Monólogo del Teatro
A mí siempre me ha gustado el teatro. Desde niño ya me gustaba actuar. Una vez, estudiando en los Salesianos, participé en una obra de teatro sobre el personaje del folklore popular Garbancito en una sala municipal. Y me tomé tan a pecho mi actuación como pájaro que cantaba a coro con otros cuantos la letra “Chu, chu, chu, chu, a ver, de Garbacito, decid lo que sepáis. Avecillas que voláis, pajarillos que cantáis. Sabed que Garbancito es un niño formal…”, que nunca se me fue de la cabeza la idea de terminar un día haciendo teatro. Y aprovechaba cualquier ocasión que se me brindaba para hacer mis pinitos. Me subía encima de una silla y hacía de charlatán, tal como había visto hacer a los artistas del engaño popular por medio de la palabra en la plaza del Mercado cuando acompañaba a mi madre a la compra. “Acérquense, señoras y señores, y vean qué les ofrezco por unas cuantas pesetas. Fíjense en esta pomada de serpientes que cura los resfriados. Es una pomada que, tras los primeros síntomas, se aplica en el pecho, la garganta y la nariz, y a las pocas horas dejará de estornudar y de toser y su voz volverá a sonar clara y limpia en sus labios. Sólo por cuatro pesetas cada tarrito. ¿Quién da tanto por tan poco? Señoras y señores, acérquense y vean los productos que les ofrezco por unas cuantas pesetas que no van a ningún sitio. Por ejemplo, este jarabe milagroso hecho con raíces de tomillo y de romero de los campos castellanos que cura las indigestiones y dolores de estómago. Con una cucharadita de este jarabe tomada nada más notar las primeras molestias, sentirá el estómago aliviado y limpio como el de un niño. Y sólo por un duro cada botellita. ¿Quién da tanto por tan poco?”
Y si no hacía de charlatán, me pintaba un bigote con un corcho quemado y simulaba ser mi tío Tano, el guarda jurado, que venía a casa de tarde en tarde y me recitaba simpáticos trabalenguas como aquel que decía: “Oiga, compadre Guerra, ¿por qué ha pegado con la porra de parra a la perra de Parra? Porque si la perra de Parra no hubiera mordido al compadre Guerra, el compadre Guerra no habría pegado con la porra de parra a la perra de Parra.”
Mis padres y mis hermanos se reían a mandíbula batiente oyéndome imitar las voces del charlatán y del tío Tano. Y otras veces me traían caretas de lo más grotescas y me pedían que encarnara al personaje en cuestión. Aquello me estimulaba mucho y sacaba de mi pura invención cosas realmente chocantes, como la vez que me trajeron la máscara de una bruja. Me metí en el cuarto de las escobas y a los pocos minutos salía de él disfrazado de la bruja más mala que habían pensado jamás. Escondido tras la careta, que tenía una verruga horrible en su ganchuda nariz, una bata negra que había desechado mi abuela y una escoba al hombro, me presenté ante la familia y les dije con una voz verdaderamente sepulcral: “Vosotros lo habéis querido. Habéis puesto en mis manos todo el mal del mundo en un momento y ahora caerá sin remedio sobre cada uno de vosotros. Para ti, Lucas (era mi hermano mediano), por todas las judiadas que me has hecho, en especial por dejarme sin merienda los dos días que nos quedamos solos en casa, deseo que cada vez que lleves a la boca una pastilla de chocolate ésta se convierta en un escarabajo. Para ti, Lola (era mi hermana mayor), por haberme tirado a la basura los tebeos del FBI y roto los cromos de la Selección, deseo que cada vez que vayas a leer una carta de tu novio ésta arda entre tus manos y se convierta en cenizas.” Yo me había tomado tan a pecho mi papel, que mis padres me pidieron que concluyera inmediatamente mi actuación. Temían que la maldición cayera sobre toda la familia. Sólo cuando Antonio, mi hermano pequeño, asustado por lo que le pudiera caer a él, me arrancó la careta de la bruja de la cara, se rompió el hechizo teatral y volví a ser yo.
Más tarde en el Instituto mis dotes interpretativas llamaron la atención de los profesores encargados de preparar las obras de teatro para las diversas fiestas del Centro y siempre me alzaba con uno de los papeles más importantes de la obra elegida. Uno de los primeros papeles que interpreté fue la de un actor mediocre que se olvidaba de sus textos y recurría a las improvisaciones más peregrinas, con lo que constantemente hacía montar en cólera al director de la compañía. Recuerdo la vez que debía declamar El Nazareno de Gabriel y Galán ante un público juvenil. Salía al escenario como empujado por alguien y luego me sorprendía al ver que estaba ante el público de un teatro. Miraba a un lado y a otro en busca de ayuda y entonces reparé en la concha del escenario. El apuntador me hacía gestos de que empezara a recitar. “El Nazareno, de Gabriel y Galán”, dijo a continuación para apuntarme. “El Nazareno, de Gabriel y Galán”, repetí como un autómata mirando a las primeras filas del patio de butacas, mientras mi mano se quedaba flotando en el aire. Algunos chicos sonreían. “Les voy a recitar el poema de Gabriel y Galán titulado El Nazareno”, dije mientras con la punta del pie tocaba la concha en busca de un nuevo apunte, “Cuando pasa el Nazareno / de la túnica morada,/ con la frente ensangrentada, / la mirada del Dios bueno / y la soga al cuello echada…” dijo de un tirón el apuntador con un tono que podía oírse en las primeras filas del teatro. Sonaron algunas risas. “Eso. Cuando pasa el Nazareno”, dije con voz de ultratumba, mientras me acompañaba con la mano para señalar el camino. “Con la frente muy morada…” Nuevas risas. “La mirada ensangrentada…” Risas abiertas. “Y una gota de veneno.” Carcajada general.
Pero el papel del que mejor recuerdo guardo fue el que encarnaba a un comisionista catalán llamado Pau Palau Tomeu, protagonista de una obra de Vital Aza titulada, si no recuerdo mal, Parada y fonda. En ella llegaba yo a una fonda de Valladolid en tiempos de ferias y en cuanto algún otro huésped mencionaba algún objeto, yo intervenía abriendo mi maletín de viajante y, mientras me presentaba con la retahíla de nombres Pau Palau Tomeu, representante de Andreu Tiu de Barcelona, le ofrecía como verdaderas gangas productos de lo más peregrino, desde cepillos para la ropa hasta instrumentos para mejorar la audición. Fue un éxito la vez que hicimos en la misma tarde dos representaciones de Parada y Fonda para reunir dineros para el Viaje de fin de curso de Preuniversitario, aunque la comida prevista en la obra la consumimos en la primera sesión y en la segunda comimos galletas puestas en el plato como si fueran filetes de carne.
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