jueves, 12 de agosto de 2010

TEATRO ADAPTADO

Los tres deseos (I)





(Adaptación teatral hecha a partir de La pata de mono, un relato de W. W. Jacobs.)


La acción transcurre en una casa rural, a una veintena de kilómetros de la estación de tren más cercana.



PERSONAJES

(Por orden de aparición)


SR. BLANCO, dueño de la casa, de unos setenta años, jubilado.

SRA. BLANCO, su esposa, de parecida edad.

ALBERTO, hijo de ambos, empleado de la estación.

SR. MARTÍN, militar retirado, sirvió en África.



PRIMER CUADRO

Noche lluviosa y fría. Padre e hijo juegan al ajedrez en la cocina, junto a la chimenea, mientras el ama de casa friega los cacharros de la cena.


SR. BLANCO. (Echa una ojeada a la ventana mientras mueve una ficha en el tablero.) ¡Vaya nochecita! No creo que venga hoy con la que está cayendo.

SRA. BLANCO. El sargento es capaz de todo. Nunca ha tenido miedo a nada, según nos ha contado siempre, y menos a la lluvia.

ALBERTO. Seguro que viene. Y traerá otra de sus curiosas historias de miedo. (Pausa para mover una ficha.) Jaque.

SR. BLANCO. (Fijándose en la jugada que acaba de hacerle su hijo.) Ya la he vuelto a perder. (Mueve otra ficha con gesto de resignación.)

ALBERTO. Mate.

(Se oye el ruido de un coche acercándose a la puerta. )

SR. BLANCO. (Mira por la ventana.) Ahí está.

SRA. BLANCO. (Secándose las manos en el mandil.) Te lo dije.

ALBERTO. (Recoge el tablero con las fichas y lo lleva al armario.) A ver qué nos cuenta hoy.

SR. BLANCO. (Se levanta y va hacia la puerta.) Voy a recibirle. (A su hijo.) ¿Quieres traer el whisky? (Sale.)

(El hijo prepara los vasos y la botella del licor, mientras su madre acerca un par de sillas más a la mesa. En ese momento vuelve a entrar su marido, seguido del militar retirado.)

SR. MARTÍN. Buenas noches a todos. (Ríe.) Es un decir porque la que está cayendo ahí fuera no es para bromear. (Estrecha la mano de ALBERTO y da un beso en la mejilla a la SRA. BLANCO.)

SRA. BLANCO. (Ofreciendo sillas.) ¿Nos sentamos? Traerás frío. Alberto ha preparado unos whiskys.

(Se sientan todos.)

SR. MARTÍN. Con uno de esos vasos no hay tormenta que valga. (Bebe.)

ALBERTO. ¿Qué historia nos va a contar esta noche?

SR. MARTÍN. La de La pata de mono.

SRA. BLANCO. ¿La pata de mono? Es un título que promete.

SR. MARTÍN. No lo crea. De hecho, lo que quiero hacer hoy es olvidarme de una vez de ella una vez se la haya contado. (Saca de su bolsillo una pata de mono disecada y negruzca.) Y luego tirar al fuego este amuleto, que es donde debe estar.

ALBERTO. (Incrédulo.) Ah, ¿pero esa cosa negruzca y fea es un amuleto?

SR. MARTÍN. Sí. Un faquir africano la hechizó. Y la hechizó de tal manera que tres hombres distintos pudieran pedirle tres deseos cada uno.

ALBERTO. ¿Y por qué no pide usted tres deseos?

SR. MARTÍN. (Su cara palidece.) Ya los pedí.

SRA. BLANCO. ¿Y se cumplieron?

SR. MARTÍN. (Hace un gesto a ALBERTO para que le sirva otro vaso de whisky. Luego bebe un sorbo.) Sí, mis deseos se cumplieron.

SR. BLANCO. ¿Y alguien más ha pedido deseos?

SR. MARTÍN. (Bebe otro sorbo.) El primer hombre pidió sus tres deseos. No sé cuáles fueron los dos primeros, pero el último deseo fue la muerte. Así me hice yo con esta pata.

(Silencio. Se oye el fragor de la lluvia. Un relámpago es seguido por un trueno estremecedor.)

SR. BLANCO. Si ya ha pedido usted sus tres deseos, la pata no le sirve para nada. Entonces, ¿por qué la conserva?

SR. MARTÍN. La verdad que no lo sé. Tenía ganas de venderla, pero creo que no lo haré. Ya ha causado mucho daño.

ALBERTO. Si tuviera que formularle tres deseos más, ¿los pediría?

SR. MARTÍN. (Acaba el contenido del vaso.) No lo sé, hijo, no lo sé.

(De pronto coge la pata, la balancea unos segundos y luego la arroja a la chimenea.)

SR. BLANCO. (Recoge la pata de la chimenea antes de que el fuego la toque.) Si usted no la quiere, me la quedo yo.

SR. MARTÍN. (Con gesto serio.) Sería mejor que la dejara quemarse. Si la conserva usted, querido amigo, no me culpe luego de lo que le ocurra.

SR. BLANCO. (Sin prestarle atención, sostiene en alto la pata.) ¿Cómo se piden los deseos?

SR. MARTÍN. Levántela con la derecha hasta la altura de sus ojos y pide su primer deseo en voz alta y decidida. Pero le vuelvo a prevenir sobre las consecuencias.

SRA. BLANCO. Suena como Las mil y una noches. (A su marido.) Pídele cuatro pares de manos para mí. Cada vez puedo menos con las labores de la casa. (Ríe.)

SR. MARTÍN. (Al señor de la casa.) Si va a pedir un deseo, pida algo que sea sensato.

SR. BLANCO. Ahora no se me ocurre nada. ya lo haré más tarde.

SR. MARTÍN. (Consulta su reloj. Se levanta.) No quiero estar presente. Les dejo antes de que pierda el último tren. Gracias por el whisky. (Camina hacia la puerta seguido de los de casa. Antes de salir, les hace un gesto de precaución mientras mira hacia la pata de mono que ha quedado sobre la mesa.) Recuerde, amigo. Pida algo sensato. (Desaparece.)

(Luego se oye arrancar el coche y perderse a lo lejos. Silencio. Vuelven los tres a la mesa.)

ALBERTO. Ahora seremos ricos, famosos y felices los tres. Para comenzar, padre, pídele a la pata ser emperador. Así, madre no te dominará más.

(Ríen los tres.)

SR. BLANCO. La verdad es que no sé qué pedir. Tengo todo lo que quiero.

ALBERTO. Si al menos acabaras de pagar la casa, serías el hombre más feliz de la tierra, ¿no?

SR. BLANCO. Pues sí.

ALBERTO. Bueno, entonces pide 6000 euros. (Guiña un ojo a su madre.)

SR, BLANCO. Sea. (Coge en alto la pata disecada y levanta la voz.) Pido 6000 euros. (Grita, mientras la pata se le cae al suelo. Asustado.) Se ha movido. Mejor dicho, se ha retorcido como una culebra entre mis dedos al pedir el deseo.

ALBERTO. (Recoge del suelo la pata y la deja sobre la mesa.) No veo el dinero por ninguna parte y apuesto lo que sea a que nunca lo veré.

SRA. BLANCO. Bueno, ya es hora de irse a dormir.

SR. BLANCO. Sí, creo que será lo mejor. (Se despiden de su hijo y suben las escaleras de la planta superior.)

ALBERTO. (Riéndose.) Supongo que cuando lleguen al dormitorio, encontrarán el dinero encima de la cama. (Baja la voz misteriosamente.) Y algo horrible les mirará con ojos diabólicos desde lo alto del armario.



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