viernes, 25 de abril de 2008

LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

3. Versos para niños y Libros de lectura

A) Versos para niños

Recuerdo de la escuela que don Andrés, mi primer Maestro Nacional, tenía siempre en su mesa algún libro del inefable Antonio Fernández, su Enciclopedia Práctica en todos sus grados, Iniciaciones, Estampas evangélicas o los famosos Versos para niños, de los cuales nos leía de vez en cuando la Oración de J. A. Silva , la Canción del pastor en vela de J. García Nieto , el Crepúsculo campesino de Francisco Villaespesa o la Marcha triunfal de Rubén Darío, de ritmos tan marciales, aquellos versos que el maestro escribía en la pizarra para que los copiáramos con esmerada caligrafía en nuestros cuadernos antes de aprenderlos de memoria:
“¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo.
¡Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines!”.
O una de mis favoritas por entonces, El molino, de Antonio Fernández Grilo :
“Sigue el agua su camino
y al pasar por la arboleda,
mueve impaciente la rueda
del solitario molino.
Cantan alegres
los molineros,
llevando el trigo
de los graneros;
trémula el agua
lenta camina;
rueda la rueda,
brota la harina,
y allí en el fondo
del caserío
a par del hombre
trabaja el río...”.
Versos para niños, que llevaba de subtítulo “Antología lírica ilustrada de poesías recitables”, con el tiempo se convirtió en un referente necesario para hacer nuevos libros de poesía para niños. En su prefacio Antonio Fernández, seleccionador de los poemas del libro y también autor de bastantes de los poemas que figuran en él, nos da una pista de cómo ha de ser la orientación de dichos libros. Citamos sus propias palabras: “Unas poesías recuerdan las nanas con que tu madre duerme en la cuna a tus hermanos más pequeños, otras se refieren a tus juegos y devociones, y algunas te ponen frente a las glorias de nuestra Patria para que aprendas a cantarla y a amarla. Y todas tratan de cultivar tus sentimientos y depurar tus aficiones, de forma que, habituándote a su ritmo y a su belleza, te hagan rechazar con energía las lecturas torpes, como se rechaza una ortiga después de oler una flor...” Y en efecto, en el libro pueden encontrarse, además de las citadas más arriba, poesías que son nanas o canciones de cuna, oraciones y plegarias a la Virgen, a Dios y a Cristo Crucificado, junto con villancicos que celebran el Nacimiento, juegos, diversiones, descripciones de paisajes, elogios del trabajo y de virtudes humanas, cantos a la Patria y a sus héroes, en una palabra, modelos líricos para cultivar los sentimientos de la época, reducidos a ensalzar la religión católica, la Patria, el paisaje español y la vida laboriosa y honrada de sus gentes. Y entre los poetas más frecuentes, aquellos más cercanos a la doctrina del Movimiento: Foxá, Pemán , Manuel Machado, Federico de Urrutia, Adriano del Valle, Enrique de Mesa, el P. Julio Alarcón o Luis Fernández Ardavín, para no hacer excesivamente larga la lista y otros anteriores de quienes extrajeron lo que mejor iba con sus postulados, como Gabriel y Galán, Marquina, Vicente Medina o Villaespesa, además de los clásicos como Lope de Vega, Góngora o los anónimos del Romacero, sin que faltaran, para completar la nómina, autores iberoamericanos cuyas composiciones respondieran a sus exigencias éticas y estéticas, como Nervo, Gabriela Mistral, Francisco Luis Bernárdez o Juana de Ibarbourou.
Los poemas de tales poetas, leídos por el maestro, adquirían a nuestros oídos valores inexcusables, entre otras cosas porque entonces se pensaba unánimemente que el maestro, ante sus alumnos, actuaba en nombre de Dios, de la Patria, de la familia, de la sociedad y de la cultura. Y se aceptaba cuanto de su iniciativa procediera. Lo mismo se aceptaba, por ejemplo, que la enseñanza del idioma en muchos casos se basara en la memorización de poesías que el maestro elegía cuidadosamente. Eran poesías que defendían los valores “eternos” de la familia, la abnegación y la honradez del trabajo de los pobres, el patriotismo, la religión cristiana; poemas muy sentimentales, llenos de ternura y conmiseración con los más débiles.

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