martes, 22 de abril de 2008

LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

“QUÉ DEBO LEER”

Así se llamó un libro que, con el subtítulo “Guía de lecturas para hombres, mujeres y niños”, dio a conocer el escritor José Mª Borrás en la Sociedad General de publicaciones, S. A.. ( Barcelona, 1931) y que fue ampliamente utilizado en los años que siguieron a nuestra guerra civil y, en consecuencia, durante el franquismo. Ya en el Prólogo el autor asegura que las listas de libros que ofrece a lo largo de la obra “son para el gran público únicamente” y que no por ello el libro mostrado “puede ser útil para el lector corriente, ahorrándole trabajos y tanteos.” A la pregunta “¿Por qué debemos leer?” responde clara e incuestionablemente: “Para recrear el entendimiento, enriquecer la memoria, alimentar la voluntad, dilatar el corazón y satisfacer el espíritu.” De lo cual deduce el autor los tres tipos diferentes de lecturas: las que nos ofrecen los maestros de la literatura para nuestro recreo, las de estudio y consulta y las que cultivan nuestra sensibilidad y mejoran nuestra forma de ser. El resto del libro se limita a presentar varias listas: la primera de todas está constituida por “Los cien mejores libros, según Sir Lubbock”, lista que posee graves defectos: el más importante, el excesivo dominio de obras escritas en inglés (54 para ser más exactos); otros defectos: la lista contiene sólo un libro en español (menos mal que es El Quijote), uno en italiano (La Divina Comedia, claro), tres o cuatro en alemán, algunos más en francés y pocos pertenecientes a los clásicos griegos y latinos. La mejor lista para el autor es la llamada “Las cien obras maestras de la literatura universal, según Louis Dumur”, que contiene autores y obras de todo tiempo y lugar, desde la Biblia hasta las Poesías y Cuentos de Kipling. En las páginas siguientes Borrás abre un paréntesis para elogiar y comentar obras y autores de fama universal, desde la citada Biblia, para cuyo elogio recurre a las archiconocidas palabras de Donoso Cortés, hasta los clásicos griegos y latinos y la literatura cristiana, para afrontar, acto seguido, los diversos géneros literarios; en primer lugar, trata de la Poesía, citando listas de obras y autores pertenecientes a las principales literaturas españolas y extranjeras; haciendo lo mismo con el Teatro y siguiendo por los Cuentos y Novelas. Concluye las listas con libros que se refieren a los grupos siguientes: Historia, Biografía y Crítica artística, Diarios, Memorias y Epistolarios, Geografía y Viajes, Literatura científica, Ensayistas y moralistas, Sociología y Política, y Religión y Filosofía. Apenas deja libros importantes fuera aunque hay otros que se repiten en algunos grupos (cosa inevitable si se tiene en cuenta la similitud entre no pocos de ellos). El libro cobra su interés en las últimas páginas de la obra con los dos apartados siguientes: “¿Qué deben leer las mujeres?” y “Lecturas infantiles” No voy a decir nada sobre el primero, salvo que me parece de una discriminación aberrante respecto de las lecturas para hombres, que ya anteriormente se han llevado el mayor peso del libro (discriminación, no obstante, comprensiva si se tiene en cuenta la época de la que hablamos) Pero sí de las “Lecturas infantiles”, por considerarlo parte esencial del trabajo que me ocupa.
Nada más empezar el apartado, el autor se da prisa en dejar bien claro el espíritu que le ha movido a presentar las listas de libros para niños que más adelante lleva a cabo. Y así dice: “Conviene proporcionarles obras escritas ex profeso para ellos, cuidando ya desde un principio de que estos libros, por su valor literario, por su presentación, por la calidad de sus láminas, contribuyan a formar el gusto y la sensibilidad de los pequeñuelos.” Acto seguido, y siguiendo a Marcel Braunsvich, trata de las tres grandes etapas de la vida intelectual del niño antes de presentar la lista de libros correspondiente a cada uno de ellos.
Esquemáticamente, las etapas a que hemos hecho referencia, acompañadas por sus principales temas lectores, se presentarían así:
.-Primera: de 5 a 9 años.
Narraciones de hechos maravillosos y descripciones del mundo natural.
.-Segunda: de 9 a 12 años.
Narraciones y descripciones que satisfagan la imaginación.
Escenas y vivencias de la vida doméstica y escolar rodeadas de ensueño y fantasía.
Desde los 11 años dejará los cuentos infantiles y se interesará por las novelas de aventuras.
.-Tercera: de 13 a 15 años.
Primeras novelas con experiencias humanas vividas, que muestren los primeros dolores y gozos verdaderos de la existencia.
La historia humana y el dilatado ámbito del universo, y lo que hay en ellos de maravilla y apele a la imaginación infantil (aspectos curiosos de la tierra y del mundo material y las especiales particularidades de la vida de los animales y las plantas.
Finalmente, antes de mostrarnos las anunciadas listas de libros, el autor nos hace una advertencia del todo incuestionable, a mi parecer, y que sin duda juzgo lo más acertado de la página: “No les impongáis a los niños los libros y las lecturas. Que sean ellos quienes los pidan. Llevadles con frecuencia a visitar los escaparates de las librerías (...). Habladles con entusiasmo de los libros que leísteis en vuestra...” Yo añadiría que nos vieran leer a nosotros con frecuencia. El ejemplo es la mejor educación y la que mejor cala en las almas infantiles.
No hay sitio para copiar todos los libros que abarcan las tres listas. Basten unos ejemplos para que podamos hacernos una idea del contenido de cada una de ellas.
Lista primera: Cuentos de Perrault, de las Mil y una Noches, de Grimm, de Hadas, El gigante egoísta, de O. Wilde, Aventuras de Peter Pan, Alicia en el país de las maravillas, Leyendas de Oriente, Cuentos del Padre Coloma...
Lista segunda: La Odisea, Los caballeros de la Tabla Redonda, El Lazarillo de Tormes, Ivanhoe, La cabaña del tío Tom, La isla del Tesoro, Cuentos de Poe, Hace falta un muchacho, de Cuyás, Novelas de Julio Verne, de Emilio Salgari...
Lista tercera: Novelas de Dickens, de Kipling, La guerra de los mundos, de Wells, Novelas de Curwood, de Zane Grey, Beau Geste, de Wrent, Platero y yo, de J. R. Jiménez, Arte y costumbres de los pieles rojas, de Harris Salomón...




LAS LECTURAS DEL FRANQUISMO

Recuerdo que las primeras lecturas que cayeron en nuestras manos estaban basadas, en la mayoría de los casos, en los tebeos y las novelas populares que podían encontrarse fácilmente y por poco precio en los quioscos de nuestras ciudades. El Cachorro, el Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, entre los primeros, y entre las segundas, las Novelas del FBI, las del Oeste, de Marcial Lafuente Estefanía o las Policiacas, de Silver Kane. Paralelamente, estaban los primeros textos literarios y las primeras poesías de los libros de la escuela y, al poco tiempo, los del Instituto.
En la lectura de los primeros, es decir, de los tebeos interesaba, más que el lenguaje o la calidad artística, el mensaje ideológico o los condicionamientos de la época, por ejemplo, el anticomunismo visceral del régimen franquista. Y obtuvieron un gran éxito porque ayudaban a evadirse de una realidad envuelta por la escasez de medios económicos o el recuerdo doloroso de la guerra civil recién pasada. Los tebeos y las novelas citados más arriba, y otros y otras por el estilo, lo mismo que la radio, el cine, el fútbol o los toros, sirvieron para olvidar el entramado político e ideológico que había derivado de los vencedores de la guerra civil. Uno de los casos más interesantes lo representó el cuaderno de aventuras llamado Hazañas Bélicas, cuyos relatos sucedían en escenarios exóticos: el desierto de Sahara, las selvas del sudeste asiático o las estepas rusas, para evitar el recuerdo tan cercano y propio de nuestra guerra. Y en cuanto a los motivos o temas principales tratados en ellos, tres elementos de gran significación en el franquismo se conjugaban en los cuadernos: el amor o la amistad, el patriotismo y Dios o la providencia divina que estaba siempre dispuesta a ayudar a los buenos.
Pero al lado del sentimentalismo relacionado con los puntos anteriores, se ensalzaba la guerra hasta el punto de hacerla necesaria para acabar con cualquier cosa que tuviera que ver con el comunismo, ideario capital de la ideología franquista, como ya hemos apuntado.
Uno de esos tebeos, editado por el Frente de Juventudes, tenía un nombre muy sonoro, pegadizo, Balalín, al que seguía el subtítulo Semanario de todos los niños españoles.
El antecedente de Balalín habría que buscarlo en otro de nombre eufónico, Jeromín, surgido en los años 30, que ya incluía entre sus páginas apartados que veremos en Balalín: Concursos de la revista, Cuentos breves, Conoce nuestra Patria, su historia, sus hombres, sus monumentos, Cromos para recortar, etc. Durante la Guerra surgieron otras revistas semanales como Pelayos, Flechas, Flechas y Pelayos, y en la posguerra, Chicos, Mis chicas y, así, hasta llegar al mencionado Balalín.
Además de la aventura cuyo protagonista era el chico que daba nombre a la revista, el Balalín incluía secciones como las siguientes: en formato de cómic, episodios de Historia Sagrada (“José, virrey de Egipto”, “En la tierra prometida”, “Los jueces, Gedeón”...), Historias de grandes hombres (Livinstone, Gravelet, W. Mitchell...), Historias de las cosas (la sal, el café, el fútbol...), Los animales (el mapache, el caribú, animales con pinchos...); también había relatos y cuentos (“La última vez”, de M. Alcántara, “El muchacho que tenía el corazón triste”, de Feliu, o las grandes tiradas de “Miguel”, de Joaquín Aguirre Bellever), Juegos, con sus reglamentos y normas (“Las zapatillas”, “El cangrejo en círculo”, “María subiré”...), El gran concurso de Balalín, que, además de publicar semanalmente las fotos de los chicos ganadores en anteriores certámenes, presentaba las preguntas del presente basadas en las más diversas materias, desde la historia más reciente hasta inventos, gánsteres, medicina, geografía, música, literatura...
De las cosas que más nos gustaban a los chicos del Balalín era la historieta del Tío Mandarino, un labriego inocentón y cazurro que no lograba dar buen fin a ninguna empresa, y una historia policiaca titulada “Redada en el búho rojo”, que a mí me recordaba las aventuras del FBI, aquellas que eran protagonizadas tan trepidantemente por Jack, Bill y Sam. No había poesías entre las páginas amplias y generosas del Balalín, pero sí brotaba cierto lirismo de las imágenes en color de algunas viñetas y de los relatos que intentaban apresar el sentir y el pensar general de la gente menuda de entonces, aunque con algunas dosis de propaganda velada referida a los vencedores en la Guerra.
Las exigencias artísticas y educativas de todas estas revistas eran escrupulosas y atendían a unos principios básicos y a un programa de acción para la elevación religiosa, moral, social, literaria y estética, según el P. Vázquez dice en su libro La prensa infantil en España, citado por Carlos Castro Alonso en su Didáctica de la Literatura. He aquí algunas afirmaciones de esos principios y de ese programa de acción mencionados:
.- Bondad en el aspecto ideológico,
.-orientación cristiana,
.-contenido fiel a la verdad,
.-valoración equilibrada de la fuerza, salud y belleza del cuerpo,
.-el héroe debe practicar las virtudes humanas: generosidad, sinceridad, valentía, honestidad, discreción..., y combatir las burlas a impedidos, ancianos...,
.-fomento del servicio a la comunidad,
.-respeto al sexo contrario,
.-acercamiento entre las clases sociales,
.-preparación para la vida real y la orientación profesional,
.-cultivo de la poesía,
.-combatir cuanto pueda producir temor al niño, etc.

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