lunes, 28 de abril de 2008

LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

B) LIBROS DE LECTURA

Eran años aquellos en que los libros de lecturas para chicos y chicas, graduados según las dificultades de los textos y la edad de los lectores, incluían cíclicamente lecturas que se referían a la vida de familia en el hogar, a la escuela considerada como prolongación de la casa, a momentos agridulces vividos en familia, la muerte de un ser querido, la primera comunión, el santo de la abuela...; también había cuentos entrañables que recordaban festividades vividas en familia como la Noche de Reyes o, simplemente, recordatorios de las narraciones que oíamos desde muy pequeños, siempre basadas en los clásicos de Perrault o de los hermanos Grimm (¿quién no ha oído mil versiones y tratamientos, por ejemplo, del Gato con botas?). En dichos libros se incluían también poesías que tenían que ver con el hogar, y ahí figuraban poemas de Fernández Grilo, la Reyerta infantil, de Juan de Dios Peza o La muñeca, de Vital Aza, y relatos que nos ponían en contacto con otros países, cuanto más lejanos mejor (Japón, Alaska, Estados Unidos); y no faltaban, por supuesto, referencias a figuras y personalidades históricas que habían hecho de España nuestro común hogar (Fernando III el Santo, Cristóbal Colón, Alfonso X el Sabio); cerraban la lectura con broche de oro los santos españoles que habían convertido su personal camino del cielo en nuestro eterno hogar (San Tarsicio, Santa Casilda, San Juan de la Cruz). Ejemplos de ello eran los libros que Ediciones Jover publicaba en Barcelona en los años sesenta: Amigos, que constituía un primer grado de lectura, y Hogar, el libro de lectura normal.
O los de Mantilla, que era una serie de libros de lectura, también de Barcelona, aunque algo anteriores que los dos citados. Analizando, por ejemplo, el Libro de lectura número 3, vemos entre los Trozos escogidos en prosa Máximas y aforismos, Trozos sacados de los Evangelios (de San Mateo y San Juan), Anécdotas (Amor a la Patria, Amor filial...), textos de autores sobre los más diversos temas de interés para los chicos, como “La lectura”, de Balmes, “El rico y el pobre”, de Feijoo, “El amor”, de Mateo Alemán, “La arquitectura árabe”, de Pedro de Madrazo, “Elegancia de la lengua castellana”, de G. Garcés, o el “Discurso de las armas y las letras”, de Cervantes.
La segunda parte se titula Poetas españoles e hispanoamericanos, y éstos son algunos de los poemas que figuran en ella: A Cristóbal Colón, de R. M. Baralt, A una golondrina, de Carolina Coronado, o Noche serena, de Fray Luis de León.
O las Páginas selectas, “lectura para niños escogida y ordenada”, como reza en el subtítulo, y editadas por Dalmau Carles, en Gerona. Entre los “Trabajos en prosa” destacan “El espejo de Matsuyama”, de Juan Valera, “Los guantes”, de Miguel Ramos Carrión, “Rafael”, de Lamartine, “La misa de los muertos”, de J. Manuel de Sabando, o “Una tarde invierno”, de Pi y Margall, mientras que aprendíamos o recitábamos sólo de sus “Trabajos en verso” El crucifijo de mi hogar, de Núñez de Arce, A un impaciente, de Manuel Sandoval, El pueblo del porvenir, de Zorrilla, o La catarata y el ruiseñor, de Manuel Reina.
También eran muy conocidas las Joyas literarias para los niños, editadas en Madrid y con una “breve reseña histórica de nuestra literatura y colección de biografías de notables escritores españoles, antiguos y modernos, seguidas de artículos, poesías o trozos literarios de los mismos”, según se nos aclara en la portada. Lo mismo que el anterior, aunque mezclados y en orden cronológico descendiente, incluye textos en prosa y en verso, además de una “Breve noticia histórica de la Literatura española”. Entre los textos en prosa destacamos “El combate de Trafalgar”, de Galdós, “El alma de las cosas”, de Alejandro Sawa, “El Quijote”, de Menéndez y Pelayo, “Peñas arriba”, de José María Pereda, o La Nochebuena del poeta, de Pedro A. de Alarcón, que incluye aquellos cuatro versos llenos de melancolía, inolvidables:
“La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más”.
Otro ejemplo lo constituyen los Cuentos, leyendas y narraciones que en mi ciudad natal, Zamora, dio a conocer Cesáreo Herrero distribuidos en tres grados, con relatos tan entrañables como “Señor, aquí está Juan”, de Fernán Caballero, “El espíritu de las aguas”, “El doctor sabelotodo”, y poesías del propio Cesáreo Herrero, como la titulada Carbonero y de otos autores, como la Nana, de J. De Ibarbourou, o Canto a la bandera, de Villaespesa.
No puedo pasar por alto aquí un libro titulado Mis amores, que, como reza en el subtítulo, es “una colección de artículos y poesías de los mejores literatos contemporáneos hispano-americanos (reunidos) para que sirvan de lectura educativa, emotiva y sugestiva en las escuelas de niños y niñas”, escogidos y ordenados por don Manuel Guiu Cucurull. Desde la editorial se tenía la convicción de que, a la vez que los niños aprendían y conocían con toda su pureza el idioma patrio, se conseguía que con tales modelos se enfocara el pensamiento infantil hacia la Verdad, y el sentimiento hacia la Bondad y la Belleza; de modo que, al afear los vicios, se embellecían las virtudes. Los trozos literarios y los poemas del libro se agrupaban en diversos apartados: Amor filial , es el primero, donde destacan, entre otros, El ama, de Gabriel y Galán, o El gaitero de Gijón, de Campoamor. El segundo apartado es el Amor a la escuela, con poemas como Los pajarillos sueltos, de Vicente Medina, o La pluma, la mano y la cabeza, de Manuel del Palacio. El tercero se llama Amor a la patria y en él sobresalen, entre otros, Castilla, de Núñez de Arce, o La marcha real española, de Eduardo Marquina. El cuarto amor es el Amor a la humanidad , que contiene poemas como La calumnia, de Rubén Darío, o El nido, de Juan de Dios Peza. Amor a la ciencia y al arte es el siguiente apartado, en el que figuran poemas como A la lengua castellana, de José Mercado, o El pensamiento, de Calderón de la Barca. Amor a la naturaleza es otro apartado, que incluye poemas como A un ruiseñor, de Espronceda,. o La lluvia, de Meléndez Valdés. El último apartado es el Amor a Dios y en él leemos poemas como los siguientes: Himno a María, de José Zorrilla, o El Cristo de mi escuela, de Miguel Benítez de Castro. Estos son algunos de los poemas del libro, pero también, como queda dicho, es rico en fragmentos en prosa, cuyos autores son, entre otros, Ramos Carrión, E. de Amicis, Pérez Galdós, Martínez Sierra, Castelar, Pardo Bazán...
Tampoco podemos olvidar otro libro típico de la época a que nos estamos refiriendo, titulado El amigo, “método completo de lectura”, según reza en la cubierta, en el que aparecen, junto a trozos de prosa que tratan los más diversos temas (desde la propia presentación del libro como un ser que sirve de utilidad para el que lo lee, hasta asuntos morales (“Fe, esperanza y caridad”, “Conformidad”,”La conciencia” o “La legalidad”), higiénicos y de salud (“Luciérnagas por linternas”, “La salud” o “Nuestro servidor”), pasando por temas gramaticales (“La palabra”, “Sí y no”, “Tiempos del ser” o “Nombre, artículo y pronombre”), mitológicos y religiosos (“Júpiter y la oveja”, “Bato” o “Las lentejas de Esaú”), sociales (“Los tres amigos”, Beneficencia”, “Respeto a los viejos” o “Idea civil”) y de amor a la naturaleza y a los animales ( “El agua”, “El más fuerte”, “Naturaleza” o “El viento, el sol y el peregrino”) y a los héroes patrióticos que defendieron a España contra los invasores : “Pedro Velarde”, “Zaragoza”, “Mariano Álvarez” o “El alto ejemplo”). También incluye bastantes poemas: la décima que dice:
“Tú, cumplir aquí procura
con constancia sin igual
cuanto es lícito al mortal
y debe hacer la criatura;
al santo Dios de la altura
encomiéndale tu alma,
y así vivirás con calma,
porque Dios, sabio y prudente,
al fin te dará indulgente
de tus virtudes la palma”;
la fábula Las ranas pidiendo rey, descripciones líricas como La casa, versos inflamados como los de Bernardo López García que cantan a la Guerra de la Independencia u otros más serenos, como los de La honra, de Blanco Belmonte.
Ni las Lecturas escolares (Notas históricas y páginas selectas de literatura castellana), de Concepción Sáiz, en tres tomos. Para hacernos una idea de cómo eran estas lecturas, seleccionamos el primer tomo, que abarca los siglos XII al XV, para analizarlo sucintamente. Sin embargo, quisiera citar antes unas palabras de la autora presentes en el prólogo porque me parecen de suma importancia y son, además, muy oportunas en el estudio que estamos realizando; son éstas: “Tiene cada nación su característica racial; a ella deben adaptarse los medios educativos, si la educación ha de ser educación, desarrollo y perfeccionamiento de las cualidades nativas” Y un poco más adelante: “La lengua patria, creada al par de la nacionalidad, integra la característica personal del pueblo que al formarla condensó en ella sus heroísmos, sus dolores, sus triunfos, sus derrotas, sus ansias, sus amores, sus ideales, sus creencias, su vida entera”.
En el Capítulo I se exponen los Antecedentes de la Literatura castellana, que, como dice la autora, “considerada como expresión del alma nacional, sintetiza toda la vida espiritual de nuestro pueblo, desde los comienzos de su formación”. Y un poco más adelante: “En la formación accidentada de nuestra nacionalidad y, por tanto, de nuestro carácter racial y de nuestra Literatura, intervinieron con los elementos latinos y septentrionales otros tan contrapuestos como los árabes y hebreos.” Y enseguida, se procede, en el Capítulo II, a mostrarnos los primeros versos del Cantar del Cid, los que corresponden a su destierro; en el III, aparece Berceo con un fragmento de su Vida de Santo Domingo, que incluye aquellos alejandrinos, que aprendimos todos:
“Quiero fer una prosa en roman paladino
en el qual suele el pueblo fablar a su veçino,
ca no so tan letrado por fer otro latino,
bien valdrá commo creo un vaso de bon vino”,
y el primer Milagro de Nuestra Señora, el de la casulla inconsútil de San Ildefonso; y entre otros fragmentos, uno del Poema de Apolonio y un par de Cantigas de Alfonso X el Sabio; las grandes figuras de la Literatura castellana del siglo XIV ocupan el Capítulo IV, entre ellas, el Arcipreste de Hita con algunos Gozos de Santa María y versos de la Pelea que hobo don carnal con la Quaresma, entre otras muestras; el Canciller Ayala y cuadernas vías de su Rimado de Palacio, o el rabí Don Sem Tob con algunos de sus Proverbios morales; el Capítulo V se ocupa del Marqués de Santillana (la Serranilla de la vaquera de la Finojosa y un par de aquellos sonetos suyos fechos al itálico modo), de Juan de Mena (trozos del Laberinto), o de Rodríguez del Padrón (la Canción que empieza “Fuego del divino rayo”).
Gómez Manrique, con su Canto de cuna y Jorge Manrique, con sus Coplas íntegras, entre otros, son presentados en el Capítulo VI; finalmente, el Capítulo VII se ocupa de los Romances, cuyos ejemplos más destacados son: el de don Rodrigo, el de Bernardo del Carpio, el del conde Fernán González y algunos del Cid, entre los históricos; el del asalto a Baeza, el de Abenámar o el del rey moro que perdió Alhama, entre los fronterizos; y el de Fontefrida, el del conde Arnaldos o el de doña Alda, entre los novelescos y caballerescos.
Ni la Antología del hogar, de María Luz Morales, exclusiva para niñas. En el prólogo se nos explica la razón del título : “...El hogar es el centro vital, el crisol en amor encendido, de donde deben partir, donde deben forjarse todos los nobles anhelos, todas las justas aspiraciones femeninas”. El libro está estructurado en cinco partes y cada una de ellas aparece profusamente ilustrada por textos en prosa y en verso sabiamente escogidos. Veamos algunos ejemplos. En la primera parte, La casa y la mujer, donde la autora nos dice cosas como que “Para que una casa sea un hogar precisa que tenga un corazón” y “El corazón del hogar lo ponen el amor, la armonía, la sensibilidad, de quienes la habitan”, pueden leerse textos de los siguientes autores: de Salomón, La mujer fuerte : “Mujer fuerte ¿quién la hallará? Su estima sobrepuja largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado y no sufrirá despojo. Darále ella bien, y no mal todos los días de su vida. Buscó lana y lino y con voluntad labró de sus manos. Fue como navío de mercader: trajo su pan desde lejos. Levantóse aún de noche y dio comida a su familia y ración a sus criados”...; de F. James, El comedor : “Eres tú, comedor, la despensa divina: ya sea que encierres el higo que mordió el mirlo, o la cereza comida por el gorrión, o el arenque que ha visto el coral y las esponjas, o la codorniz que sollozó el nocturno de las mentas, o la miel de otoño cogida bajo los rayos del sol moreno”...; de G. Martínez Sierra, La mesa, o de J. Ramón Jiménez, Cuarto.
En Niños y madres, donde se empieza diciéndonos que “la compañía de los niños es la mejor: es grata, es alegre, lo mismo mientras somos niños a nuestra vez que cuando hace ya mucho tiempo que dejamos de serlo”, hallamos la Romanza sin palabras, de Maragall, o El manantial, de Tagore: “¿Sabe alguien de dónde viene el sueño que pasa volando por los ojos del niño? Sí. Dicen que mora en la aldea de las hadas; que por la sombra de una floresta, vagamente alumbrada de luciérnagas, cuelgan dos tímidos capullos de encanto, de donde viene el sueño a besar los ojos del niño”.
En La paz, leemos poemas como La rosa blanca, de José Martí o Fraternidad humana, de Paul Fort, y prosas bellas de Amado Nervo y de E. María Remarque sobre los rencores y los horrores que produce la guerra.
En Trabajo y alegría, adonde se nos introduce diciendo del trabajo que será el mejor compañero de la vida: “el que estará a tu lado siempre que lo llames, el que dará pan a tu mesa, rescoldo a tu hogar, primor y dignidad a tu casa”, se incluyen poemas como Mi vaquerillo, de Gabriel y Galán, o bellas prosas como La oración de la maestra, de Gabriela Mistral: “¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la tierra. Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes. Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto”...
Finalmente, en Naturaleza, podemos leer la ternura lírica de El canario se muere, de J. Ramón Jiménez : “Mira, Platero; el canario de los niños ha amanecido hoy muerto en su jaula de plata. Es verdad que el pobre estaba ya muy viejo...El invierno último, tú te acuerdas muy bien, lo pasó silencioso, con la cabeza escondida en el plumón. Y al entrar esta primavera, cuando el sol hacía del jardín la estancia abierta y abrían las mejores rosas del patio, él quiso también engalanar la vida nueva, y cantó; pero su voz era quebradiza y asmática, como la voz de una flauta cascada”...; o la Balada de la placeta, de Federico García Lorca, La espiga, de Rubén darío, o La vaca ciega, de J. Maragall.
Tampoco quiero dejar de mencionar un librito, curioso donde los haya, del P. José Prat, S. J. titulado Nuevas lecturas para la infancia, que, además de buscar, según se nos dice en el prólogo, la reeducación de la fonación incorrecta de los escolares por medio de juegos de palabras y entretenimientos de amena lectura, incluye anécdotas, relatos y poemas que conviene destacar. Entre las anécdotas hay una de Napoleón, según la cual desengañó a sus compañeros de armas sobre cuál había sido el día más hermoso de su vida diciéndoles que el día más bello de su vida había sido el de su Primera Comunión; otra de Guillermo II de Alemania ocurrida con una niña quien, tras haber sido preguntada por el reino a que pertenecían una naranja, una moneda con su efigie y su real persona, contestó sin inmutarse: la naranja al reino vegetal, la moneda al reino mineral y Su Majestad al ...reino de Dios (y no al reino animal, como suponía que iba a contestar la niña), y más. Entre los relatos destacan La insignia adorada (que no es otra cosa que un escapulario que echa de menos un colegial antes de dormirse), Obediencia ejemplarísima (sobre la vocación del profeta Samuel ante la llamada de Dios) o La mariposa y la abeja (sobre la constancia y la paciencia en el trabajo). Respecto de los poemas, el librito incluye, entre otros, Las ermitas de la sierra de Córdoba, de A. Fernández Grilo, o El chico, el mulo y el gato, de Campoamor. Y cerraré este apartado citando un librito de principios de siglo que fue muy utilizado en la época de referencia y que está en consonancia con los aludidos más arriba. Se titula Elocuencia y poesía castellanas, “colección de fragmentos en prosa y verso entresacados de notables escritores de los siglos XVIII y XIX para ejercicios de lectura en las escuelas primarias precedida de una breve reseña de la Literatura española”, según reza en el subtítulo. Choca en primer lugar la reducción de los textos a esos dos siglos, pero enseguida, ya en el prólogo, se nos da la causa de esa acotación: “Presentar al niño asuntos e ideas que estén más a su alcance que los modelos literarios de épocas pasadas, más propios sin duda para estudiarse en la segunda enseñanza y cuando el juicio está desarrollado”. Vuelve a separarse aquí la prosa y el verso, y entre los textos de la primera hallamos los siguientes: “Yo quiero ser cómico”, de Larra, “La Biblia”, de Donoso Cortés, “Los artistas”, de Mesonero Romanos, “Los Reyes Católicos”, de Modesto Lafuente, “Montserrat”, de P. Piferrer, o “La esperanza”, de José Selgas.
Mientras que en el apartado de la poesía, podemos leer composiciones como La presencia de Dios, de Meléndez Valdés:
El burro flautista”, de Iriarte Rimas, de Bécquer El sol y la noche, de Adelardo López de Ayala

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