lunes, 21 de febrero de 2011

Memorias de un jubilado



Otro año más



Ayer cumplí muchos años y hoy es el primer día del resto de mi vida. Dicho así da gozo, es como volver a empezar. Ir hacia donde nació tu río y empezar a recorrer su cauce nuevamente.

Me dicen los míos que vivo muy pendiente de mi pasado, de mi ciudad natal y de los recuerdos que me trae aquel mundo primero que me enseñó a ver la vida y a crecer con ella, por ella y para ella. Pero a mí me gusta tener muy presentes mis cimientos porque sin ellos no se aguanta el andamio actual que me sostine. Y lo que soy hoy se lo debo en gran parte a lo que fui durante mis sucesivas etapas vitales. Y la primera, la de la infancia, es la que da sostén de sueño y realidad a esta que comienzo hoy.

Por ello quiero traer aquí un sonetillo que incluí en un cuaderno inédito que titulé Monólogo interior (1998) y que hace poco más de un mes volví a publicar en Hacia la luz, poemario que puede encontrarse en Bubok.





He aquí el mencionado sonetillo:


Nací en Zamora la austera,
la enamorada del Duero,
la que cantó el Romancero
mística, noble y guerrera.


Dejé su verde ribera
cuando aprendí a ser romero,
dejé el latido primero
de la vida verdadera.


Pero sigo estando allí
porque allí sembré la huella
de aquel niño que yo fui.


Y a pesar de la distancia,
aún brilla aquella estrella
que me iluminó la infancia.

Sin embargo, me agarro a estos días de febrero luminosos con la fuerza que me dan los que me rodean y confirman mi futuro, entre ellos mis dos nietos. De ahí que, aunque sea muy importante respetar el pasado, lo es más querer con todas las ansias el presente, que es el que te guía hacia el mañana vivo y esperanzado. Cuando en la fiesta familiar soplaba ayer las típicas velas del pastel, deseé con toda el alma que estos dos pequeños, sangre de mi sangre, alarguen mi río y lo hagan digno con el testimonio de sus propias vidas.



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