miércoles, 28 de julio de 2010

LA POESÍA DE ESPRIU EN CASTELLANO


Entre los poetas catalanes admirados se encuentra Salvador Espriu (1913-1985), autor, entre otros libros de poesía, de Cementiri de Sinera, La pell de brau o Setmana Santa. Y como hice anteriormente con Miquel Martí i Pol, otro de mis poetas catalanes preferidos, voy a hacer ahora con Espriu. Me refiero a traducir al castellano poemas de sus libros más conocidos. Mi propósito, como con Martí i Pol, es acercar al lector castellano la poesía de Espriu, una poesía seria, profunda y comprometida que tiene como temas recurrentes el paso del tiempo y su influencia devastadora sobre las personas y las cosas, la muerte, la soledad y el amor a su tierra.


Empezamos esta Antología poética de Espriu en castellano con el primero de sus libros publicados, Cementiri de Sinera (1946). El autor tenía entonces 33 años y había estudiado Derecho e Historia Antigua. Sinera es el nombre del pueblo (Arenys al revés y sin la y griega) de donde provenían sus raíces familiares y la familia veraneaba desde mucho tiempo atrás. Aunque Espriu había nacido en Santa Coloma de Farnés y vivido prácticamente toda su vida en Barcelona, en Arenys de Mar sitúa su mundo lírico, del que jamás se desprendería.
II
¡Qué diminuta patria
rodea al cementerio!
Sinera, tu hondo mar,
tus colinas de pinos
y viñedos, las rieras.
No quiero nada más,
salvo la sombra alta
de una nube que pasa.
El tranquilo recuerdo
de los días vividos,
pasados para siempre.
III.
Sin símbolos ni nombres,
al ras de los cipreses
bajo un poco de polvo
de arena endurecida
por las lluvias. Que el viento
esparza las cenizas
por las barcas, los surcos
y la luz de Sinera.
Claridades de abril,
de patria que agoniza
conmigo cuando miro
el paso de los años,
prolongado viaje
prendido de crépúsculos.
V
Por puertas de Sinera
paso captando briznas
de vetustos recuerdos.
Resuena en el silencio
de las calles la inútil
plegaria de la vida.
Ninguna caridad
me devuelve la hogaza
que yo comía: es
el tiempo ya perdido.
Me esperan solamente
como limosna verdes
y leales cipreses.
VII
Arriba el racimo tierno
traído por dedos finos
del santo mártir de plata.
Tiemblan en procesión
las llamas de los cirios
y acompañan la tarde
a bien morir: viático
de recuerdos de Sinera.
Para mirarlas, subo
donde el ciprés vigila.
Besan luces de luna
gradación de colinas.
IX
El recuerdo de lluvias
agudiza el martirio
de estas flores que mueren
al frágil paso armónico
de la tarde y el agua.
Se calla el mar. Arriba
triunfo, destino, reino,
avalancha de puntas.
Los cipreses recogen
claridades de cielo
lloradas en espejos
fugaces, momentáneos.
XIII
Es mediodía:
en los muros se posan
sombras de nubes.
Blancuras del recinto
que conserva el silencio.
XIV
Cristal, memoria,
rumor de fuente, claras
voces lejanas.
Miro la tarde larga
con pausas de oro y sueño.
XVII
¡Ay, la negra barca,
que vela por mí
desde la noche alta!
¡Ay, la barca negra,
que viene por mi sueño
desde el mar de Sinera!
La voz de la dama,
lejos del tiempo. Escucho
la canción de las lápidas.
XIX
Los osarios
de un culto antiguo abrían
las puertas a la danza
del santo y del diablo
entre caballos fieros
que se acercan del mar
con las hoscas carrozas
del mal tiempo.
El viento esparce
humaredas de otoño
por mármoles de altares,
por viñas donde el oro
es espeso y señala
con una marca el rostro
del que abrirá la vía
hacia el ciprés.
XXI
Libres caballos, al alba,
por la desierta playa.
Voz y tambor proclaman
la primavera.
Después, vuelto el silencio
sobre el mar, las horas
encadenadas besan
la arena mojada.
XXIII
Mientras se apaga
la luz de abril y cesan
las hijas de canción,
en un ocaso inmóvil
he recorrido estancias
de la casa perdida.
XXIV
No nacerán más mármoles
de eternizadas olas,
ni se alzarán los vuelos
de ángeles imperiales.
Ha venido de golpe
el mal tiempo, y me llevan
rumores de recuerdos
por vacías y frías
estancias de Sinera,
hasta el guardia del alba,
ciprés que reconoce
el incendio del mar
y esta nube precisa.
XXV
A la orilla del mar
una casa tenía,
es mi sueño, a la orilla
del mar. Por los libres
caminos del agua,
la barca que yo guiaba.
Los ojos sabían
el reposo y el orden
de una pequeña patria.
¡Cómo preciso
contarte el temor
de la lluvia en los vidrios!
Hoy cae noche oscura
sobre mi casa.
Las rocas negras
al naufragio me atraen.
Prisionero del cántico,
mi inútil esfuerzo,
¿quién puede guiarme
hacia el alba?
Es mi sueño:
una casa tenía
a la orilla del mar.
XXVI
No lucho más. Te dejo
el sepulcro vastísimo,
ayer bendita tierra
de los padres, sentido,
sueño, quietud. Me muero
porque no sé vivir.
XXVIII
Esta paz es mía,
y Dios me vela.
Digo a la nube,
digo a la raíz:
"Esta paz es mía."
Desde el jardín contemplo
el paso de las horas
por mis ojos arcanos.
Y Dios me vela.
XXX
Al detenerte
donde te llame el nombre,
querrás que duerma
soñando mares quietos,
el fulgor de Sinera.

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