viernes, 23 de noviembre de 2012

VERSIONES DEL INFRAMUNDO


BENI Y EL DIABLO


1.
Lo dijo tal cual, en medio del botellón, a unos cuantos amigos que hacían broma sobre lo divino y lo humano, sin dejar de abrazar sus respectivas litronas (corría la madrugada del 22 de diciembre):

--Y ahora que estamos al borde del pedo más descomunal, hablemos de cosas terroríficas.

No tenía más de dieciséis o diecisiete años. Era moreno, bajito y delgado, pero bebía como un cosaco. De ahí que sus acompañantes, de parecida edad, no le tomaran en serio. Y le siguieron la corriente.

--Cuenta, cuenta—le jalearon--; a ver si logras meternos miedo.

Entonces el chico dijo sin inmutarse:

--Yo conozco el modo de ver al Diablo.

Todos soltaron a la vez una carcajada, todos menos Beni, un muchacho bastante sensible, que, impresionado verdaderamente, le pidió que le contara esa manera de ver al Diablo.

Tras cruzarse los dos una mirada cómplice, el chico moreno accedió diciendo:

--El procedimiento que hay que seguir es el siguiente: pasado mañana, Nochebuena, justamente a medianoche, el Diablo recorre el mundo para inspeccionarlo. Ese es  el único momento del año en que lo hace; así que si uno desea verlo, ha de ser a esa hora, ni antes ni después.

Un chistoso del grupo le dijo con sorna:

--Yo quiero verlo la próxima Nochebuena. ¿Qué tengo que hacer y dónde?

--El chico moreno lo miró fijamente a los ojos y le contestó:

--Tú, nada, porque no crees en eso.

Intervinieron todos a la vez:

--Yo sí creo, yo si creo, yo sí creo…

--¡Bah!, ninguno se está tomando en serio mis palabras. Dejémoslo.

Beni le tocó el brazo.

--No les hagas caso. El alcohol les hace desvariar. Yo, en cambio, que apenas he bebido, estoy en condiciones de decirte que te creo. Dímelo a mí.

Volvieron a cruzarse las miradas. El chico moreno le dijo:

--De acuerdo. Poco antes de que sea la medianoche enciérrate en el lavabo con doce velas negras. Enciéndelas frente al espejo, y cuando empiecen a sonar las doce campanadas, apágalas y cierra los ojos delante del espejo. Mantenlos cerrados hasta justo el instante de sonar la última campanada. Entonces abre los ojos. En ese segundo verás al Diablo reflejado en el espejo.

Beni dijo:

--Pasado mañana haré el experimento. Mis padres se habrán ido de viaje y estaré solo. Aunque necesito un testigo por si me pasara algo.

Todos se echaron a reír de buena gana y siguieron bebiendo. El chico moreno le palmeó el hombro y le dijo:

--No te preocupes: yo seré ese testigo.


2.
Son las 23 horas y 55 minutos de la Nochebuena. Beni entra solo en el lavabo con las doce velas negras y un mechero para encenderlas. El chico moreno se queda fuera, sentado en un sillón del pasillo frente al lavabo, a la espera de los acontecimientos. Al poco tiempo empiezan a sonar las campanadas de la medianoche. Cuando el último son se pierde en el silencio de la casa, el chico moreno se levanta del sillón para arrimar su oído a la puerta del lavabo. Ni el menor rumor sale de él.

Asustado, grita:

--¡Beni! ¡Beni! ¿Estás bien?

Nadie responde. El chico moreno golpea la puerta mientras sigue gritando el nombre de Beni, que continúa sin dar señales de vida. Temiendo lo peor, empuja la puerta con todo el peso de su cuerpo para intentarla abrir, y, al no ceder la madera, coge un paragüero de porcelana que hay en el pasillo y lo estrella fuertemente contra la puerta, que cede, al fin, tras varios golpes. El chico moreno entra en el lavabo y encuentra a Beni tumbado en el suelo apretándose el pecho con las manos. Todavía reina allí dentro un olor inconfundible a azufre y en torno al marco del espejo flota la orla de un humo rojo. Sólo le queda llamar rápidamente por teléfono a Urgencias. Al cabo de un rato llegan unos enfermeros y se llevan a Beni al hospital. Diagnóstico: parada cardiaca debida a una fuerte crisis nerviosa.

3.
El grupo de amigos no volvió a ver más al chico moreno. En cuanto a Beni, finalmente se recuperó aunque se pasaba días enteros repitiendo:

--Lo he visto, lo he visto.

Y nunca más consiguió dormir bien. Perdió gran parte de su vitalidad y aún hoy se le nota apagado y triste. Sus amigos le repiten para ayudarle que lo que le pasa se debe al infarto que sufrió, que los infartos siempre dejan terribles secuelas a los que lo padecen.

Y él no hace más que replicarles:

--No. Fue lo que vi en el espejo. Y así estaré hasta que muera.



No hay comentarios:

Publicar un comentario