lunes, 5 de noviembre de 2012

SOLILOQUIOS DE MALA UVA

Un colegio especial

       

Yo me jubilé felizmente de profesor de Castellano en la enseñanza pública hace unos años en el IES La Románica. Pero antes de conocer la verdadera dicha de enseñar librementee, durante casi treinta me dejé gran parte de mi salud en un colegio del Opus, donde largas horas de capilla y oración pautaban la mayor parte de su vida. Una plegaria abría las clases de las mañanas y otra las cerraba, para hacer lo mismo por la tarde. Los retiros, las convivencias espirituales, los rosarios, las misas, las visitas al Santísimo, las novenas y los meses de devoción, las romerías, los virolais y la preparación de los alumnos para la Comunión y la Confirmación, eran los cortamares sobre los que se asentaba el puente del curso escolar, dejando escuálido y desguarnecido el calendario de las clases propiamente dichas.
       Septiembre se iba entre retiros de profesores y convivencias de alumnos. Octubre era el mes del rosario. En noviembre tenían lugar las reuniones de padres y profesores encaminadas a la preparación religiosa de los chicos. Diciembre se pasaba en un suspiro preparando y llevando a cabo la fiesta de Navidad, cuyos escenarios tenían lugar en distintos espacios del colegio: el principal era el Polideportivo, un lugar inhóspito y frío, cuyo desolador ambiente se pretendía paliar con grandes tapices que cubrían las paredes de cemento y estufas de butano repartidas por toda la nave sin que lograsen evitar que los pies de los presentes se quedaran como bloques de hielo. En el Polideportivo se representaba una obra teatral previamente revisada y tamizada por la visión estrecha de la Obra, y a ser posible con moraleja de que todos somos buenos y nos ayudamos unos a otros; entre acto y acto se cantaban villancicos, se recitaban poemas y tenían lugar pequeños espectáculos, todos presentados por un maestro de ceremonias miembro del Opus. Tras las actuaciones del Polideportivo, los padres y demás invitados recorrían los diversos pabellones donde recibían clases sus respectivos hijos para ver cómo habían decorado sus aulas y construido sus respectivos belenes. También diciembre era testigo de nuestra fiesta, la de los profesores, quienes acudíamos a ella sin mucho entusiasmo y como otro deber más del horario escolar. Nuestra fiesta de Navidad consistía en una cena fría y un rato de esparcimiento en torno al belén, consistente en proyecciones nostálgicas de épocas pasadas, en las que algunos profesores, especialmente los pertenecientes a la Obra, jugaban a reconocerse en las diversas tomas de las películas, actuaciones cómicas y recitales de poesía, siempre a cargo de miembros del Opus, y los villancicos de rigor. La fiesta acababa siempre a una hora prudente de la madrugada para no dar cuartos al pregonero.
           Tras las vacaciones de Navidad, enero se convertía en centro de convivencias blancas, es decir, en excursiones a zonas de nieve para esquiar, aprovechando la estancia en lugares tan serenos y apartados del mundanal ruido para proseguir la formación espiritual de los alumnos. Uno de esos lugares era La Molina, donde los patrocinadores del colegio disponían de un bien dotado albergue. Febrero se dedicaba a la preparación de la Confirmación y  marzo a la de la Comunión.
            La Semana Santa era un ligero paréntesis que los profesores que no pertenecíamos a la Obra nos tomábamos como un verdadero y ansiado alivio y una ocasión pintiparada para recuperar las fuerzas perdidas tras tantas actividades extraescolares, que, unidas a las académicas (a decir verdad, un porcentaje sustancialmente menor, como ya quedó dicho más arriba), nos dejaban al borde de la extenuación; así que procurábamos en esos días aislarnos del mundo para curarnos del estrés y cargar las pilas con el objetivo puesto en la recta final del curso. En realidad, más que recta era una cuesta empinada, cuyas primeras rampas las constituía abril.
          Mayo era otra cosa. Los alumnos y los profesores pasábamos más tiempo en el oratorio que en las aulas. Mayo era el mes de la Virgen y había que ir a rezar la novena cada día. El altar del oratorio cambiaba también de decoración cada jornada con centenares de olorosas y lozanas rosas cortadas de los exuberantes rosales que adornaban los jardines del colegio. A la visita al oratorio la sustituían las múltiples romerías que se realizaban a las ermitas de los alrededores.
         Y junio.

 

 

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