miércoles, 23 de septiembre de 2009

POEMAS RESCATADOS

Seguimos hoy rescatando poemas de Cangilones de vida, aquel libro primero con el que bajé al ruedo de la poesía el año 1978, y les toca el turno a tres poemas pertenecientes al apartado Primera Antología para un amigo sentimental (ese amigo sentimental era el poeta José Antonio Espejo, tristemente fallecido y que por aquel entonces compartía conmigo tareas docentes en el Colegio Viaró de San Cugat del Vallés). Esos tres poemas son los siguientes:


TIERRA

¿Bajo qué raíces especiales
escondes tu esperanza,
madre tierra?

¿En qué caliente lecho de animales
ensayas libremente
tu fecundidad sin límites?

¿En qué escondida orilla
de qué lejano mar
reposas tu figura inagotable?

¿Dónde hallar tus huellas
para diluirme en el soplo de tu aliento
y dejarme navegar por tu constancia?

¿Dónde hallar tus manos
para morir tranquilo
como una ola perdida en una playa?



ESPERA

Tú ves dibujarse cada tarde
a tu amada en las ramas de un ciprés.
Viene con el aire del crepúsculo
y allí se queda un rato como esperándote.
Mas cuando crees que es tuya
y alargas las manos para acariciar su pelo,
su frente, sus ojos y sus labios,
desesperantemente se esfuma
con la escurridiza luz que le queda a la tarde.
Y estás otra vez solo,
con el frío de la noche entre los dedos
con el hueco sabor de los besos soñados
poblándote la boca.
No sé de dónde obtienes esta cruel constancia,
pero cada atardecer vuelves aquí
para encontrarte con la mujer soñada,
para volverla a perder cuando muera la luz
y la noche te unja con sus sombras.
Sólo cuando la tierra haya llenado
todos los huecos vivos de tu cuerpo
y la noche total habite tu mirada,
encontrarás por fin a esa mujer
y juntos, cada tarde,
volaréis por el sueño del ciprés.


TORO

Hay un toro en penumbra
pegado a nuestras almas
desde que nacemos
y nos mira en silencio
y nos acecha siempre
y a veces aparece en nuestras fotos
como un halo de muerte.
Es el toro de la noche total
que nos come las esperanzas.
Pero lleva en sus cuernos
tantos sueños nuestros, tantas ansias,
que nos es familiar
y hasta necesario.
Porque mientras afila
su última cornada
y nos sigue acechando
sin clavarnos sus astas,
seguiremos bien vivos
y armados con nuevas esperanzas.

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