miércoles, 18 de agosto de 2010

TEATRO ADAPTADO

Los tres deseos (II)

Se incluyen aquí los cuadros restantes de Los tres deseos, obra adaptada del relato de W. W. Jacobs La pata de mono.




SEGUNDO CUADRO

Primeras horas del día siguiente. El mismo escenario. Los tres habitantes de la casa. Y un AGENTE de la Compañía ferroviaria.

SRA. BLANCO. (Reparando en la pata de mono, que continúa sobre la mesa de la cocina, junto a la chimenea.) Creo que todos los militares retirados son iguales. ¡Qué idea la de hacernos escuchar una barbaridad semejante! ¿Cómo podrían concederse deseos en los días que corren y con una cosa tan fea?
SR. BLANCO. Tienes razón. Más vale que lo olvidemos.
SRA. BLANCO. Aunque, pensándolo bien, ¿qué mal podrían causarnos 6000 euros?
ALBERTO. (Cínicamente.) Podrían caer del cielo sobre tu cabeza, padre.
SR. BLANCO. Ahora recuerdo una cosa que dijo el sargento. Dijo que todas las cosas ocurren con tanta naturalidad, que podrías, si quisieras, atribuirlas a una coincidencia.
ALBERTO. (Recogiendo las llaves del coche para irse a trabajar a la estación de ferrocarril.) Sobre todo, padre, no se lance sobre el dinero antes de que yo vuelva. No quiero que se convierta usted en un hombre avaro y no le reconozcamos madre y yo. (Ríe. Luego da un beso a su madre en la frente y sale.)
(Pausa.)
SR. BLANCO. (Coge la pata de mono y se la lleva al armario.) Esta cosa se movió en mi mano (Se sirve un vaso de agua.)
SRA. BLANCO. Te imaginaste que se movía, que no es lo mismo.
SR. BLANCO. Juro que se movió en el momento de pedir el deseo. (Bebe del vaso. Repara por la ventana que hay alguien delante de la casa.) ¿Quién es ese hombre?
SRA. BLANCO. (Se acerca para mirar.) Viene muy bien vestido. (Suena el timbre de la puerta. Se desata el mandil y lo cuelga de un gancho.) Voy a abrirle. (Sale.)
(Pausa. La SRA. BLANCO entra seguida del caballero que acaba de llegar.)
SRA. BLANCO. (Señalando al SR. BLANCO.) Le presento a mi marido.
AGENTE. (Estrechando la mano del SR. BLANCO.) Encantado. (Titubea nervioso.) Me… me pidieron que viniera. Vengo de la Compañía Ferroviaria.
SRA. BLANCO. (Nerviosa.) ¿Pasa algo? ¿Le ha ocurrido algo a Alberto? ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?
SR. BLANCO. (Poniendo calma.) Calma, calma, madre. Siéntate y no saques conclusiones. (Al AGENTE.) Estoy seguro de que usted no trae malas noticias, ¿verdad, señor?
AGENTE. (Cabizbajo.) Lo siento mucho, señores.
SRA. BLANCO. (Sin poder calmarse en la silla.) ¿Está herido?
AGENTE. (Asintiendo.) Muy herido. Pero no está sufriendo.
SRA. BLANCO. (Aliviada momentáneamente.) ¡Gracias a Dios! (Junta las manos.) Gracias, Dios mío. (Muda el semblante al ver que el AGENTE respira hondo. Se coge a su marido.) ¿No habrá…?
AGENTE. (Con voz grave.) Quedó atrapado en las máquinas.
SR. BLANCO. (Repite anonadado.) Quedó atrapado en las máquinas, sí. (Se deja caer en la otra silla, junto a su mujer, y le pone la otra mano sobre la suya, con desesperación.)
AGENTE. (Tose.) La Compañía me ha encomendado que les exprese sus condolencias por esta gran pérdida que acaban de sufrir. Les ruego que comprendan que sólo soy un empleado de la Compañía y que sólo obdezco órdenes. (Ninguno de los dos responde. Ambos muestran gestos de dolor y desesperación y sus miradas están perdidas, fijas en la ventana.) Quería decirles que la Compañía no asumen ninguna responsabilidad en la muerte de su hijo, que ha sido un accidente fortuito.No obstante, en consideración a los servicios prestados por su hijo, desean proporcionarle una cantidad de dinero como compensación.
SR. BLANCO. (Suelta la mano de su esposa y en sus ojos aparece una expresión de horror.) ¿Cuánto?
AGENTE. Seis mil euros.
(La SRA. BLANCO grita y el SR. BLANCO cae al suelo sin sentido.



TERCER CUADRO

Una semana después. De noche. En el dormitorio de los señores de la casa.

SR. BLANCO. (Se despierta de repente. Nota que su esposa no está en el lecho. Se oye un llanto. Mira hacia la ventana. Repara en su mujer. Se incorpora y da la luz.) Vuelve a la cama, mujer. Te vas a resfriar.
SRA. BLANCO. Mi hijo tiene frío. (Llora de nuevo.)
SR. BLANCO. Ven a la cama.
SRA. BLANCO. (Camina hacia el lecho. De repente se lleva las manos a la cabeza y da un grito.) ¡La pata! ¡La pata de mono!
SR. BLANCO. (Se tira de la cama y acude a su encuentro.) ¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué pasa? (Abraza a su esposa con ternura y miedo.)
SRA. BLANCO. (En voz baja, misteriosa.) La quiero. No la habrás destruido, ¿verdad?
SR. BLANCO. (Extrañado.) No, claro que no. Está en el armario, junto al tablero del ajedrez. ¿Por qué?
SRA. BLANCO. (Lo besa. Ríe y llora a la vez.) La había olvidado. (Con gestos de locura.) ¿Por qué no lo he pensado antes? ¿Por qué no lo has pensado tú?
SR. BLANCO. (Asustado.) ¿El qué?
SRA. BLANCO. ¿Por qué no hemos pensado en los otros dos deseos? Sólo hemos pedido uno.
SR. BLANCO. (Acariciéndola.) ¿Y no ha sido suficiente?
SRA. BLANCO. (Se separa de su marido bruscamente. Grita.) ¡No! Pediremos uno más. (Vuelve a bajar la voz con tono de locura.) Sólo uno más. Baja a por ella y tráela aquí. Y pídele que Alberto vuelva a la vida.
SR. BLANCO. (Desolado, vuelve a la cama y se sienta sobre ella con los brazos caídos.) ¡Dios mío! Esto nos va a volver locos.
SRA. BLANCO. (Se acerca a su marido con los brazos extendidos.) Ve por ella. (Grita.) ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
SR. BLANCO. (Intenta calmarla.) Vuelve a acostarte. No sabes lo que dices.
SRA. BLANCO. (Rehúsa el gesto de calma de su marido.) Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no va a cumplirse el segundo?
SR. BLANCO. Fue una coincidencia.
SRA. BLANCO. (Lo coge por los hombros y lo zarandea.) ¡Ve por ella de una vez!
SR. BLANCO. (Se abraza a ella con ternura. Luego la mira fijamente a los ojos.) Hace una semana que está muerto. Y además… (Duda.) no quiero decir más. Sólo pude reconocerlo por la ropa. Si ya era demasiado horrible para que lo vieras entonces, ahora…
SRA. BLANCO. (Le empuja hacia la puerta.) ¡Tráemelo! ¿Crees que tengo miedo al niño que crié?
(El hombre sale del dormitorio. La SRA. BLANCO se queda riendo y llorando a la vez a la escucha de los pasos de su marido bajando por la escalera. Luego oye el ruido de la puerta del armario de la cocina al abrirse y al cerrase de nuevo. Después los pasos del hombre acercándose por la escalera. Finalmente, aparece con la pata de mono en la mano.)
SR. BLANCO. (Temblando de miedo.) Aquí está.
SRA. BLANCO. (Con violencia.) Pídelo.
SR. BLANCO. Es absurdo y cruel.
SRA. BLANCO. (Gritando.) ¡Pidelo!
SR. BLANCO. (Levanta la pata de mono. Con tono trémulo y en voz alta.) Deseo que mi hijo viva de nuevo.
(El amuleto cae al suelo. El SR. BLANCO lo mira con terror. Luego, temblando, se deja caer sobre la cama. La SRA. BLANCO se acerca a la ventana y la abre. Se queda mirando fijamente al exterior.)
(Pausa. El SR. BLANCO hace un gesto de alivio y se acuesta. La SRA. BLANCO, decepcionada, abandona la ventana y se reúne con su marido en el lecho. Pausa.)
SR. BLANCO. (Apaga la luz.) Te lo dije, mujer. Todo puede haber sido una coincidencia.
(Se oye un crujido en la escalera.)
SRA. BLANCO (Sobresaltada.) ¿Qué ha sido eso?
SR. BLANCO. No te preocupes. Habrá sido un ratón.
(Pausa. Silencio. De pronto un ruido muy fuerte retumba en la casa.)
SRA. BLANCO. (Incorporada en la cama.) ¿Y eso?
SR. BLANCO. ((Incorporándose también.) Posiblemente un trueno. Ya sabes que estas noches suelen ser de fuertes tormentas.
SRA. BLANCO. Nada de truenos. Ese es Alberto. (Gritando.) ¡Alberto! (Se tira de la cama y va hacia la puerta del dormitorio.)
SR. BLANCO. (Hace lo mismo, pero para coger de un brazo a su mujer e impedirle que salga.) ¿Qué vas a haccr?
SRA. BLANCO. (Forcejea con su marido para liberarse. ) ¡Es mi hijo! ¡Es Alberto! (Solloza.) Olvidé que estaba a tres kilómetros de aquí. (Sigue forcejeando.) ¿Por qué me detienes?
SR. BLANCO. (Suplicando.) Tengo que hacerlo, querida.
SRA. BLANCO. Déjame ir. Tengo que abrirle la puerta.
SR. BLANCO. (Lleno de terror.) Por el amor de Dios. No debemos dejarle entrar. Cualquiera sabe qué puede ocurrirnos.
SRA. BLANCO. ¿Vas a temer a tu propio hijo? (Forcejea de nuevo.) Déjame ir. (Gritando hacia el hueco de la puerta.) ¡Ya voy, hijo! ¡Voy a abrazarte, Alberto!
(Sonaron otros golpes más fuertes que el anterior. La SRA. BLANCO logra zafarse de su marido y desaparece. El hombre se queda paralizado de terror. Se oyen los pasos de la anciana en la cocina. Luego el ruido de la cadena y el pasador de la puerta.
VOZ EN OFF de la SRA. BLANCO. ¡El cerrojo de arriba! Ven pronto. No lo alcanzo.
SR. BLANCO. (A gatas por el dormitorio en busca de la pata de mono.) Si lograra encontrar la pata antes de que entre en casa eso que golpea la puerta… (Nuevos golpes que cada vez suenan más espantosos y frenéticos.) ¿Dónde estás, pata de los demonios? (Se oye el arrastrar de una silla.) Es mi mujer. Si logra arrimarla a la puerta y decorrer el cerrojo, estamos todos perdidos. (Jadea en la búsqueda.) ¡Aquí estás! (Suena el cerrojo al abrirse.) ¡Te pido que se marche eso para siempre! (Los golpes cesan del todo. Sólo suena la silla al retirarse de la puerta y abrirse ésta. Y enseguida, el grito de dolor y desesperación de su esposa.)
VOZ EN OFF de la SRA. BLANCO. ¡Adiós para siempre, hijo!
SR. BLANCO. (Se acerca a la ventana y mira a la noche.) Descansa en paz, Alberto. ¡Gracias, Dios mío!
(Se oye cerrar la puerta de la calle. Luego suenan lentos los pasos de la anciana subiendo por la escalera. El SR. BLANCO acude a su encuentro. La SRA BLANCO entra con el rostro sereno y un gesto de resignación.)
SR BLANCO. (La abraza.) Todo está bien. Ahora podemos descansar.


FIN.

1 comentario: