulalia se puso a chillar como una posesa:
--¡No!, ¡no!, ¡por favor! ¡No abráis esa puerta!
Mercedes le preguntó extrañada:
--¿Por qué no quieres que abramos la puerta? Es mi lavabo. Y sé que no hay nadie ahí.
--¡Me está buscando!—exclamó Eulalia espantada.
--Pero, ¿quién te está buscando?—le preguntaron todas a la vez.
--¡Él!, ¡él!
Las chicas empezaron a sudar de miedo, pero Mercedes, rehaciéndose, abrió la puerta del lavabo de golpe y miró dentro.
--No hay nadie. Ya te lo dije.
Eulalia, acompañada de sus amigas dio unos pasos hacia el lavabo. Entraron y tras cerrar la puerta, le mojaron la cara. Eulalia pareció tranquilizarse. Pero cuando iban a salir, Eulalia empezó a gritar de nuevo:
--¡No!, ¡no!, ¡por favor! ¡No abráis esa puerta!
Pero las chicas la abrieron otra vez sin hacerle caso. Y como antes, tampoco había nadie, aunque la ventana estaba abierta. Mercedes se acercó para cerrarla.
Y entonces vio una criatura flotando en el exterior, que en un instante desapareció. Mercedes no pudo evitar un grito. Eulalia se reunió con ella.
Y entonces vio una criatura flotando en el exterior, que en un instante desapareció. Mercedes no pudo evitar un grito. Eulalia se reunió con ella.
--Lo has visto, ¿verdad?
Mercedes asiente mientras las demás, sorprendidas, preguntan:
--¿A quién? ¿A quién has visto?
--No sabría deciros. Era una criatura extraña, como de otro mundo.
--Es él –dijo Eulalia--, el hombre que me obliga a meterme debajo de la cama.
Las chicas ya no pudieron aguantar más. Presas del pánico, corrieron hacia el dormitorio donde dormían los dueños de la casa para contarles lo que estaba pasando. En el trayecto, Florita le dijo a Mercedes:
--¿No te extraña que con el jaleo que hemos armado no se hayan despertado tus padres?
--Ahora que lo dices, sí. Aunque a veces toman somníferos.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Mercedes les pidió a sus amigas que esperaran fuera. Mercedes entró y al cabo de dos segundos volvió al pasillo con los ojos abiertos de terror. Y sin habla.
--¿Qué ocurre?—le preguntaron las amigas.
Finalmente, pudo decir:
--No están durmiendo en la cama.
Ramona dijo:
--Lo mejor es salir corriendo.
Dicho y hecho, y detrás de ella salieron Florita y Nicolasa. Se oyó el golpe de la puerta de la calle al cerrarse. Y arriba permanecieron Mercedes y Eulalia sin saber qué hacer. De pronto Eulalia le dijo señalando el interior del dormitorio:
--¡Mira debajo de la cama!
--No puedo. Estoy muerta de miedo.
--Pues lo haré yo.
Llegó a la cama y se tumbó en el suelo para mirar debajo.
Se incorporó pálida y temblorosa y volvió con su amiga, a la que dijo:
--Tus padres están ahí, bajo la cama, los dos muertos y desfigurados. Ven, míralos tú misma.
Las dos chicas se acercaron cogidas de la mano. Pero cuando iban a agacharse para mirar debajo de la cama, salió de allí intempestivamente una criatura vaporosa, deforme y horrible que derribó a las dos camino del pasillo. Cuando se levantaron salieron corriendo y les dio tiempo aún de ver cómo se refugiaba la criatura en el cuarto de Mercedes. Ésta, impulsada por una fuerza superior, quiso seguirla, pero Eulalia la detuvo.
--Tú no vayas. Me quiere a mí.
Y, sin esperar la reacción de su amiga, desapareció en su cuarto. Luego se hizo el silencio. Mercedes no sabía qué hacer ante la dilatada ausencia de Eulalia. Finalmente, decidió entrar en su cuarto y averiguar qué estaba pasando. Allí reinaba un silencio extraño, como si algo horrible fuera a ocurrir o hubiera ocurrido ya. Por debajo de la litera que había ocupado Eulalia durante la fiesta asomaban sus pies desnudos. Mercedes enchó a andar hacia allí. Con voz temblorosa llamó:
--¡Eulalia!
Silencio.
--¿Quieres dejar de hacer tonterías? ¡Háblame, por favor! Mejor, ¡sal de ahí y salgamos de la casa!
Entonces una voz delgada y lejana como procedente de otro mundo se derramó por el cuarto para decir cinco palabras:
--¡Mira debajo de la cama!
Mercedes sintió ganas de salir de allí, pero la fuerza anterior la empujaba a seguir adelante. Y sin esperar más, cogió de los pies a su amiga y tiró de ella primero suavemente y enseguida de golpe. Lo que vio después la dejó helada. Su amiga estaba desfigurada como sus padres. No tenía ojos ni uñas en las manos, y a la altura del pecho se veía un gran hueco por donde la criatura le había extraído el corazón. Y Mercedes gritó, gritó tanto que a los gritos acudió un vecino, que, tras forzar la puerta de la calle, subió la escalera de las habitaciones superiores y entró en el cuarto de Mercedes, que estaba a punto de caer desmayada.
Un mes después de lo ocurrido, Mercedes permanecía en un frenopático en estado catatónico y el vecino que entró en la casa para salvarla desapareció de repente. En la oficina donde trabajaba les extrañó poderosamente su raro absentismo laboral pues casi nunca había faltado al trabajo y cuando lo hacía, solía llamar por teléfono avisando de su ausencia. Así que el jefe denunció a la policía su extraña desaparición y cuando los agentes de la ley entraron en su casa lo descubrieron muerto debajo de su cama.
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